Mike, mi hermano menor, me comunica cuando me siento:
-Oye, mi amigo John nos ha invitado a su fiesta, en los bloques de al lado.
-¿En Las Azaleas? - digo, refiriéndome a los dos pisos con el nombre que le habían asignado (no sé quién, pero a esta persona nunca se le ocurrió ponerle un nombre adonde yo vivo).
-Sí.
Oh, Dios.
En las Azaleas.
En el bloque de Jack.
Mi corazón comienza a palpitar cada vez con más violencia, y la sangre se me sube al rostro.
-Ah, vale. ¿Cuándo es?
-El domingo.
¿Dos fiestas de Halloween? ¿Y una con Jack? No me lo puedo creer ni yo.
-Allí estaré.
Callo, y me percato de que no tengo ni la más mínima idea de qué es lo que puedo hacer allí sin ninguna amiga.
-Eh... ¿y te ha dicho si puedo llevar a alguien? ¿A Claire, por ejemplo?
Mi hermano se mantiene en silencio, pensativo.
-Supongo. Pregúntaselo a él.
-¿No se te ha ocurrido a ti decírselo?
-No.
Mi hermano es desesperante.
Llaman a la puerta.
Abro, y Claire me está esperando con una sonrisa.
-Pasa -digo, franqueándole la entrada -. Termino de arreglarme en un segundo.
-Me ha dicho un pajarito que cierta persona está abajo, ¿no? -me pincha.
-Pues yo que tú no confiaría mucho en tus fuentes con ese pajarito, porque me he pasado toda la sobremesa mirando por la ventana, y aquí solo se bajan las "mosquitas muertas".
-Qué asco...
Las "mosquitas muertas" son un grupo de niñas de unos once años... absolutamente insoportables. Y pijas. Y descaradas.
Y a las que espiamos, por supuesto.
El derecho de ser acosadas les corresponde oficialmente por ser nuestras vecinas.
-¡Adiós, mamá! ¡Subo a casa a las nueve! -grito en el pasillo.
Claire y yo descendemos apresuradamente por las escaleras desde el segundo piso, y estoy a punto de caerme sobre su espalda. Reímos, tanto que casi las piernas se nos quedan flojas.
Llegamos abajo, Claire pulsa el interruptor que abre la pesada puerta al exterior y llama al porterillo para avisar a sus padres de que hemos llegado al jardín.
-¿Les decimos a las demás que bajen? -pregunto.
-Venga.
Cinco minutos después, nos encontramos de nuevo solas en la calle. Alice se está duchando, lo que significa que no va a salir de casa ni aunque la llevemos a rastras, y Leslie ha salido de compras con su madre. Así que nos dirigimos al bloque de Rose, en las Azaleas, donde seguramente estaré de fiesta en dos días.
-¿Sí? -contesta por el telefonillo.
-¿Te bajas a la calle?
-Mmh... bueno. Además, ¡te tengo que contar una cosa...!
Esto me intriga, y le digo:
-¿Me das una pista?
-Ahora no, que está mi madre en la habitación de al lado -susurra-. Me reúno con vosotras en dos minutos.
Cuelga.
Claire y yo esperamos; ella pacientemente, yo estresada.
-¡¿Quieres dejar de mover el pie?! ¡Me estás poniendo nerviosa! -me grita.
-Perdón, perdón... mira, me parece a mí que me voy a meter en su portal, ¿eh? Que ya han pasado dos minutos.
Suspira, y añade:
-¿Cómo piensas entrar, listilla? No creo que nadie te quiera abrir, ya sabes cómo son...
Pongo los ojos en blanco. ¿No es obvio?
-¡Saltándome la puerta, por supuesto!
-¿Qué? -dice, atónita.
-Ay. Saltando-la-puerta -repito, marcando cada sílaba.
-¡Pero eso está mal!
-Los "azaleños" hacen eso en nuestros pisos, nunca les han reñido, y mira cómo nos dejan el césped de bonito con el dichoso fútbol.
-Pero... tú los conoces bien... te pueden poner incluso una multa si te ven.
-Exacto. Si me ven. Cosa que no va a ocurrir -digo, orgullosa.
-¡Dios! ¡Eres desesperante!
-Lo sé.
Callamos.
-De acuerdo -susurra-. ¿De qué modo humano te vas a saltar esa puerta? ¡Si no cabes!
-¿Estás segura?
-Sí.
-¿Completamente?
-Claro.
-Eso ya lo veremos. Hala, quédate ahí o vete a llamar a mi hermano, por favor.
Masculla una palabrota, pero ríe:
-Estás loca... ¿No sería más fácil forzar la puerta? Es sencillísimo, y lo sabes.
-Me ofendes, Claire. ¿Ya no te acuerdas del Código?
-¡¿Pero qué Código?!
-El Código.
-¡No existe ningún Código!
-Claro que existe. Solo que no lo recuerdas -digo, dándole golpecitos en las sienes-. Bien. Pues el Código No Escrito dice que todo espía debe desviarse siempre por el camino más complicado y trabajoso. Y eso es justamente lo que yo estoy haciendo -jadeo, elevando la pierna derecha para encajarla en uno de los espacios de la puerta de metal.
-Estás mal de la cabeza.
-Ya. Tu inteligencia te supera.
-Me niego a ver cómo te rompes el tobillo. Voy a llamar a los chicos -grita, alejándose.
-¡Está bien! ¡No necesito tu ayuda! ¡He hecho esto muchas otras veces! -miento.
Pierdo de vista a Claire.
Por si no te has dado cuenta, en mi (variopinto) grupo yo soy la payasa, totalmente distinta a mi personalidad en el instituto. Muchos se cogerían un gran trauma si me
vieran en este momento.
Aun siendo octubre, el sol, tórrido y seco, dora mis brazos, y comienzo a sudar.
<<Venga, tú puedes. Solo quedan tres cuartos de puerta>>.
Alzo el pie izquierdo del suelo, y me quedo prácticamente suspendida en el aire.
<<No me voy a caer, no me voy a caer...>>, me intento mentalizar.
Vale. Ahora viene la parte complicada. He de pasar por un espacio extremadamente reducido, bajo las hojas muertas de un marchito rosal en horizontal. En ocasiones creo que lo han puesto ahí a propósito, para que las espinas se te claven cuando intentes pasar.
Me deslizo lentamente. Primero la cabeza, luego el torso, y, por último, las piernas.
Un dolor punzante me recorre el hombro derecho. Sé que me acabo de pinchar, pero no encuentro sangre.
<<Está bien. No hay sangre, no hay dolor>>.
La situación es penosa. Pero cómica.
-¡Ah! -grito.
Mi mano se ha quedado atrapada entre dos ramas secas con un gran número de espinas, y mis extremidades están flojas tras percibir el peligro que entraña que mi cabeza esté más próxima al suelo que el resto de mi cuerpo.
-¡No pasa nada! -me digo.
Con un chasquido, parto los brazos de madera que me sujetan, y me inclino, lentamente, hacia abajo.
Solo falta un poco, venga, ya estoy...
Otra puerta cercana a mí se abre sonoramente, y contengo la respiración. Alguien sale. Aprovecho el sonido para saltar al césped, colocando las manos y los pies de forma que no hagan ruido alguno, como un gato bastante inexperto.
Alzo la vista y observo la espalda recta de Jack.
<<¡No!>>
Echo a correr.
Alcanzo cualquier cosa que me sirva para ocultarme. El rojizo manzano de las Azaleas hace las veces de cobijo para mí, y me escondo como puedo tras su delgado tronco, prácticamente igual de ancho que mi brazo.
Resoplo. Esto no me vale.
Jack ha desaparecido (de momento) detrás de una columna, así que, rápidamente, me valgo de lo que supongo mi "fuerza interior" para asirme a la rama más gruesa y fornida del árbol. Me impulso hacia arriba, dando gracias a mi profesora de gimnasia por tantas flexiones sufridas, y me quedo aquí, observando entre las verdes hojas.
Jack pulsa el timbre de la puerta, la cierra y desaparece.
Un suspiro agotado escapa de mis labios, y, deslizándome con los pies por el tronco, llego al suelo. Aparatosamente, pero llego.
Me resbalo con el barro de la hierba, y por poco no me estampo contra las raíces del manzano. Un par de pequeñas frutas caen sobre mi cabeza, y bufo, consternada.
-¡Es que no me puede salir nada bien! -grito.
<<Vamos a ver. Tranquilidad, tranquilidad. Ya solo hay que esperar>>.
Pero los minutos pasan, y ya llevo dando vueltas a escondidas por las Azaleas un cuarto de hora, como si fuera un león enjaulado.
Me dirijo (otra vez) a buscar a Rose.
-¡¿Quééé?! -contesta al porterillo, con voz chillona.
-¡Baja!
-Voy, voy. Uf, con las prisas, chiquilla.
Mi paciencia se va agotando con más rapidez, pero no te asustes, no suelo ser así. Mi carácter es mucho más dulce que ahora.
Mas, está bien, voy a abrir la puerta del bloque. Se acabó.
Además, esta tarea no tiene complicación alguna, únicamente hace falta tirar dos veces del portón para que deje paso al interior.
Con una sonrisa de suficiencia, corro hacia el bloque de pisos.
Estoy preparada para sujetar el pomo, cuando...
Rose abre desde dentro, soltando un feo grito. Me asusta tanto que pego un graznido (sí, porque a eso no se le puede llamar otra cosa) y salto al menos un metro hacia atrás.
Mi amiga se ríe a mi costa. Nada nuevo, vaya.
-¿Qué haces? -me pregunta, poniendo "tranquilizadoramente" su mano en mi espalda.
-Estúpida. ¡Casi me matas!
-¿De verdad te da miedo una enana chillona pegando saltos? No estoy yo muy segura de quién es la estúpida aquí.
Le lanzo una de mis más mortíferas miradas asesinas, y retrocede un paso.
-No vale pegar -me dice a carcajadas.
-Anda, anda. Sal -le ordeno, señalando al exterior.
-A sus órdenes, señora.
Procuro no mirar al piso de Jack cuando cruzamos la puerta.
-Oye, mi amigo John nos ha invitado a su fiesta, en los bloques de al lado.
-¿En Las Azaleas? - digo, refiriéndome a los dos pisos con el nombre que le habían asignado (no sé quién, pero a esta persona nunca se le ocurrió ponerle un nombre adonde yo vivo).
-Sí.
Oh, Dios.
En las Azaleas.
En el bloque de Jack.
Mi corazón comienza a palpitar cada vez con más violencia, y la sangre se me sube al rostro.
-Ah, vale. ¿Cuándo es?
-El domingo.
¿Dos fiestas de Halloween? ¿Y una con Jack? No me lo puedo creer ni yo.
-Allí estaré.
Callo, y me percato de que no tengo ni la más mínima idea de qué es lo que puedo hacer allí sin ninguna amiga.
-Eh... ¿y te ha dicho si puedo llevar a alguien? ¿A Claire, por ejemplo?
Mi hermano se mantiene en silencio, pensativo.
-Supongo. Pregúntaselo a él.
-¿No se te ha ocurrido a ti decírselo?
-No.
Mi hermano es desesperante.
Llaman a la puerta.
Abro, y Claire me está esperando con una sonrisa.
-Pasa -digo, franqueándole la entrada -. Termino de arreglarme en un segundo.
-Me ha dicho un pajarito que cierta persona está abajo, ¿no? -me pincha.
-Pues yo que tú no confiaría mucho en tus fuentes con ese pajarito, porque me he pasado toda la sobremesa mirando por la ventana, y aquí solo se bajan las "mosquitas muertas".
-Qué asco...
Las "mosquitas muertas" son un grupo de niñas de unos once años... absolutamente insoportables. Y pijas. Y descaradas.
Y a las que espiamos, por supuesto.
El derecho de ser acosadas les corresponde oficialmente por ser nuestras vecinas.
-¡Adiós, mamá! ¡Subo a casa a las nueve! -grito en el pasillo.
Claire y yo descendemos apresuradamente por las escaleras desde el segundo piso, y estoy a punto de caerme sobre su espalda. Reímos, tanto que casi las piernas se nos quedan flojas.
Llegamos abajo, Claire pulsa el interruptor que abre la pesada puerta al exterior y llama al porterillo para avisar a sus padres de que hemos llegado al jardín.
-¿Les decimos a las demás que bajen? -pregunto.
-Venga.
Cinco minutos después, nos encontramos de nuevo solas en la calle. Alice se está duchando, lo que significa que no va a salir de casa ni aunque la llevemos a rastras, y Leslie ha salido de compras con su madre. Así que nos dirigimos al bloque de Rose, en las Azaleas, donde seguramente estaré de fiesta en dos días.
-¿Sí? -contesta por el telefonillo.
-¿Te bajas a la calle?
-Mmh... bueno. Además, ¡te tengo que contar una cosa...!
Esto me intriga, y le digo:
-¿Me das una pista?
-Ahora no, que está mi madre en la habitación de al lado -susurra-. Me reúno con vosotras en dos minutos.
Cuelga.
Claire y yo esperamos; ella pacientemente, yo estresada.
-¡¿Quieres dejar de mover el pie?! ¡Me estás poniendo nerviosa! -me grita.
-Perdón, perdón... mira, me parece a mí que me voy a meter en su portal, ¿eh? Que ya han pasado dos minutos.
Suspira, y añade:
-¿Cómo piensas entrar, listilla? No creo que nadie te quiera abrir, ya sabes cómo son...
Pongo los ojos en blanco. ¿No es obvio?
-¡Saltándome la puerta, por supuesto!
-¿Qué? -dice, atónita.
-Ay. Saltando-la-puerta -repito, marcando cada sílaba.
-¡Pero eso está mal!
-Los "azaleños" hacen eso en nuestros pisos, nunca les han reñido, y mira cómo nos dejan el césped de bonito con el dichoso fútbol.
-Pero... tú los conoces bien... te pueden poner incluso una multa si te ven.
-Exacto. Si me ven. Cosa que no va a ocurrir -digo, orgullosa.
-¡Dios! ¡Eres desesperante!
-Lo sé.
Callamos.
-De acuerdo -susurra-. ¿De qué modo humano te vas a saltar esa puerta? ¡Si no cabes!
-¿Estás segura?
-Sí.
-¿Completamente?
-Claro.
-Eso ya lo veremos. Hala, quédate ahí o vete a llamar a mi hermano, por favor.
Masculla una palabrota, pero ríe:
-Estás loca... ¿No sería más fácil forzar la puerta? Es sencillísimo, y lo sabes.
-Me ofendes, Claire. ¿Ya no te acuerdas del Código?
-¡¿Pero qué Código?!
-El Código.
-¡No existe ningún Código!
-Claro que existe. Solo que no lo recuerdas -digo, dándole golpecitos en las sienes-. Bien. Pues el Código No Escrito dice que todo espía debe desviarse siempre por el camino más complicado y trabajoso. Y eso es justamente lo que yo estoy haciendo -jadeo, elevando la pierna derecha para encajarla en uno de los espacios de la puerta de metal.
-Estás mal de la cabeza.
-Ya. Tu inteligencia te supera.
-Me niego a ver cómo te rompes el tobillo. Voy a llamar a los chicos -grita, alejándose.
-¡Está bien! ¡No necesito tu ayuda! ¡He hecho esto muchas otras veces! -miento.
Pierdo de vista a Claire.
Por si no te has dado cuenta, en mi (variopinto) grupo yo soy la payasa, totalmente distinta a mi personalidad en el instituto. Muchos se cogerían un gran trauma si me
vieran en este momento.
Aun siendo octubre, el sol, tórrido y seco, dora mis brazos, y comienzo a sudar.
<<Venga, tú puedes. Solo quedan tres cuartos de puerta>>.
Alzo el pie izquierdo del suelo, y me quedo prácticamente suspendida en el aire.
<<No me voy a caer, no me voy a caer...>>, me intento mentalizar.
Vale. Ahora viene la parte complicada. He de pasar por un espacio extremadamente reducido, bajo las hojas muertas de un marchito rosal en horizontal. En ocasiones creo que lo han puesto ahí a propósito, para que las espinas se te claven cuando intentes pasar.
Me deslizo lentamente. Primero la cabeza, luego el torso, y, por último, las piernas.
Un dolor punzante me recorre el hombro derecho. Sé que me acabo de pinchar, pero no encuentro sangre.
<<Está bien. No hay sangre, no hay dolor>>.
La situación es penosa. Pero cómica.
-¡Ah! -grito.
Mi mano se ha quedado atrapada entre dos ramas secas con un gran número de espinas, y mis extremidades están flojas tras percibir el peligro que entraña que mi cabeza esté más próxima al suelo que el resto de mi cuerpo.
-¡No pasa nada! -me digo.
Con un chasquido, parto los brazos de madera que me sujetan, y me inclino, lentamente, hacia abajo.
Solo falta un poco, venga, ya estoy...
Otra puerta cercana a mí se abre sonoramente, y contengo la respiración. Alguien sale. Aprovecho el sonido para saltar al césped, colocando las manos y los pies de forma que no hagan ruido alguno, como un gato bastante inexperto.
Alzo la vista y observo la espalda recta de Jack.
<<¡No!>>
Echo a correr.
Alcanzo cualquier cosa que me sirva para ocultarme. El rojizo manzano de las Azaleas hace las veces de cobijo para mí, y me escondo como puedo tras su delgado tronco, prácticamente igual de ancho que mi brazo.
Resoplo. Esto no me vale.
Jack ha desaparecido (de momento) detrás de una columna, así que, rápidamente, me valgo de lo que supongo mi "fuerza interior" para asirme a la rama más gruesa y fornida del árbol. Me impulso hacia arriba, dando gracias a mi profesora de gimnasia por tantas flexiones sufridas, y me quedo aquí, observando entre las verdes hojas.
Jack pulsa el timbre de la puerta, la cierra y desaparece.
Un suspiro agotado escapa de mis labios, y, deslizándome con los pies por el tronco, llego al suelo. Aparatosamente, pero llego.
Me resbalo con el barro de la hierba, y por poco no me estampo contra las raíces del manzano. Un par de pequeñas frutas caen sobre mi cabeza, y bufo, consternada.
-¡Es que no me puede salir nada bien! -grito.
<<Vamos a ver. Tranquilidad, tranquilidad. Ya solo hay que esperar>>.
Pero los minutos pasan, y ya llevo dando vueltas a escondidas por las Azaleas un cuarto de hora, como si fuera un león enjaulado.
Me dirijo (otra vez) a buscar a Rose.
-¡¿Quééé?! -contesta al porterillo, con voz chillona.
-¡Baja!
-Voy, voy. Uf, con las prisas, chiquilla.
Mi paciencia se va agotando con más rapidez, pero no te asustes, no suelo ser así. Mi carácter es mucho más dulce que ahora.
Mas, está bien, voy a abrir la puerta del bloque. Se acabó.
Además, esta tarea no tiene complicación alguna, únicamente hace falta tirar dos veces del portón para que deje paso al interior.
Con una sonrisa de suficiencia, corro hacia el bloque de pisos.
Estoy preparada para sujetar el pomo, cuando...
Rose abre desde dentro, soltando un feo grito. Me asusta tanto que pego un graznido (sí, porque a eso no se le puede llamar otra cosa) y salto al menos un metro hacia atrás.
Mi amiga se ríe a mi costa. Nada nuevo, vaya.
-¿Qué haces? -me pregunta, poniendo "tranquilizadoramente" su mano en mi espalda.
-Estúpida. ¡Casi me matas!
-¿De verdad te da miedo una enana chillona pegando saltos? No estoy yo muy segura de quién es la estúpida aquí.
Le lanzo una de mis más mortíferas miradas asesinas, y retrocede un paso.
-No vale pegar -me dice a carcajadas.
-Anda, anda. Sal -le ordeno, señalando al exterior.
-A sus órdenes, señora.
Procuro no mirar al piso de Jack cuando cruzamos la puerta.
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