sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo 15.

Es todo tan... absurdo, y confuso.
¿Realmente ha ocurrido esto?
A ver, a ver.
Pensemos con lógica.
Lo único que acaba de pasar es que me he "peleado" con Jack Blackwood.
Sí, claro, lo único.
Bueno, he de admitir que me ha divertido de alguna manera.
Los desconocidos no discuten.
No a menos que sean tan estúpidos como para hacerlo.
Y yo he tenido una riña con el chico que me gusta.
Nuestra primera discusión.
Oh, qué bonito.
Enternecedor, ¿verdad?
En ocasiones pienso que estoy un poco mal de la cabeza.
Bah, pero suele ocurrir.
Regreso a mi bloque.
Sola.
Oh, no pienses que me he rendido y me retiro a llorar.
Oh, no.
Precisamente no.
Me encuentro subida y agarrada a una alta valla desde la cual se divisan las Azaleas. Unos finos tallos ocultan mi rostro enmascarado mientras sonrío perversamente.
Mi vida es prácticamente como una película de espías.
Te doy permiso para llamarme "niña chica" o "infantil", porque (lo admito sin reparos) lo soy.
Pero, qué quieres que te diga, en tu cabeza no suena a diario, cuando te levantas, el tema musical de James Bond.
Me bajo de un brinco de los barrotes, colocando estratégicamente las manos en el suelo sin hacer ruido.
Y corro, y corro.
Corro tan rápido que pierdo la visión de los naranjos exteriores al patio.
Inspiro, espiro en concordancia con mis zancadas irregulares.
Observo la luna, alzándose llena en el cielo plagado de estrellas que titilan, reflejando su brillo blanquecino en mis ropajes oscuros.
Cuesta creer que algo tan hermoso pueda existir.
Me estoy desconcentrando.
Pero la puerta de las Azaleas se yergue frente a mí.
Río entre dientes.
Sé que realmente no tengo un plan específico para "vengarme", pero ya de por sí la satisfacción de pensar que puedo hacer algo es gratificante.
Tengo la costumbre de ir por mi barrio saltando puertas, pero esta vez me decanto por abrirla, ya que no ofrece mucha resistencia contra mi tozudez.
Entro.
Los tacones resuenan, y les chisto inútilmente, como si pudieran escucharme. Me agazapo contra un árbol de no mucho tamaño.
Observo.
Una pandilla de pequeños hombres lobo, momias y diablos salta junto a mí, sorprendiéndome. Sonrío al ver que miden menos de un metro y que rebosan más vitalidad que cualquiera de los adultos del lugar.
Busco a Jack con la mirada, pero no lo encuentro.
Veo a mi hermano, a sus amigos, a John, a Elizabeth, a Miles, a Jane... pero no a él.
Alzo una ceja, molesta. ¿Se estará escondiendo de mí?
De acuerdo.
¿Quiere jugar al escondite?
Juguemos.
Recorro el patio con la mirada infructuosamente, por lo que me dedico a caminar hacia ningún lado en particular. Ando por los dos bloques, risueña, con las manos a la espalda. Las personas fijan los ojos en mí, extrañadas, mas las ignoro por completo.
Doy saltos nerviosos al acercarme a mi... cuñada, pero, obviamente, no le pregunto dónde puede estar su hermano. Ella sabrá.
De repente, se me ocurre una de mis "fantásticas" ideas.
¿Y si... estuviera en casa?
Sé dónde vive, así que... ¿por qué no seguirlo?
La emoción es tal en este momento que no me detengo a pensar en si mis actos pueden ser considerados como allanamiento de morada.
Transformo mis ojos en dos rendijas oscuras, me cubro con la capa del disfraz hasta que me tapa el rostro y entro en el bloque.
Nadie me ha dicho nada, qué raro.
Ni avisos, ni amenazas de denuncia.
En fin, ¡mejor que mejor!
Paseo la vista por el interior del piso, que luce brillante, inmaculado. Hasta con un banco en el que sentarse para esperar al ascensor, lo que considero un poco absurdo, en honor a la verdad.
Por no darles la satisfacción a los "azaleños" de no subir a pie, utilizo la escalera.
Queda un rato hasta llegar al cuarto piso.
Cuando ya voy por la mitad de la primera planta, veo algo negro en el suelo que capta mi atención.
Lo recojo.
¿Una capa?
¿Qué clase de persona va dejando capas por las escaleras?
Frunzo el ceño, confusa, pero dejo la ropa junto al primer escalón del segundo piso.
Desde hace años he escuchado historias y maldiciones que los odiosos habitantes de las Azaleas inventaban sobre sus bloques para infundir miedo a los demás sin un motivo aparente.
Lo malo es que yo me las creía.
Siempre he sido una persona a la que le gusta leer libros de terror, por lo que tenía (tengo) fe en prácticamente todo. Y eso es, en ocasiones, un grave problema.
¿Quién te dice que lo que es tu imaginación no es la realidad oculta bajo un velo?
Por ello, suelto rápidamente la prenda en el pálido mármol, me giro a una velocidad extraña en mí y subo los escalones de dos en dos.
Por si acaso.
Es mejor prevenir que curar.
Me veo en el tercer piso en menos de diez segundos, con el corazón latiendo violentamente y las piernas flácidas, como de mantequilla.
Reduzco la velocidad, deteniéndome poco a poco.
Resollo por la boca, lo que me hace pensar que debería volver a hacer ejercicio bailando, como el año pasado.
Llego al cuarto piso.
Aguzo el oído, atenta a todo.
Silencio.
Un silencio antinatural, aunque quizá debido a que la mayor parte de mis vecinos se hallan abajo.
La letra, la letra. ¿Cuál era?
Ah, ya, el piso B.
Mi intención no es precisamente llamar, solo escuchar. Coloco el oído derecho en la puerta de Jack y contengo la respiración.
En el interior del piso se escucha una televisión encendida.
¿Realmente ha decidido quedarse en casa en lugar de asistir a la fiesta de Halloween?
Me encojo de hombros, pensando que no soy quién precisamente para juzgar las rarezas de la gente.
Bajo la vista hacia el pomo, y ahogo un grito.
La puerta está abierta.
La indecisión, el ansia, el terror y la excitación me recorren la columna vertebral.
Siento un escalofrío.
¿Qué hacer?
¿Me voy, teniendo la sensación de que jamás llegaré a conocer la casa de Jack?
¿O empujo el pomo, arriesgándome a que me descubra hurgando en su habitación?
Deseo hacer lo primero, pero claro, entonces... no habría historia.
Las bisagras chirrían, dejándome paso al interior.
Siempre he imaginado que la casa de Jack olería igual que él (no es que yo vaya por ahí oliendo a la gente, que conste).
El olor del joven es parecido al aroma de pino mezclado con el sutil perfume del melocotón fresco.
Su casa, al contrario, hace que una vaharada de algo dulzón que no consigo distinguir llegue a mis fosas nasales. Arrugo la nariz, sorprendida.
Me interno en el recibidor.
A mi derecha, un salón completamente a oscuras excepto por el tenue brillo de una televisión encandida se extiende hasta el final del piso, conduciendo al balcón. Busco en la estancia a Jack, pero tampoco está aquí.
El pasillo no permanece iluminado por ninguna luz aparente. Esto me echa un poco para atrás. Mi mente racional no desea continuar, pero el corazón, reacio a explicaciones, me insta a adentrarme en la casa.
No suelo ser tan estúpida, mas, como movidos por una fuerza paranormal, mis pies comienzan a avanzar hacia la salita.
Nadie.
Queda la parte del fondo, los cuartos.
La habitación de Elizabeth, creo que de un color lila, está situada frente a la de sus padres.
Y en el rincón más apartado.
Su cuarto.
Respiro estúpida y agitadamente, medio entre convulsiones.
No puedo evitarlo.
Y enciendo la luz.
Grito.

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