Volviendo a la realidad, hemos dejado la calle anterior prácticamente atrás, y soy consciente de que el momento de despedirme ha llegado.
-Adiós -les digo simplemente, sonriendo.
El sonido de mis zapatos es prácticamente inaudible, pero la marcha rítmica a la que camino me permite pensar con más claridad.
<<¿Ha pasado esto de verdad?>>, me cuestiono.
Al llegar a casa (diez minutos más tarde de lo habitual) dejo la pesada mochila sobre la cama, almuerzo y me dispongo a hacer los deberes. Me recuerdo que mañana es viernes, y que puedo encontrarme con Jack de nuevo en nuestro jardín. Sonrío ante la idea.
Ahora, lo difícil va a ser enfrentarme a todo esto sola.
Son las ocho menos diez de la mañana. Voy de camino al instituto, siempre puntual.
Procuro no fijarme demasiado en el brillante automóvil por el que asoman los cabellos de Elizabeth. Lo siguiente ya es inevitable. Sí, allí está él.
Entro en el centro, y cualquiera que no haya notado el acelerón que acabo de pegar debería comenzar a buscarse unas buenas gafas.
-¡Jack! -escucho gritar a Miles, quien siempre lo acompaña. La inocencia rebosa en él, y parece mucho menor de lo que es.
La figura del otro asoma entre el hueco de la escalera, y, sin quererlo, mi ritmo se altera... demasiado. Me permito ver su cara de extrañeza mientras subo.
En clase, hago lo habitual en mí: me siento, cojo un libro de terror romántico y me dispongo a leer. Pero la tentación de alzar la cabeza cuando percibo la presencia de su cazadora beige en el umbral de la puerta del aula me puede.
Unas oscuras ojeras se han instalado bajo sus ojos, y la mirada perdida que ofrece me muestra lo poco que ha dormido la pasada noche.
<<Así sí que "parece" inocente>>, me recuerdo. Y, digamos la verdad, no tengo ganas de leer ahora.
Me levanto y me dirijo al pupitre de Katherine, que se halla hablando con otros alumnos.
Miro disimuladamente a mi izquierda, y me sorprendo al no encontrar a Jack en su sitio, que, por cierto, se encuentra en la otra punta de la clase. En el extremo más alejado de mí, y de mis planes psicóticos. <<Pues estará contento>>, me digo, haciendo gala de mi orgullo herido a medias.
Un leve empujón en los omóplatos me distrae de la conversación con mi amiga.
Observo mi reflejo en sus ojos verdeazulados, que brillan como los de un gato en la oscuridad.
<<¿Pero se puede saber qué hace?>>, pienso. ¿A quién se le ocurre dar un rodeo a la clase entera para llegar a su asiento? Y además si en el camino te encuentras a una persona a la que (por motivos aún desconocidos) prácticamente odias.
<<Ya está, lo que se propone es matarme un día de éstos de un ataque al corazón>>.
Qué maquiavélico.
El timbre suena, indicando el inicio de las clases.
Tenemos música a primera hora, y... digamos que nuestra profesora es... "especial". Cuarenta minutos de una hora (o más) nos los pasamos tumbados encima de las mesas, con las luces apagadas y escuchando música clásica o de relajación. Y los otros veinte tampoco hacemos gran cosa. Yo siempre me he negado a doblegarme y a no trabajar en su aula, pues me indigna.
Resulta que a Jack podían haberlo puesto a mi lado, como el año pasado, pero noo... yo me siento en la primera fila, y él, en la última. Aunque tampoco se está tan mal, así puedo leer cuando me apetezca, y me resulta entretenido observar a la gente que entra en el aula, puesto que tienen que pasar justo por delante de mí.
Dejo la mochila, empujo mi mesa hacia la izquierda y tomo asiento.
Los colores neutros de los pantalones de los alumnos pasan como borrones ante mí mientras escucho (cómo no) la voz de Enya saliendo por los altavoces. Los murmullos comienzan a extenderse por la clase, a la vez que la mirada de lirón de la profesora nos inspecciona uno a uno.
Y de repente.
Una figura de blanco y negro entra en la "sala de conciertos" a saltos, como es su infantil costumbre.
Obviamente, ya sé quién es.
Conozco demasiado bien la sensación de hormigueo que me recorre el estómago cuando presiento que está cerca, como un centenar de mariposas que fueran ascendiendo dentro de mí hasta la garganta, justo en el momento de expandirse por mi cuerpo e intentar ahogarme, abrirse paso hacia mi corazón, cavar el hueco de una tumba de recuerdos que para él nunca llegarán a significar nada, y que era lo único que sobre su persona me hace feliz.
Jack.
Jack, que con su cara bonita y su carisma ha cautivado a tantas otras chicas que, a diferencia de mí, han sabido olvidarlo antes de que les causara algún daño; Jack, la persona con la que es imposible no reírse, el que te deja pensando cómo puede sacar comentarios graciosos a cualquier situación; el que hace que cada día me levante con ganas de ir al instituto; el único al que podré amar... y también el único que jamás llegará a amarme.
-Adiós -les digo simplemente, sonriendo.
El sonido de mis zapatos es prácticamente inaudible, pero la marcha rítmica a la que camino me permite pensar con más claridad.
<<¿Ha pasado esto de verdad?>>, me cuestiono.
Al llegar a casa (diez minutos más tarde de lo habitual) dejo la pesada mochila sobre la cama, almuerzo y me dispongo a hacer los deberes. Me recuerdo que mañana es viernes, y que puedo encontrarme con Jack de nuevo en nuestro jardín. Sonrío ante la idea.
Ahora, lo difícil va a ser enfrentarme a todo esto sola.
Son las ocho menos diez de la mañana. Voy de camino al instituto, siempre puntual.
Procuro no fijarme demasiado en el brillante automóvil por el que asoman los cabellos de Elizabeth. Lo siguiente ya es inevitable. Sí, allí está él.
Entro en el centro, y cualquiera que no haya notado el acelerón que acabo de pegar debería comenzar a buscarse unas buenas gafas.
-¡Jack! -escucho gritar a Miles, quien siempre lo acompaña. La inocencia rebosa en él, y parece mucho menor de lo que es.
La figura del otro asoma entre el hueco de la escalera, y, sin quererlo, mi ritmo se altera... demasiado. Me permito ver su cara de extrañeza mientras subo.
En clase, hago lo habitual en mí: me siento, cojo un libro de terror romántico y me dispongo a leer. Pero la tentación de alzar la cabeza cuando percibo la presencia de su cazadora beige en el umbral de la puerta del aula me puede.
Unas oscuras ojeras se han instalado bajo sus ojos, y la mirada perdida que ofrece me muestra lo poco que ha dormido la pasada noche.
<<Así sí que "parece" inocente>>, me recuerdo. Y, digamos la verdad, no tengo ganas de leer ahora.
Me levanto y me dirijo al pupitre de Katherine, que se halla hablando con otros alumnos.
Miro disimuladamente a mi izquierda, y me sorprendo al no encontrar a Jack en su sitio, que, por cierto, se encuentra en la otra punta de la clase. En el extremo más alejado de mí, y de mis planes psicóticos. <<Pues estará contento>>, me digo, haciendo gala de mi orgullo herido a medias.
Un leve empujón en los omóplatos me distrae de la conversación con mi amiga.
Observo mi reflejo en sus ojos verdeazulados, que brillan como los de un gato en la oscuridad.
<<¿Pero se puede saber qué hace?>>, pienso. ¿A quién se le ocurre dar un rodeo a la clase entera para llegar a su asiento? Y además si en el camino te encuentras a una persona a la que (por motivos aún desconocidos) prácticamente odias.
<<Ya está, lo que se propone es matarme un día de éstos de un ataque al corazón>>.
Qué maquiavélico.
El timbre suena, indicando el inicio de las clases.
Tenemos música a primera hora, y... digamos que nuestra profesora es... "especial". Cuarenta minutos de una hora (o más) nos los pasamos tumbados encima de las mesas, con las luces apagadas y escuchando música clásica o de relajación. Y los otros veinte tampoco hacemos gran cosa. Yo siempre me he negado a doblegarme y a no trabajar en su aula, pues me indigna.
Resulta que a Jack podían haberlo puesto a mi lado, como el año pasado, pero noo... yo me siento en la primera fila, y él, en la última. Aunque tampoco se está tan mal, así puedo leer cuando me apetezca, y me resulta entretenido observar a la gente que entra en el aula, puesto que tienen que pasar justo por delante de mí.
Dejo la mochila, empujo mi mesa hacia la izquierda y tomo asiento.
Los colores neutros de los pantalones de los alumnos pasan como borrones ante mí mientras escucho (cómo no) la voz de Enya saliendo por los altavoces. Los murmullos comienzan a extenderse por la clase, a la vez que la mirada de lirón de la profesora nos inspecciona uno a uno.
Y de repente.
Una figura de blanco y negro entra en la "sala de conciertos" a saltos, como es su infantil costumbre.
Obviamente, ya sé quién es.
Conozco demasiado bien la sensación de hormigueo que me recorre el estómago cuando presiento que está cerca, como un centenar de mariposas que fueran ascendiendo dentro de mí hasta la garganta, justo en el momento de expandirse por mi cuerpo e intentar ahogarme, abrirse paso hacia mi corazón, cavar el hueco de una tumba de recuerdos que para él nunca llegarán a significar nada, y que era lo único que sobre su persona me hace feliz.
Jack.
Jack, que con su cara bonita y su carisma ha cautivado a tantas otras chicas que, a diferencia de mí, han sabido olvidarlo antes de que les causara algún daño; Jack, la persona con la que es imposible no reírse, el que te deja pensando cómo puede sacar comentarios graciosos a cualquier situación; el que hace que cada día me levante con ganas de ir al instituto; el único al que podré amar... y también el único que jamás llegará a amarme.
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