Siento las piernas como si se hubieran transformado en alas.
Puedo volar, puedo volar.
Puedo sonreír sin inmutarme de lo que ocurra en el resto del mundo, puedo desprenderme unos instantes de la grisácea piel que es, en parte, mi vida.
Puedo hacerme creer que he olvidado.
Es posible que no sea cierto, soy totalmente consciente de ello, mas me he tomado la libertad de desear sentirme egoísta por una vez.
Me agacho, poniéndome en cuclillas. Me encuentro escondida tras un matorral sobre una pequeña columna, con el grupo detrás de mí, riendo en silencio, las mejillas arreboladas junto a una agitada respiración por el hecho de haber recorrido la manzana entera de incógnito.
Los miro, y por un instante algo se retuerce dentro de mí.
Me odio a mí misma por reconocer sin vacilar esa sensación.
El recuerdo del sentirme apartada, diferente, extraña.
Rara.
La envidia.
Porque sé que, en cuanto termine esta noche, ellos continuarán exactamente igual que ahora, mientras que yo volveré a ser Anne Dyer, la chica muda, la niña de la ventana, la de los libros, la de la sonrisa tímida.
Cierro los ojos.
Me concentro.
Y visualizo a mi abuela.
Como tantas otras veces, ahí está su espíritu, su fantasma, su ángel diciéndome que sea feliz, que disfrute de la vida, que no merece la pena llorar.
Pero, aún así, una lágrima escapa bajo el antifaz.
Respiro.
La mujer de mi cabeza pone cara de exasperación, mas una risa escapa de sus labios.
<<De acuerdo>>, gesticula.
Y desaparece.
Bajo la vista, enfrascándome en mis pensamientos.
Vuelvo la cabeza a mis compañeros.
-Ahora -susurro.
Como impulsados por un resorte, la "manada" sale disparada cual rayo hacia la entretenida e ignorante multitud, que pilla a algunos enanos tratando de colarse por entre sus cuerpos para alcanzar las casas llenas de caramelos.
No puedo evitar sonreír al apreciar lo infantil de sus rostros, la alegría de sus almas, la divertida emoción al saltar sobre los bancos.
Los sigo, diciéndome que deprimida no es que me vaya a divertir mucho hoy. En Halloween. En las Azaleas.
Junto a Jack.
Así que grito, me escondo, miro por encima de las espinas de un rosal, me deslizo por el suelo como si fuera un reptil, mientras a Claire le entra un ataque de risa al ver mis habituales locuras.
-¡Ven! -le digo a la vez que pego un brinco mirando hacia atrás.
Sus carcajadas aumentan, y se sujeta la barriga.
-¿Qué...?
Caigo hacia el suelo, y me quedo allí un momento, preguntándome qué es exactamente lo que acaba de pasar.
Claire señala disimuladamente hacia mis espaldas, conteniendo la risa.
Me giro lentamente, como si hubiera un depredador tras de mí.
En fin, en mi opinión no es tan diferente a lo que sería un león.
-Oh, Dios mío.
Siento cómo la vergüenza y la diversión compiten por llegar primero a mi rostro. Creo que ganan las dos, solo que el bochorno se dibuja claramente en mis facciones en forma de rosado rubor.
Me cubro la cara con la mano derecha, mi torso asciende y desciende rápidamente en cuanto me doy cuenta de lo ridículo de la situación.
Ahí estoy yo, tirada en el suelo, muriéndome de risa, aparentemente invisible (o ignorada) por los demás. Y, frente a mí, el chico que me gusta, tendiéndome educadamente la mano sin olvidar sus buenos modales, de los que estoy empezando a pensar que yo carezco.
Sí, definitivamente, en el mundo hay gente estúpida. Como yo.
Agita el brazo, instándome a separarme del suelo.
Pero yo no se la acepto. Soy demasiado orgullosa para eso.
Me levanto de un salto, me aliso la falda y me coloco bien los zapatos.
-Gracias -digo, alzando el mentón, sintiéndome tonta en mi fuero interno.
Jack hace una floritura con la mano y una reverencia, a la que yo intento corresponder.
Pero me caigo.
Bueno, o casi.
Supongo que habría sido mejor que me hubiera estampado de bruces contra el asfalto.
No llego a besar el suelo. Unos dedos me agarran por la cintura.
Lo malo fue que yo me he aferrado con todas mis fuerzas a ellos.
Jack ríe, dejándome en ridículo entre sus brazos como una niña pequeña.
Me sonrojo, y di gracias a llevar puesto sobre mis mejillas el antifaz veneciano.
-Eres...
-¿Increíblemente atractivo y caballeresco? Sí. Esta noche me dedico a salvar damiselas en apuros.
-No estaba pensando precisamente en eso. Ah, y no soy una "damisela en apuros" -le suelto, zafándome de él.
Su risa suena tras de mí, irritándome.
La canción cambia a una más lenta, y acabo de desear que nunca lo hubiera hecho.
La melodía trae a mis pensamientos recuerdos de años pasados.
Es una clase.
Sobre el suelo, instrmentos musicales repartidos por doquier, alumnos de cuarto curso, apenas de diez años, sintiéndose importantes.
En el centro, una chica.
Se imagina lo que todos pensarían. <<¿Qué hace aquí? Ésta no es su clase. Es tan extraña...>>
Ella misma ha llegado a cuestionarse el porqué de su asistencia al otro curso.
Pero a la niña se le da bien tocar, así que se decanta por ignorarlos, coge un mazo y se sienta.
Mientras espera al resto, el chiquillo de los ojos de Chucky (sí, ella los ve así, opinaba que están demasiado abiertos como para captar cualquier cosa, incluso a ella) se acomoda a su lado.
No hablan.
Pero el corazón de la niña late a tal velocidad que no se extrañaría si se le sale del pecho.
Resopla, la frente le sudaba.
-Un, dos, tres...
Las manos del profesor bajan, y sus pupilos empiezan a tocar.
<<Do, mi, sol, fa, mi, do, mi, re...>>, en la cabeza de la chica las notas se suceden, una tras otra, y se imagina que en la de su compañero ocurre lo mismo. Los dos rozan las mismas teclas, a la misma vez.
Ella mira los dedos de él cerrarse sobre el mazo, golpear el metalófono, ascender, girar levemente en el aire al son del Canon de Pachelbel.
Un bonito pensamiento deambula por la mente de la niña.
A lo mejor es que los dos están unidos por la música.
La imagen se difumina, el sonido se va perdiendo mientras regreso a la realidad.
Él me mira.
Sonrío, dejando entrever mis dientes, y Jack me corresponde.
Vuelve a tenderme la mano.
Esta vez la sujeto.
-¿Te... acuerdas? -murmuramos, fijando la vista en nuestras palmas.
Reímos.
-Sí, tú eras la doña perfectita de la otra clase.
-Sí, tú eras el de los golpes fuertes al metalófono, el del aula de al lado.
-Eh, no es que diera los golpes fuertes, es que tú tenías el oído "demasiado desarrollado".
-No es que yo fuera perfecta, es que tú lo hacías todo el doble de intenso que los demás.
Suspira, divertido.
-¿Me observabas?
Guardo silencio unos segundos, incómoda.
-¿A qué te refieres? -logro decir.
-Bueno... ¿te gustaba?
-Eso fue hace mucho tiempo, Jack -atajo.
-Sabes que para mí no pasa el tiempo, y veo en tus ojos que para ti tampoco.
No puedo negárselo, pero sí esquivarlo.
-La gente normal no ve cosas en los ojos.
-No soy normal. Y no intentes cambiar de tema.
-Cabezota.
-Oh, ésa es una de las cualidades por las que te atraigo irracionalmente, ¿verdad?
Lo miro con odio en los ojos, antes de añadir:
-No sé por qué he venido aquí.
Él calla, a la espera de que diga algo más.
-Por cierto, no vuelvas a confundirte. No me gustas, solo eres algo más para distraerme -miento.
Me parece que su orgullo varonil se siente ofendido. Supuestamente ésa era mi intención, pero luego me parezco una mala persona.
-Anne...
-No, Jack -me retiro de él, a mi pesar-. Ya no.
Me dirijo hacia la puerta, sola, supongo que Claire se ha aburrido o no quería molestar. Aún me parece que estoy soñando. ¿Anne Dyer, hablando con Jack Blackwood? Imposible. Me pregunto por qué no habrá comentado nada acerca de que yo tenga voz.
Educación, supuse.
Camino a paso rápido hacia el portón, pulso el timbre.
-No funciona -dice Jack a la vez que hurga en sus bolsillos.
Saca un llavero, agitándolo ante mí.
Pongo los ojos en blanco.
Abre, sujeta el pomo y me deja pasar con elegancia.
Enarca una ceja.
-No lo vas a olvidar.
-No.
-No era una pregunta.
-Lo sé.
Me llevo las manos a la cabeza, exasperada.
-Vas a volver, ¿no es así?
-¿Cómo? -pregunto.
-Regresarás esta noche a las Azaleas. Sé que no me equivoco.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Te he visto muchas otras veces. Espiándome.
-Si me decido a volver -agrego, poniéndome digna-, ten por seguro que no me encontrarás. No esta noche. No aquí.
-Eso ya se verá, Anne Dyer -finaliza, llamándome por mi nombre completo, ya que él ha sido el culpable de que todo el mundo se dirija a mí de esa manera.
-Feliz Halloween, Blackwood.
Cierra la puerta con un chasquido, no sin antes echar un descarado vistazo a mi falda, que el viento ha levantado, dejando ver mis piernas a la perfección.
Lo ignoro.
Puedo volar, puedo volar.
Puedo sonreír sin inmutarme de lo que ocurra en el resto del mundo, puedo desprenderme unos instantes de la grisácea piel que es, en parte, mi vida.
Puedo hacerme creer que he olvidado.
Es posible que no sea cierto, soy totalmente consciente de ello, mas me he tomado la libertad de desear sentirme egoísta por una vez.
Me agacho, poniéndome en cuclillas. Me encuentro escondida tras un matorral sobre una pequeña columna, con el grupo detrás de mí, riendo en silencio, las mejillas arreboladas junto a una agitada respiración por el hecho de haber recorrido la manzana entera de incógnito.
Los miro, y por un instante algo se retuerce dentro de mí.
Me odio a mí misma por reconocer sin vacilar esa sensación.
El recuerdo del sentirme apartada, diferente, extraña.
Rara.
La envidia.
Porque sé que, en cuanto termine esta noche, ellos continuarán exactamente igual que ahora, mientras que yo volveré a ser Anne Dyer, la chica muda, la niña de la ventana, la de los libros, la de la sonrisa tímida.
Cierro los ojos.
Me concentro.
Y visualizo a mi abuela.
Como tantas otras veces, ahí está su espíritu, su fantasma, su ángel diciéndome que sea feliz, que disfrute de la vida, que no merece la pena llorar.
Pero, aún así, una lágrima escapa bajo el antifaz.
Respiro.
La mujer de mi cabeza pone cara de exasperación, mas una risa escapa de sus labios.
<<De acuerdo>>, gesticula.
Y desaparece.
Bajo la vista, enfrascándome en mis pensamientos.
Vuelvo la cabeza a mis compañeros.
-Ahora -susurro.
Como impulsados por un resorte, la "manada" sale disparada cual rayo hacia la entretenida e ignorante multitud, que pilla a algunos enanos tratando de colarse por entre sus cuerpos para alcanzar las casas llenas de caramelos.
No puedo evitar sonreír al apreciar lo infantil de sus rostros, la alegría de sus almas, la divertida emoción al saltar sobre los bancos.
Los sigo, diciéndome que deprimida no es que me vaya a divertir mucho hoy. En Halloween. En las Azaleas.
Junto a Jack.
Así que grito, me escondo, miro por encima de las espinas de un rosal, me deslizo por el suelo como si fuera un reptil, mientras a Claire le entra un ataque de risa al ver mis habituales locuras.
-¡Ven! -le digo a la vez que pego un brinco mirando hacia atrás.
Sus carcajadas aumentan, y se sujeta la barriga.
-¿Qué...?
Caigo hacia el suelo, y me quedo allí un momento, preguntándome qué es exactamente lo que acaba de pasar.
Claire señala disimuladamente hacia mis espaldas, conteniendo la risa.
Me giro lentamente, como si hubiera un depredador tras de mí.
En fin, en mi opinión no es tan diferente a lo que sería un león.
-Oh, Dios mío.
Siento cómo la vergüenza y la diversión compiten por llegar primero a mi rostro. Creo que ganan las dos, solo que el bochorno se dibuja claramente en mis facciones en forma de rosado rubor.
Me cubro la cara con la mano derecha, mi torso asciende y desciende rápidamente en cuanto me doy cuenta de lo ridículo de la situación.
Ahí estoy yo, tirada en el suelo, muriéndome de risa, aparentemente invisible (o ignorada) por los demás. Y, frente a mí, el chico que me gusta, tendiéndome educadamente la mano sin olvidar sus buenos modales, de los que estoy empezando a pensar que yo carezco.
Sí, definitivamente, en el mundo hay gente estúpida. Como yo.
Agita el brazo, instándome a separarme del suelo.
Pero yo no se la acepto. Soy demasiado orgullosa para eso.
Me levanto de un salto, me aliso la falda y me coloco bien los zapatos.
-Gracias -digo, alzando el mentón, sintiéndome tonta en mi fuero interno.
Jack hace una floritura con la mano y una reverencia, a la que yo intento corresponder.
Pero me caigo.
Bueno, o casi.
Supongo que habría sido mejor que me hubiera estampado de bruces contra el asfalto.
No llego a besar el suelo. Unos dedos me agarran por la cintura.
Lo malo fue que yo me he aferrado con todas mis fuerzas a ellos.
Jack ríe, dejándome en ridículo entre sus brazos como una niña pequeña.
Me sonrojo, y di gracias a llevar puesto sobre mis mejillas el antifaz veneciano.
-Eres...
-¿Increíblemente atractivo y caballeresco? Sí. Esta noche me dedico a salvar damiselas en apuros.
-No estaba pensando precisamente en eso. Ah, y no soy una "damisela en apuros" -le suelto, zafándome de él.
Su risa suena tras de mí, irritándome.
La canción cambia a una más lenta, y acabo de desear que nunca lo hubiera hecho.
La melodía trae a mis pensamientos recuerdos de años pasados.
Es una clase.
Sobre el suelo, instrmentos musicales repartidos por doquier, alumnos de cuarto curso, apenas de diez años, sintiéndose importantes.
En el centro, una chica.
Se imagina lo que todos pensarían. <<¿Qué hace aquí? Ésta no es su clase. Es tan extraña...>>
Ella misma ha llegado a cuestionarse el porqué de su asistencia al otro curso.
Pero a la niña se le da bien tocar, así que se decanta por ignorarlos, coge un mazo y se sienta.
Mientras espera al resto, el chiquillo de los ojos de Chucky (sí, ella los ve así, opinaba que están demasiado abiertos como para captar cualquier cosa, incluso a ella) se acomoda a su lado.
No hablan.
Pero el corazón de la niña late a tal velocidad que no se extrañaría si se le sale del pecho.
Resopla, la frente le sudaba.
-Un, dos, tres...
Las manos del profesor bajan, y sus pupilos empiezan a tocar.
<<Do, mi, sol, fa, mi, do, mi, re...>>, en la cabeza de la chica las notas se suceden, una tras otra, y se imagina que en la de su compañero ocurre lo mismo. Los dos rozan las mismas teclas, a la misma vez.
Ella mira los dedos de él cerrarse sobre el mazo, golpear el metalófono, ascender, girar levemente en el aire al son del Canon de Pachelbel.
Un bonito pensamiento deambula por la mente de la niña.
A lo mejor es que los dos están unidos por la música.
La imagen se difumina, el sonido se va perdiendo mientras regreso a la realidad.
Él me mira.
Sonrío, dejando entrever mis dientes, y Jack me corresponde.
Vuelve a tenderme la mano.
Esta vez la sujeto.
-¿Te... acuerdas? -murmuramos, fijando la vista en nuestras palmas.
Reímos.
-Sí, tú eras la doña perfectita de la otra clase.
-Sí, tú eras el de los golpes fuertes al metalófono, el del aula de al lado.
-Eh, no es que diera los golpes fuertes, es que tú tenías el oído "demasiado desarrollado".
-No es que yo fuera perfecta, es que tú lo hacías todo el doble de intenso que los demás.
Suspira, divertido.
-¿Me observabas?
Guardo silencio unos segundos, incómoda.
-¿A qué te refieres? -logro decir.
-Bueno... ¿te gustaba?
-Eso fue hace mucho tiempo, Jack -atajo.
-Sabes que para mí no pasa el tiempo, y veo en tus ojos que para ti tampoco.
No puedo negárselo, pero sí esquivarlo.
-La gente normal no ve cosas en los ojos.
-No soy normal. Y no intentes cambiar de tema.
-Cabezota.
-Oh, ésa es una de las cualidades por las que te atraigo irracionalmente, ¿verdad?
Lo miro con odio en los ojos, antes de añadir:
-No sé por qué he venido aquí.
Él calla, a la espera de que diga algo más.
-Por cierto, no vuelvas a confundirte. No me gustas, solo eres algo más para distraerme -miento.
Me parece que su orgullo varonil se siente ofendido. Supuestamente ésa era mi intención, pero luego me parezco una mala persona.
-Anne...
-No, Jack -me retiro de él, a mi pesar-. Ya no.
Me dirijo hacia la puerta, sola, supongo que Claire se ha aburrido o no quería molestar. Aún me parece que estoy soñando. ¿Anne Dyer, hablando con Jack Blackwood? Imposible. Me pregunto por qué no habrá comentado nada acerca de que yo tenga voz.
Educación, supuse.
Camino a paso rápido hacia el portón, pulso el timbre.
-No funciona -dice Jack a la vez que hurga en sus bolsillos.
Saca un llavero, agitándolo ante mí.
Pongo los ojos en blanco.
Abre, sujeta el pomo y me deja pasar con elegancia.
Enarca una ceja.
-No lo vas a olvidar.
-No.
-No era una pregunta.
-Lo sé.
Me llevo las manos a la cabeza, exasperada.
-Vas a volver, ¿no es así?
-¿Cómo? -pregunto.
-Regresarás esta noche a las Azaleas. Sé que no me equivoco.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Te he visto muchas otras veces. Espiándome.
-Si me decido a volver -agrego, poniéndome digna-, ten por seguro que no me encontrarás. No esta noche. No aquí.
-Eso ya se verá, Anne Dyer -finaliza, llamándome por mi nombre completo, ya que él ha sido el culpable de que todo el mundo se dirija a mí de esa manera.
-Feliz Halloween, Blackwood.
Cierra la puerta con un chasquido, no sin antes echar un descarado vistazo a mi falda, que el viento ha levantado, dejando ver mis piernas a la perfección.
Lo ignoro.
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