sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo 3.

El balón se acerca peligrosamente hacia mis piernas, con un silbido que parte el aire en dos.
No me sorprende en absoluto el rostro de rasgos afilados que me ha apuntado, dado el complicado contacto que mantenemos tras lo acontecido este año. Me refiero a que, no sé por qué, a Jack Blackwood le sentó mal el que yo entrara de sopetón en su clase y me convirtiera en la empollona.
Una sonrisa de satisfacción aflora entre sus dientes blancos, pero desaparece en el mismo instante en que esquivo la pelota con un ágil movimiento felino.
Ahora es mi turno de reírme.
El mero hecho de ver cambiar su semblante en ocasiones prácticamente inexpresivo es un logro, y me felicito interiormente por ello.
Después de mi repentina llegada a su curso, él ha dejado de tratarme como a todos los demás... como si no fuera un persona normal (vale, es posible que no, pero... ¿tanto como para prácticamente ignorarme?). El problema es que yo, como una imbécil que soy, me he pasado meses y meses intentando seguirle la pista, volcándome en encontrar algo útil acerca de él, como si no hubiera ningún otro chico en el mundo.
Aunque, debo admitir, por el momento no parece haberlo.
Pero, qué tonta, ¿quién iba a querer estar conmigo, con Anne Dyer, con la chica a la que nadie conoce la voz?
Patético.
Las clases terminan a las dos y media, con un montón de alumnos nerviosos de 4º de ESO, mi curso, tras una clase de Plástica que todos se toman como recreo.
Ahora viene lo complicado.
Katherine y yo salimos a la vez, pegando empujones a diestro y siniestro. Ah, por cierto, Katherine es una de mis mejores amigas. Un tanto... diferente, al igual que yo, pero a la que no cambiaría por nada. Nos complementamos bien, o eso creemos.
Halloween está a punto de llegar, por lo que todo el mundo está aún más alterado de lo normal.
Rose, una muchacha jovial e inquieta, está con nosotras.
-Pues sí, soy una mala influencia -repito.
-Claro, no veas, ¿y luego qué pasa con esos dieces, eh? -dice Katherine.
-Es que no termino de creerme que solo estudies dos o tres días antes de un examen -exclama, incrédula, Rose.
-Pues créetelo -río.
-¡Bueno, me voy, adiós!
Rose se aleja hacia sus otros amigos, agitando su oscura cola de caballo.
Se me olvidaba, ella es uno de mis sujetos de espionaje. Vive justo frente a mí, y, claro, una oportunidad así no se puede desaprovechar. Aunque he de decir que ella también me acosa desde su cocina.
Llega junto a sus vecinos saltando, con la mochila a la espalda. Es sorprendentemente ágil pese a su menuda estatura.
Allí está él.
El semáforo del cruce en el que nos encontramos está en rojo, y calculo que todavía tardará unos cuarenta segundos en cambiar de luz.
Jack se gira levemente, dejándome vislumbrar parte de sus pómulos alzados y su barbilla partida. En ocasiones me parece que lo hace aposta, en serio.
Y, para mi sorpresa, se gira por completo. Hacia mí.
Trago saliva.
Sus pupilas se clavan en mí como si de dos flechas certeras se tratara.
Tres segundos.
No deja de observarme, y no pienso ser la primera en apartar la vista.
Cinco segundos.
<<Vale, fue bonito mientras duró>>, pienso, pues mis contactos visuales nunca llegan más allá de eso. Suspiro.
Siete segundos.
<<Eh... ¿qué? Esto va contra las normas, ¿no?>>
Diez segundos.
<<Aparta-la-mirada>>, me ordeno.
Dios, ¿qué me ocurre? Esto es imperdonable, pero... él...
Parpadea, igual que si acabara de salir de un sueño. Vuelve a prestarle atención a la conversación con su amigo, haciendo como si no hubiera pasado nada.
No me pasa desapercibido el arco ascendente de su comisura izquierda.
<<¿A qué estás jugando, Jack?>>
-Anne, ¡Anne! ¡Contesta! -casi grita Katherine, pasándome una mano por delante de la cara.
-Oh, sí, claro... ¿qué decías?
-Ya nada, es igual... -dice, resignada.
De repente se me viene a la cabeza un cabo que he dejado sin atar.
No puedo dejar a mi compañera en su portal y continuar hasta casa con el chico que me gusta al lado.
-Oye, Katherine, mi querida amiga del alma...
-Yo que tú me daba prisa, mi piso está enfrente.
-Bueno, sobre eso iba la cosa... ¿me acompañas hasta mi casa?
-Es que... no sé, Anne... mi hermana está delante y a ver si...eh, un momento, eres una mala influencia, lo que significa que... me estás intentando contagiar, ¿verdad? -me acusa, apuntándome con un pálido dedo.
Me río.
-Sí, por supuesto, qué lista eres. Me has descubierto.
-¡Ajá! Pues entonces, dado que no quieres ir sola, y yo no puedo ir contigo... jumm, alguien sensato... ¡ah,sí, tú, Blackwood! -escoge, con expresión satisfecha, llamándolo por su apellido, como hace todo el mundo menos yo.
El aludido se centra en nosotras.
-Anda, que se supone que tú eres un chico legal, lleva a la princesa a su castillo -le dice, mirándome.
Jack se queda estupefacto. Los ojos se le abren como platos, mas puedo reconocer en ellos el brillo dorado que delata la diversión. Se ve que esa ha sido una de las pocas cosas que no ha visto venir.
Y a mi rostro poco le falta para convertirse en fuego.
-Eh... Katherine, ¿qué...? -musito, advirtiéndola con un gesto estrambótico.
El chico se dirige a mí, visiblemente incómodo, mientras yo trato de explicarme con movimientos nerviosos.
Mi amiga se cruza de brazos, sin comprender por qué no nos parece bien su fantástico plan.
Y es que más de una docena de ojos sedientos de rumores que expandir (y deformar) no ayudan mucho en una situación así.
Entonces, el mundo se detiene. No sé si literalmente, pero al menos a mí me lo parece.
Y solo existimos él y yo.
Guau, sí que suena cursi.

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