sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo 16.

Mis ojos se abren desmesuradamente. Me llevo la mano a la boca, incapaz de proferir sonido alguno.
Bajo mis ojos yace algo, algo oscuro que se agita, entre espasmos, retorciéndose sobre sí mismo.
O alguien.
Sus ojos vidriosos se desplazan, rápidos, por la habitación tenuemente iluminada con el resplandor de una lámpara situada junto a una austera estantería de madera.
Respiro agitadamente, el corazón latiéndome a un ritmo antinatural. Mis ropas ascienden, descienden, acompañando a mis seguidas pulsaciones.
La persona cesa de moverse.
Me agacho, poniéndome en cuclillas junto al desfalleciente muchacho a mi derecha.
Jack.
Sus manos permanecen agarrotadas sobre su pecho, una gélida caja encogida dentro de su alma. Su rostro, una máscara congelada en una mueca de terror cual espejo quebrado.
Cierro los ojos, con fuerza.
Me niego a creer lo que estoy viendo, a Jack tirado en el suelo, su tez empalidecida por el velo de la muerte, su pecho sin vida, sus hermosos ojos tornándose grises a una velocidad abrumadora.
No puede ser, no puede ser.
Es imposible.
Quizá así pueda ahuyentar a los fantasmas de mi pasado, de mi presente, de mi futuro.
Porque, diez años después, permanezco reacia a admitir que la gente a la que amo también muere.
Como todo el mundo.
Aprieto la mandíbula, los dientes rechinando, el pánico expandiéndose dentro de mí.
Realmente no sé absolutamente nada de remedios o medicina, pero por intentar salvar una vida especialmente importante no voy a perder nada.
Así que alzo mi mano, y la llevo a su muñeca izquierda, fría como el hielo. Trato inútilmente de tomarle el pulso, de sentir sus latidos, de notar el flujo de la sangre caliente recorriendo su cuerpo.
Nada.
Una opresión en el pecho se adueña de mí, fuerza a mi corazón a mermar su tamaño.
Pienso.
Pienso en cualquier cosa, en cualquier método que me ayude a recuperar a Jack.
Conduzco un vacilante dedo hacia su nariz, hacia su boca entreabierta.
No respira.
Me aparto de él.
Las lágrimas comienzan a anegar mis párpados. Los aprieto concienzudamente, intentando evitar que mis mejillas se humedezcan, que mi tez se vuelva gris otra vez, que me tenga que ocultar del monstruo del miedo que sigue acechando a la vuelta de la esquina.
Tratando de ignorar que Jack está muerto.
Mas mis esfuerzos son en vano, y rápidamente un río de lágrimas desciende sobre mi rostro sonrojado.
Y lloro, y lloro.
Lloro por alguien para quien nunca he significado nada, los sollozos se agolpan en mi garganta por una vida finalizada casi sin empezar.
Me cubro la cara con las manos, el antifaz veneciano se oscurece, el estúpido maquillaje que oculta mi ser desaparece, tiñendo mi rostro de lágrimas negras.
Abro los ojos de nuevo, pestañeando, creyendo que de esa manera conseguiré traer a Jack de vuelta a la vida.
Pero no.
Su cadáver sigue aquí, junto a mí, inerte en una distinguida posición.
Me obligo a parar de llorar.
No, eso no está bien.
Eso es de débiles.
Hay momentos en los que se nos ocurren las ideas más extrañas cuando realmente no debemos estar pensando en nada.
Lo último que se me hubiera tenido que pasar por la cabeza ahora mismo es lo primero que se me ha venido a la mente.
¿Y si...?
Apoyo la cabeza de Jack en mi hombro, acunándolo a medias como a un bebé.
Mis lágrimas caen sobre sus párpados marchitos, sobre sus verdes iris ahora cubiertos por una película blanca.
Bajo la mano hacia su rostro, lo acaricio, le cierro los ojos.
Es tan hermoso.
Tan inocentemente infantil.
Sonrío leve y nostálgicamente, me dejo caer junto a él.
Trazo una fina línea desde el nacimiento de su cabello hasta el hueco de su pálida clavícula.
Y lo beso.
Muy suavemente, casi un tímido roce, lo contrario a mis fantasías de cuento de hadas.
Sí, lo amo, o amaba, pero no deseo mentirme dándome falsas esperanzas.
El príncipe no despertará de su sueño eterno con el beso de una plebeya.
Suspiro.
Desde mi posición, trato de insuflarle aire en los pulmones, mientras mis puños golpean su pecho, decididos a no dejarle ir.
Por un instante, observo la escena desde fuera de mi cuerpo, como todos los fantasmas que giran a mi alrededor.

Una chica, obstinadamente desesperada en no permitir marchar en paz a un muchacho. Una y otra vez, una y otra vez, junta sus labios con los del joven en un ansioso boca a boca, le toma el pulso, zarandea su torso inerte.
Pero él no responde.
Y ella se odia a sí misma, al mundo, a su amado, por ser tan desconsiderado como para dejarla sola sin haberse despedido.
Pero, aún así, sus alargados dedos no cesan de recorrer la frente del difunto, su nariz, sus cejas, su boca.
Como queriendo conservar hasta el más vivo y último recuerdo de él.
Como deseando volver a sentir su presencia junto a ella.
Como tratando de evitar doblegarse a la dura realidad.
Llora en completo silencio, sus sollozos en soledad se cuelan por entre los labios entreabiertos del joven. Éstos se humedecen, nada más.
Nada más.
Ella frunce el ceño con una inusitada fuerza, aúlla, levantando la cabeza al cielo, clava sus puños en el pecho de él, que se convulsiona, pero no da señales de vida.
La muchacha se levanta poco a poco, se aparta del cadáver, se dispone a abandonar la estancia.
La puerta se cierra con un chasquido.
Avanza con lentitud por el pasillo, con andares pesarosos.
Se detiene a mitad de camino.
Se tira al frío suelo.
Deja que el miedo, la tristeza y la soledad se adueñen de ella.
Golpea el mármol con las dos manos, hasta que la sangre comienza a manar de ellas, araña su vestido, destrozándolo y convirtiéndolo en tiras oscuras.
Rotas.
Como ella.
Se estira en toda su longitud, extiende sus dedos, inspira.
Y entonces.
Un alarmante sonido procedente de la habitación llega a sus oídos.
Se levanta con rapidez, dejando atrás el terror a la sorpresa.
Empuja el pomo del dormitorio del joven, a la vez que introduce su cabeza por la abertura entre la puerta y la pared, por donde un halo de luz se refleja en su antifaz.
Al igual que una exhalación, se mete en el cuarto.
Lo que ve provoca que un suspiro salga de sus labios.
Él baja las manos al suelo, se apoya en ellas.
Se levanta hasta ponerse a la altura de la muchacha.
Ella cierra la puerta, la empuja con su espalda, impidiéndole salir.
Su respiración delata su nerviosismo, su júbilo, pero ella se afana en ocultarlos.
Al fin y al cabo, eso es lo que lleva haciendo toda una vida.


Jack tartamudea, en un estado de confusión mental.
-Q-qué... ¿qué estás haciendo aquí?
Vaya, para acabar de despertarse de la muerte no ha sido muy sutil, que digamos.
-Quiero decir... ¿qué ha pasado?
Ah, ahora sí. Los buenos modales son algo que no se olvida.
Le sonrío.
-Esperar a que te levantaras. Estás más guapo cuando duermes, ¿sabes? -le digo, cosa que jamás me habría atrevido a confesar en el instituto.
-¿Cómo?
-Tú sabrás. ¿Qué estabas tramando antes de que yo llegara?
Duda, la confusión aparece en sus facciones.
-Supongo que me habré dado un golpe en la cabeza.
Trato de averiguar si está mintiéndome, mas doy por hecho que no.
-Ahora, ¿me puedes decir a qué has venido?
Río.
-No -susurro-. Pero te dejaste la puerta abierta.
Me alejo, divertida, de él.
-¿Qué te pasa en los ojos? -pregunta.
-¿A mí? -me señalo.
-Son negros.
Me giro, buscando un espejo. Cuando lo encuentro, me devuelvo una mirada en la que mis pupilas aparecen enormemente dilatadas.
Dicen que eso es lo que ocurre cuando piensas o estás con alguien a quien amas.
-Lentillas.
-Nadie se pone lentillas negras.
-Entonces, yo no soy nadie.
Bufa.
-Eres muy diferente a tu personalidad en el instituto -me comenta-. Lo contrario, diría yo.
-Lo sé, te lo advertí, ¿recuerdas? Cuando te dije... -vacilo un segundo- lo que tú y yo sabemos.
-Creo que sólo lo sabes tú.
-No soy tan estúpida como para repetirlo.
-¿El qué? ¿Que te gusto?
Alzo una ceja, molesta.
-No dije esa palabra, precisamente. Es carente de todo significado.
-Es posible que tengas razón, Anne.
Me gusta cómo suena mi nombre dicho por él. Es como un breve suspiro, como un efímero instante en la vida, sin ningún significado trascendental.
-Es tarde. ¿Vas a volver a bajar?
-Sí, luego. Por cierto, el baño está al fondo, a la derecha.
Ladeo la cabeza, confusa.
-¿Quieres que te diga que me alegra saberlo?
-No, pero supongo que querrás limpiarte la cara antes de reunirte con los demás.
Llevo las manos a mi rostro, se humedecen.
Me sonrojo, pero respondo rápidamente.
-Lo mismo te digo, Jack.
Él repite mi gesto, mas no encuentra nada.
-No te entiendo.
-Los labios. Tus labios.
Bajo la mirada hacia ellos.
Mi corazón palpita con más fuerza cuando descubre el rastro de mi pintalabios rojo impreso en su boca.
Sus ojos se agrandan enormemente.
-¡Adiós! -le digo, corriendo por el pasillo.
-¡Eh! -grita.
Me alivio al escuchar la diversión en su voz.
Chillo, riendo en voz alta.
-¡No me pillas! -canturreo.
-¿Que no? -escucho una engreída respuesta a mi espalda.
Jack se abalanza contra mí, haciendo que caiga al mullido sofá de su salón. Él acaba encima de mí.
-Te cogí -susurra, triunfante.
Contengo la respiración, mis emociones casi me pueden.
-¿Estás nerviosa? -me pregunta.
Suspiro.
-No veo por qué.
-Yo sí.
Las manos de Jack, que hace segundos lo sujetaban, se aflojan, y él desciende, acercándose a mí.
Parpadeo.
-¿Segura?
-Sí, completamente.
-De acuerdo.
Baja su cabeza hasta mi oreja.
-¿Y ahora?
-No. No estoy alterada -musito.
-Entonces, ¿tienes miedo?
-¿De qué?
-De mí.
-Eso no tiene ningún sentido.
-Ciencia infusa. No lo has negado.
-Está bien, no te tengo miedo.
-¿Y por qué estás tan tensa cuando hago, por ejemplo, esto?
Deja una mano libre, que utiliza para conducirla a mis mejillas.
-Jack, para.
Suelta una carcajada, pero me obedece.
-¿Qué pasa?
-¿Por qué haces esto?
-Me he perdido, Anne.
Me incorporo, quedándome frente a él.
-Tú quieres a Rose.
-No, no la quiero.
Se me forma un nudo en la garganta.
-Deseabas besarla.
-Oh, ¿te lo ha contado?
Asiento.
-Es un capricho, nada más.
Me cruzo de brazos.
-Tu hermana me ha dicho que tenías una novia en la playa.
-Tenía. No sigas por ese camino.
-¿Por qué? ¿Acaso las ves a todas como un premio por el que competir?
-Tú eres un premio especialmente difícil de ganar.
Entorno los ojos.
-Eso es un prejuicio.
-Sí, lo sé.
-Crees que sabes más cosas de las que realmente sabes.
-Puede.
La situación se vuelve incómoda, miro el reloj.
-Son las doce.
-¿Te vas?
-Sí, y no me voy a dejar un zapatito de cristal en tu casa.
-No lo permitiría, tendría que responder a un interrogatorio por parte de mi familia.
Alzo los ojos al cielo.
-Por cierto, aquí no ha pasado nada.
-¿Nada?
-En el instituto, nadie va a saber lo que ha ocurrido.
-¿Y qué ha ocurrido?
-Bien, veo que te has enterado de lo que quería decir. Buenas noches -me levanto del sofá y abro la puerta para irme.
-La fiesta aún no ha acabado. ¿No te vas a quedar?
-Bueno... de acuerdo. Pero sólo un rato más. Y voy a bajar las escaleras sola. Tus vecinos son unos cotillas.
-Anne.
Me giro, de cara a él.
-¿Cómo me has encontrado antes de despertarme?
-Pues... he subido a tu casa.
-No me refiero a eso. Quiero decir, ¿en qué estado?
Miro hacia otro lado, angustiada.
-Dormido.
-No dices la verdad.
-¿Tú crees?
-Sí. Estoy seguro.
Me muerdo el labio inferior, con fuerza, extremadamente nerviosa.
-Hace falta conocerme más de un día para adivinar cuándo finjo -respondo, cambiando radicalmente de tema.
-Anne, necesito una respuesta.
-¿Necesitas?
-Es urgente. Por favor.
Clavo mis ojos en los suyos, reacia a desvelar la verdad.
-Estabas tirado en el suelo... según tú, por un golpe en la cabeza.
Me observa con una preocupada intensidad, asintiendo.
-¿Qué más?
-Eso es todo. La próxima vez ten más cuidado. Así se crean tumores, sé de lo que hablo.
Chasquea la lengua, frustrado.
-Está bien -sonríe, pero detecto un temblor familiar en la comisura derecha que delata la mentira.
-Jack, ¿qué pasa?
Cesa de esforzarse en agradarme, y coge aire.
-¿Qué iba a pasar? Anda, ve abajo y disfruta de la fiesta. Yo te sigo en un minuto.
Cierra la puerta tras de mí, dejándome junto a muchas más dudas que me afano en ignorar.

Capítulo 15.

Es todo tan... absurdo, y confuso.
¿Realmente ha ocurrido esto?
A ver, a ver.
Pensemos con lógica.
Lo único que acaba de pasar es que me he "peleado" con Jack Blackwood.
Sí, claro, lo único.
Bueno, he de admitir que me ha divertido de alguna manera.
Los desconocidos no discuten.
No a menos que sean tan estúpidos como para hacerlo.
Y yo he tenido una riña con el chico que me gusta.
Nuestra primera discusión.
Oh, qué bonito.
Enternecedor, ¿verdad?
En ocasiones pienso que estoy un poco mal de la cabeza.
Bah, pero suele ocurrir.
Regreso a mi bloque.
Sola.
Oh, no pienses que me he rendido y me retiro a llorar.
Oh, no.
Precisamente no.
Me encuentro subida y agarrada a una alta valla desde la cual se divisan las Azaleas. Unos finos tallos ocultan mi rostro enmascarado mientras sonrío perversamente.
Mi vida es prácticamente como una película de espías.
Te doy permiso para llamarme "niña chica" o "infantil", porque (lo admito sin reparos) lo soy.
Pero, qué quieres que te diga, en tu cabeza no suena a diario, cuando te levantas, el tema musical de James Bond.
Me bajo de un brinco de los barrotes, colocando estratégicamente las manos en el suelo sin hacer ruido.
Y corro, y corro.
Corro tan rápido que pierdo la visión de los naranjos exteriores al patio.
Inspiro, espiro en concordancia con mis zancadas irregulares.
Observo la luna, alzándose llena en el cielo plagado de estrellas que titilan, reflejando su brillo blanquecino en mis ropajes oscuros.
Cuesta creer que algo tan hermoso pueda existir.
Me estoy desconcentrando.
Pero la puerta de las Azaleas se yergue frente a mí.
Río entre dientes.
Sé que realmente no tengo un plan específico para "vengarme", pero ya de por sí la satisfacción de pensar que puedo hacer algo es gratificante.
Tengo la costumbre de ir por mi barrio saltando puertas, pero esta vez me decanto por abrirla, ya que no ofrece mucha resistencia contra mi tozudez.
Entro.
Los tacones resuenan, y les chisto inútilmente, como si pudieran escucharme. Me agazapo contra un árbol de no mucho tamaño.
Observo.
Una pandilla de pequeños hombres lobo, momias y diablos salta junto a mí, sorprendiéndome. Sonrío al ver que miden menos de un metro y que rebosan más vitalidad que cualquiera de los adultos del lugar.
Busco a Jack con la mirada, pero no lo encuentro.
Veo a mi hermano, a sus amigos, a John, a Elizabeth, a Miles, a Jane... pero no a él.
Alzo una ceja, molesta. ¿Se estará escondiendo de mí?
De acuerdo.
¿Quiere jugar al escondite?
Juguemos.
Recorro el patio con la mirada infructuosamente, por lo que me dedico a caminar hacia ningún lado en particular. Ando por los dos bloques, risueña, con las manos a la espalda. Las personas fijan los ojos en mí, extrañadas, mas las ignoro por completo.
Doy saltos nerviosos al acercarme a mi... cuñada, pero, obviamente, no le pregunto dónde puede estar su hermano. Ella sabrá.
De repente, se me ocurre una de mis "fantásticas" ideas.
¿Y si... estuviera en casa?
Sé dónde vive, así que... ¿por qué no seguirlo?
La emoción es tal en este momento que no me detengo a pensar en si mis actos pueden ser considerados como allanamiento de morada.
Transformo mis ojos en dos rendijas oscuras, me cubro con la capa del disfraz hasta que me tapa el rostro y entro en el bloque.
Nadie me ha dicho nada, qué raro.
Ni avisos, ni amenazas de denuncia.
En fin, ¡mejor que mejor!
Paseo la vista por el interior del piso, que luce brillante, inmaculado. Hasta con un banco en el que sentarse para esperar al ascensor, lo que considero un poco absurdo, en honor a la verdad.
Por no darles la satisfacción a los "azaleños" de no subir a pie, utilizo la escalera.
Queda un rato hasta llegar al cuarto piso.
Cuando ya voy por la mitad de la primera planta, veo algo negro en el suelo que capta mi atención.
Lo recojo.
¿Una capa?
¿Qué clase de persona va dejando capas por las escaleras?
Frunzo el ceño, confusa, pero dejo la ropa junto al primer escalón del segundo piso.
Desde hace años he escuchado historias y maldiciones que los odiosos habitantes de las Azaleas inventaban sobre sus bloques para infundir miedo a los demás sin un motivo aparente.
Lo malo es que yo me las creía.
Siempre he sido una persona a la que le gusta leer libros de terror, por lo que tenía (tengo) fe en prácticamente todo. Y eso es, en ocasiones, un grave problema.
¿Quién te dice que lo que es tu imaginación no es la realidad oculta bajo un velo?
Por ello, suelto rápidamente la prenda en el pálido mármol, me giro a una velocidad extraña en mí y subo los escalones de dos en dos.
Por si acaso.
Es mejor prevenir que curar.
Me veo en el tercer piso en menos de diez segundos, con el corazón latiendo violentamente y las piernas flácidas, como de mantequilla.
Reduzco la velocidad, deteniéndome poco a poco.
Resollo por la boca, lo que me hace pensar que debería volver a hacer ejercicio bailando, como el año pasado.
Llego al cuarto piso.
Aguzo el oído, atenta a todo.
Silencio.
Un silencio antinatural, aunque quizá debido a que la mayor parte de mis vecinos se hallan abajo.
La letra, la letra. ¿Cuál era?
Ah, ya, el piso B.
Mi intención no es precisamente llamar, solo escuchar. Coloco el oído derecho en la puerta de Jack y contengo la respiración.
En el interior del piso se escucha una televisión encendida.
¿Realmente ha decidido quedarse en casa en lugar de asistir a la fiesta de Halloween?
Me encojo de hombros, pensando que no soy quién precisamente para juzgar las rarezas de la gente.
Bajo la vista hacia el pomo, y ahogo un grito.
La puerta está abierta.
La indecisión, el ansia, el terror y la excitación me recorren la columna vertebral.
Siento un escalofrío.
¿Qué hacer?
¿Me voy, teniendo la sensación de que jamás llegaré a conocer la casa de Jack?
¿O empujo el pomo, arriesgándome a que me descubra hurgando en su habitación?
Deseo hacer lo primero, pero claro, entonces... no habría historia.
Las bisagras chirrían, dejándome paso al interior.
Siempre he imaginado que la casa de Jack olería igual que él (no es que yo vaya por ahí oliendo a la gente, que conste).
El olor del joven es parecido al aroma de pino mezclado con el sutil perfume del melocotón fresco.
Su casa, al contrario, hace que una vaharada de algo dulzón que no consigo distinguir llegue a mis fosas nasales. Arrugo la nariz, sorprendida.
Me interno en el recibidor.
A mi derecha, un salón completamente a oscuras excepto por el tenue brillo de una televisión encandida se extiende hasta el final del piso, conduciendo al balcón. Busco en la estancia a Jack, pero tampoco está aquí.
El pasillo no permanece iluminado por ninguna luz aparente. Esto me echa un poco para atrás. Mi mente racional no desea continuar, pero el corazón, reacio a explicaciones, me insta a adentrarme en la casa.
No suelo ser tan estúpida, mas, como movidos por una fuerza paranormal, mis pies comienzan a avanzar hacia la salita.
Nadie.
Queda la parte del fondo, los cuartos.
La habitación de Elizabeth, creo que de un color lila, está situada frente a la de sus padres.
Y en el rincón más apartado.
Su cuarto.
Respiro estúpida y agitadamente, medio entre convulsiones.
No puedo evitarlo.
Y enciendo la luz.
Grito.

Capítulo 14.

Siento las piernas como si se hubieran transformado en alas.
Puedo volar, puedo volar.
Puedo sonreír sin inmutarme de lo que ocurra en el resto del mundo, puedo desprenderme unos instantes de la grisácea piel que es, en parte, mi vida.
Puedo hacerme creer que he olvidado.
Es posible que no sea cierto, soy totalmente consciente de ello, mas me he tomado la libertad de desear sentirme egoísta por una vez.
Me agacho, poniéndome en cuclillas. Me encuentro escondida tras un matorral sobre una pequeña columna, con el grupo detrás de mí, riendo en silencio, las mejillas arreboladas junto a una agitada respiración por el hecho de haber recorrido la manzana entera de incógnito.
Los miro, y por un instante algo se retuerce dentro de mí.
Me odio a mí misma por reconocer sin vacilar esa sensación.
El recuerdo del sentirme apartada, diferente, extraña.
Rara.
La envidia.
Porque sé que, en cuanto termine esta noche, ellos continuarán exactamente igual que ahora, mientras que yo volveré a ser Anne Dyer, la chica muda, la niña de la ventana, la de los libros, la de la sonrisa tímida.
Cierro los ojos.
Me concentro.
Y visualizo a mi abuela.
Como tantas otras veces, ahí está su espíritu, su fantasma, su ángel diciéndome que sea feliz, que disfrute de la vida, que no merece la pena llorar.
Pero, aún así, una lágrima escapa bajo el antifaz.
Respiro.
La mujer de mi cabeza pone cara de exasperación, mas una risa escapa de sus labios.
<<De acuerdo>>, gesticula.
Y desaparece.
Bajo la vista, enfrascándome en mis pensamientos.
Vuelvo la cabeza a mis compañeros.
-Ahora -susurro.
Como impulsados por un resorte, la "manada" sale disparada cual rayo hacia la entretenida e ignorante multitud, que pilla a algunos enanos tratando de colarse por entre sus cuerpos para alcanzar las casas llenas de caramelos.
No puedo evitar sonreír al apreciar lo infantil de sus rostros, la alegría de sus almas, la divertida emoción al saltar sobre los bancos.
Los sigo, diciéndome que deprimida no es que me vaya a divertir mucho hoy. En Halloween. En las Azaleas.
Junto a Jack.
Así que grito, me escondo, miro por encima de las espinas de un rosal, me deslizo por el suelo como si fuera un reptil, mientras a Claire le entra un ataque de risa al ver mis habituales locuras.
-¡Ven! -le digo a la vez que pego un brinco mirando hacia atrás.
Sus carcajadas aumentan, y se sujeta la barriga.
-¿Qué...?
Caigo hacia el suelo, y me quedo allí un momento, preguntándome qué es exactamente lo que acaba de pasar.
Claire señala disimuladamente hacia mis espaldas, conteniendo la risa.
Me giro lentamente, como si hubiera un depredador tras de mí.
En fin, en mi opinión no es tan diferente a lo que sería un león.
-Oh, Dios mío.
Siento cómo la vergüenza y la diversión compiten por llegar primero a mi rostro. Creo que ganan las dos, solo que el bochorno se dibuja claramente en mis facciones en forma de rosado rubor.
Me cubro la cara con la mano derecha, mi torso asciende y desciende rápidamente en cuanto me doy cuenta de lo ridículo de la situación.
Ahí estoy yo, tirada en el suelo, muriéndome de risa, aparentemente invisible (o ignorada) por los demás. Y, frente a mí, el chico que me gusta, tendiéndome educadamente la mano sin olvidar sus buenos modales, de los que estoy empezando a pensar que yo carezco.
Sí, definitivamente, en el mundo hay gente estúpida. Como yo.
Agita el brazo, instándome a separarme del suelo.
Pero yo no se la acepto. Soy demasiado orgullosa para eso.
Me levanto de un salto, me aliso la falda y me coloco bien los zapatos.
-Gracias -digo, alzando el mentón, sintiéndome tonta en mi fuero interno.
Jack hace una floritura con la mano y una reverencia, a la que yo intento corresponder.
Pero me caigo.
Bueno, o casi.
Supongo que habría sido mejor que me hubiera estampado de bruces contra el asfalto.
No llego a besar el suelo. Unos dedos me agarran por la cintura.
Lo malo fue que yo me he aferrado con todas mis fuerzas a ellos.
Jack ríe, dejándome en ridículo entre sus brazos como una niña pequeña.
Me sonrojo, y di gracias a llevar puesto sobre mis mejillas el antifaz veneciano.
-Eres...
-¿Increíblemente atractivo y caballeresco? Sí. Esta noche me dedico a salvar damiselas en apuros.
-No estaba pensando precisamente en eso. Ah, y no soy una "damisela en apuros" -le suelto, zafándome de él.
Su risa suena tras de mí, irritándome.
La canción cambia a una más lenta, y acabo de desear que nunca lo hubiera hecho.
La melodía trae a mis pensamientos recuerdos de años pasados.

Es una clase.
Sobre el suelo, instrmentos musicales repartidos por doquier, alumnos de cuarto curso, apenas de diez años, sintiéndose importantes.
En el centro, una chica.
Se imagina lo que todos pensarían. <<¿Qué hace aquí? Ésta no es su clase. Es tan extraña...>>
Ella misma ha llegado a cuestionarse el porqué de su asistencia al otro curso.
Pero a la niña se le da bien tocar, así que se decanta por ignorarlos, coge un mazo y se sienta.
Mientras espera al resto, el chiquillo de los ojos de Chucky (sí, ella los ve así, opinaba que están demasiado abiertos como para captar cualquier cosa, incluso a ella) se acomoda a su lado.
No hablan.
Pero el corazón de la niña late a tal velocidad que no se extrañaría si se le sale del pecho.
Resopla, la frente le sudaba.
-Un, dos, tres...
Las manos del profesor bajan, y sus pupilos empiezan a tocar.
<<Do, mi, sol, fa, mi, do, mi, re...>>, en la cabeza de la chica las notas se suceden, una tras otra, y se imagina que en la de su compañero ocurre lo mismo. Los dos rozan las mismas teclas, a la misma vez.
Ella mira los dedos de él cerrarse sobre el mazo, golpear el metalófono, ascender, girar levemente en el aire al son del Canon de Pachelbel.
Un bonito pensamiento deambula por la mente de la niña.
A lo mejor es que los dos están unidos por la música.


La imagen se difumina, el sonido se va perdiendo mientras regreso a la realidad.
Él me mira.
Sonrío, dejando entrever mis dientes, y Jack me corresponde.
Vuelve a tenderme la mano.
Esta vez la sujeto.
-¿Te... acuerdas? -murmuramos, fijando la vista en nuestras palmas.
Reímos.
-Sí, tú eras la doña perfectita de la otra clase.
-Sí, tú eras el de los golpes fuertes al metalófono, el del aula de al lado.
-Eh, no es que diera los golpes fuertes, es que tú tenías el oído "demasiado desarrollado".
-No es que yo fuera perfecta, es que tú lo hacías todo el doble de intenso que los demás.
Suspira, divertido.
-¿Me observabas?
Guardo silencio unos segundos, incómoda.
-¿A qué te refieres? -logro decir.
-Bueno... ¿te gustaba?
-Eso fue hace mucho tiempo, Jack -atajo.
-Sabes que para mí no pasa el tiempo, y veo en tus ojos que para ti tampoco.
No puedo negárselo, pero sí esquivarlo.
-La gente normal no ve cosas en los ojos.
-No soy normal. Y no intentes cambiar de tema.
-Cabezota.
-Oh, ésa es una de las cualidades por las que te atraigo irracionalmente, ¿verdad?
Lo miro con odio en los ojos, antes de añadir:
-No sé por qué he venido aquí.
Él calla, a la espera de que diga algo más.
-Por cierto, no vuelvas a confundirte. No me gustas, solo eres algo más para distraerme -miento.
Me parece que su orgullo varonil se siente ofendido. Supuestamente ésa era mi intención, pero luego me parezco una mala persona.
-Anne...
-No, Jack -me retiro de él, a mi pesar-. Ya no.
Me dirijo hacia la puerta, sola, supongo que Claire se ha aburrido o no quería molestar. Aún me parece que estoy soñando. ¿Anne Dyer, hablando con Jack Blackwood? Imposible. Me pregunto por qué no habrá comentado nada acerca de que yo tenga voz.
Educación, supuse.
Camino a paso rápido hacia el portón, pulso el timbre.
-No funciona -dice Jack a la vez que hurga en sus bolsillos.
Saca un llavero, agitándolo ante mí.
Pongo los ojos en blanco.
Abre, sujeta el pomo y me deja pasar con elegancia.
Enarca una ceja.
-No lo vas a olvidar.
-No.
-No era una pregunta.
-Lo sé.
Me llevo las manos a la cabeza, exasperada.
-Vas a volver, ¿no es así?
-¿Cómo? -pregunto.
-Regresarás esta noche a las Azaleas. Sé que no me equivoco.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Te he visto muchas otras veces. Espiándome.
-Si me decido a volver -agrego, poniéndome digna-, ten por seguro que no me encontrarás. No esta noche. No aquí.
-Eso ya se verá, Anne Dyer -finaliza, llamándome por mi nombre completo, ya que él ha sido el culpable de que todo el mundo se dirija a mí de esa manera.
-Feliz Halloween, Blackwood.
Cierra la puerta con un chasquido, no sin antes echar un descarado vistazo a mi falda, que el viento ha levantado, dejando ver mis piernas a la perfección.
Lo ignoro.

Capítulo 13.

Ocho y cuarto de la tarde.
Las Azaleas arde en fiestas.
Una panda de niños de preescolar da vueltas alrededor de sus padres, gritando a más no poder. Los jóvenes de menos de doce años se miran, cómplices, planeando ya subir a pedir caramelos. Las chicas de mi edad presumen, orgullosas, de sus vestidos, exhiben su maquillaje perfecto, mientras que los chicos las observan, sonrojados, en la lejanía.
Bueno, y ahí, en el centro, estoy yo.
Mi cabellera rubia ceniza se ondula con el viento de otoño, a la vez que Claire se muerde las uñas con nerviosismo.
-Anne... aquí no pintamos nada...
-¡Anda ya! ¿Por qué dices eso?
-Pues... porque estamos dentro de las Azaleas.
Levanto los ojos al cielo, consternada.
-¿Qué tengo que hacer para que veas que no son tan malos?
-Demostrar que no es verdad que Jane se dirige hacia nosotras.
Oh, vaya. Jane es una de nuestras odiosas vecinas, y apostaría cualquier cosa a que viene para...
-¿Qué hacéis aquí?
Lo sabía.
-Nos han invitado a la fiesta -contesto, porque Claire tiene pinta de estar traumatizada.
-¿Quién, si se puede saber?
-Tu amigo John.
Jane parece perpleja, mas contraataca. Es azaleña, qué se le va a hacer.
-¿A las dos? ¿O solo a ti?
Ya me temía que pasara esto, así que respondo con rapidez.
-A las dos.
No sé si esto es completamente verídico, porque John no me ha dado su permiso.
Bueno, siempre puedo decir que me lo inventé y me lo creí.
Jane se da la vuelta, mirando mis finos y altos tacones.
-La odio -me susurra Claire-. Si pudiera le...
Pero el resto de sus palabras se pierde, porque por la puerta del bloque número 5, en las Azaleas, salen dos novias cadáver, una niña del exorcista y un caballero sin cabeza.
Se me corta la respiración.
El "público" se apresura a tomar el mayor número de fotos al aterrador trío, que posa como aunténticos modelos.
Giro la cabeza automáticamente hacia mi amiga.
-¡Es él! -gesticulo con los labios.
-¿Cómo lo sabes?
No me veo capaz de responderle, simplemente lo sé.
Efectivamente, cuando el muchacho sin cabeza se despoja de parte de su disfraz, como todos los chicos, lo primero que asoman tras el cuello negro son sus graciosas orejas de soplillo.
Inspiro, intento calmarme.
No mirarlo.
Alejarme de él.
Mas sé que es imposible.
Que no puedo.
Y pensar que ayer, cuando volví, destrozada, a casa, golpeé con todas mis fuerzas la cama con mi llavero de colores.
Ahora, todo el odio es sustituido por una relajante sensación de dulzura y paz.
De veras, no hay quien me entienda.
La noche avanza.
La música resuena en mis oídos, los cuerpos moviéndose al compás de la melodía forman un torbellino de terciopelo negro.
Cada pocos segundos dirijo la vista hacia él, que siempre me devuelve una penetrante mirada cargada de algo que no puedo distinguir.
Y yo, tras diez años, sonrío de verdad.
Sonrío.
Junto a él.
Ya son las nueve y media, y las horas se han ido desgranando a gran velocidad. Nos han intentado echar de la fiesta a la fuerza, pero, por fortuna, no saben que tenemos... ciertos conocimientos acerca de las distintas entradas (y no tan entradas) a su bloque.
Ahora mismo me encuentro aterrizando "sigilosamente" en el suelo tras saltar la verja de entrada de los vehículos, con un variado conjunto de niños detrás. Claire se desespera, no entiende mi afán por jugar tan a pecho, y yo no me esfuerzo en explicarle nada, tampoco.
Pongo los dedos en el empedrado, ladeo la cabeza levemente a fin de dar la señal.
<<No hay moros en la costa>>.
El grupo sigue mis pasos.
Corro, sin tener en cuenta lo que puedan estar pensando ahora sobre mí, sin importarme lo mucho que estoy haciendo el ridículo, sintiéndome libre.
Feliz.
Me escondo tras una columna, en mis ojos brillando la chispa de la excitación infantil. Los tacones me molestan, el vestido se enreda entre mis piernas, la máscara da saltos sobre mi nariz.
Pero me da igual.

Capítulo 12.

31 de octubre, siete y media de la tarde.
Halloween ha llegado.
Las chicas, con los nervios a flor de piel; los chicos, buscando una excusa para atiborrarse de caramelos.
-Vamos -me apremia mi hermano, vestido de... bueno... digamos que no sé de qué va vestido; según él, de esqueleto.
Aprieto las oscuras cintas de la delicada máscara veneciana alrededor de mi cabeza.
En el espejo se reflejan los rojizos encajes del disfraz, el cinturón negro, el cuello carmín curvado ligeramente hacia fuera; los altos zapatos de tacón de aguja, el roto de la falda de terciopelo, que deja entrever unas piernas morenas, no precisamente las que habría de tener una vampiresa.
Sonrío al cristal con unos labios de sangre; se han alzado mis pómulos, mis ojos castaños se han transformado en dos alegres rendijas tras el antifaz negro decorado con minúscula purpurina.
Es perfecto.
Todo.
-Adiós -me despido de mis padres, mientras mi hermano me lleva a rastras hacia el ascensor.
Llegamos al portal.
Escuchamos.
La calle se mantiene en absoluto silencio, roto quizá por el maullido de un gato, como si estuviera preparándose para el bullicio que no se hará esperar esta noche.
Comienzo a llamar a Claire, ya que Leslie y Alice han salido de la ciudad para pasar este Halloween en sus pueblos.
-¿Sí? -contesta Claire.
-¿Vas a venir a la fiesta de las Azaleas?
-Es posible... no sé... tendría que preguntárselo a mi madre...
Bufo, ya que lo único en lo que he estado pensando estos dos días ha sido en Halloween, y Claire parece que ni se ha inmutado.
-¡Pues corre!
Por el telefonillo se escuchan los sonidos entrecortados de la conversación de mi amiga con su madre, que pregunta si habrá padres en el jardín. Claire asiente, se hace el silencio.
-Creo que puedo ir.
-¿Tienes disfraz? -pregunto.
-No, se está lavando...
-Bueno, es igual -la corto. Más tarde me daré cuenta de mi gran comportamiento egoísta en este momento.
-Ahora voy.
Mi amiga no tarda en llegar.
-Qué guapa -me dice-. Pareces una vampiresa, ¿te acuerdas cuando me creía que lo eras?
-Eh... eso fue hace tres días -río-. No creo que sea tanto tiempo.
-No entremos en detalles.
Mike se entretiene dándole a su pelota roja contra la pared.
-¿Vamos a por Rose? -pregunta.
Me detengo un instante, cavilando.
-Está bien...
Por suerte, Claire no capta el deje enfadado de mi voz.
-¿Diga?
-Es tu fiesta, ¿recuerdas? ¿Es que no piensas acudir? -digo.
-¿Quién es?
-Anne Dyer. Cuánto tiempo sin vernos.
-No puedo ir. Me voy con mi prima -contesta, tajante.
Siento cómo mi corazón se va llenando de felicidad paulatinamente, pero disimular es lo más importante.
-¿Y no vas a dejar que te veamos, al menos? -continúo.
-De acuerdo, pero este año no me he podido esmerar mucho con mi traje.
La espera hace que crezca en mi interior una oscura felicidad.
Sonrío, tal y como lo haría la mala de una película antigua.
Pero, esta noche, qué más da que interprete otro papel.
Hoy, no por primera vez, quiero hacer de mala.
Rose llega, ataviada con un vestido negro y un gorro de bruja.
Se sonroja.
-¡Hola! -la saludo alegremente.
-Eh -responde-, bueno, ya me habéis visto. ¿Me puedo ir de una vez?
-Está bien -dice Claire, confusa.
-¡Que te lo pases bien! -le grito.
Me doy la vuelta.
-Y ahora, ¿qué hacemos? -me pregunta mi hermano.
-Pues... esperar. Solo quedan diez minutos.
Pero Claire se aburre, así que nos ponemos a dar vueltas alrededor de la manzana, hasta que unos gritos en la lejanía dan comienzo a la fiesta.
-¡Buh! -grita John, el amigo de Mike, saltando sobre mi espalda y agarrándome los hombros.
-¡Ah! -chillo, y puedo asegurar que no lo he hecho a propósito para que el chiquillo no se lleve una desilusión.
John ríe, divertido.
En su rostro una sonrisa cadavérica pintada con cosméticos muestra parte de sus dientes blancos.
-Oye, ¿cuándo baja la gente? -pregunta Claire.
-Habíamos quedado en cinco minutos, pero sería mejor que los fuéramos llamando.
-¿Piso y letra? -digo, aunque me los sé todos de memoria.
-Puedes ir a llamando a Harry, a Jane, a Miles, a Elizabeth y a Jack...
Claire me lanza una mirada divertida.
-Eh... creo que empezaré por Jane, y... los otros que vengan después.
Pero al cabo de un cuarto de hora nadie ha acudido a hacernos compañía.
-Llama a Elizabeth, anda -me apremia John.
-Llámala tú.
-¿Por?
-Porque... tú vives en el bloque de al lado.
-Tú también.
-Pero tú estás dentro de las Azaleas, y yo no.
Mis ojos se achinan triunfalmente.
-Está bien...
-¿Sí? -suena una voz entrecortada en el porterillo, que no se me antoja desconocida.
-Soy John. ¿Vienen a la fiesta Jack y Elizabeth?
-Un momento. Ahora le digo al señorito que responda al telefonillo.
El señorito contesta en menos de dos segundos.
Sospechoso.
-Dígamelo.
Todos reímos, y el señorito calla.
-Jack, bájate.
-Estoy terminando de arreglarme.
-¿De qué vas a ir? -pregunta Claire, atrevida.
-Ya veréis -responde.
-Sorpréndenos -murmuro, en voz tan baja que no lo puede escuchar nadie.
Cuelga.

Capítulo 11.

Ella espera, sentada en aquel rincón, su sonrisa congelada.
Los niños corren, juegan, se pelean, son tan inocentes que las decisiones "difíciles" las arreglan con un "piedra, papel o tijera".
Mientras que lo que la niña extraña espera es que su madre se ponga bien.
Que su abuela vuelva a la vida.
Y los envidia.
Envidia a ese chica de ahí, brincando entre los mayores; a ese jovencito que le da enérgicas patadas al balón; al muchacho de la esquina, que mira, que observa con unos ojos inusualmente curiosos para su edad, pero no participa.
El deseo de ser como los demás la recorre de arriba a abajo, quiebra su corazón, hace que las lágrimas salgan a borbotones y manchen la colcha oscura.
Llora.
Pero se controla, ha de ser fuerte, para un mejor futuro.
Posa la vista en el callado chico del rincón. Él, como si percibiera el peso de su mirada, vuelve su infantil rostro hacia la ventana de la niña que solloza.
Los iris del niño son del color que ella siempre deseó tener, y se pierde en su mirada esmeralda.
Sus pupilas cesan de derramar lágrimas.
Y se sonríen levemente, en la lejanía, dos extraños compartiendo un mismo pensamiento.
-¡Jack!
La chiquilla de los rizos oscuros atrae la atención de él, que le da la espalda a la niña de la ventana.
La comisura izquierda de la inquieta joven se alza casi imperceptiblemente, satisfecha, pero lo justo como que para su tímida rival se percate de ello.
La personita tras el cristal llora, si cabe, más amargamente.


Despierto.
Me froto la cara con las manos, y las lágrimas de un sueño no muy lejano a la realidad humedecen mis mejillas.
Aquí estoy, como hace cinco años.
Deprimida, hundida en mi desesperación, siguiendo cada uno de los movimientos de alguien que no me ama, traicionada por una de mis mejores amigas, sin abuela, con una madre a la que todavía no le han dado el alta.
Sufriendo.
Me levanto en silencio, camino hacia el baño, me dispongo a tomar una ducha caliente.
Pienso.
Pienso en los motivos de mi sufrimiento, si realmente son tan malos, si no soy yo la que exagera.
Pienso en todo lo que tengo, en los beneficios de la existencia, en mi antigua alegría de vivir.
Y recapacito.
¿No estoy siendo estúpida?
¿No estoy cavando mi propio agujero de melancolía?
¿No estoy muriendo por dentro, rompiéndome poco a poco, dolorosamente, hasta que ya no me quede nada?
Vacía.
Vacía.
Puedo quedarme vacía, sin vida, sin razón de ser, un alma gris sin sentido entre todas las demás.
Igual que todas las demás.
¿Qué hay de malo en ser distinta?
¿Me rechazarán?
Sí.
¿Me aborrecerán?
Sí.
¿Podrán odiarme con toda su alma?
Sí.
Pero, ¿eso afectará a mi felicidad?
No.
Solo una palabra.
Que puede cambiarlo todo.
Los rayos de un sol naciente atraviesan la manoseada ventana de mi habitación.
Y sonrío.
Me siento fuerte.
Más fuerte que ayer.
Más fuerte que nunca.
Ahora mismo, el mundo está en mis manos.
Pongo un pie en el suelo, el derecho, para empezar bien el día.
Son las doce y media de la mañana, he dormido más de once horas.
Y estoy como nueva.
La radio suena a todo volumen con la voz de Britney Spears, cantando Stronger.

Stronger than yesterday
Now it´s nothing but my way
My loneliness ain´t killing me no more
I am stronger
That I ever thought I could be, baby
I used to go with the flow
Didn´t care about me
You might think that I can´t take it, but you´re wrong
`Cause now I´m...

-¡Stronger! -grito con todo el aire de mis pulmones, desafinando, haciendo que mis padres me riñan.
Pero me da igual.
Porque acabo de renacer.

Capítulo 10.

Siempre me han dicho que fingir es de personas falsas, que viven de la mentira, que se alimentan de la infenuidad de sus víctimas. Cuyas existencias son de por sí un engaño.
Yo pertenezco a este grupo.
Pero al menos sé que en ciertas ocasiones la verdad no es la mejor opción.
Mientras la escandalosa risa de Rose resuena en mis oídos, suelto cada pocos segundos grandes carcajadas que, espero, parezcan verdaderas.
El mundo pasa ante mí a cámara lenta, los colores se difuminan, el sonido se va perdiendo, paso a paso, entre las hojas caducas de los otoñales árboles. Los celos se abren camino en mi interior, me oprimen el pecho, laceran mi rostro.
Mas miento, y sonrío, deseando que mi compañera regrese a casa y me deje en paz, con mi orgullo dolido, con mi hermosa soledad.
Claire, Leslie, Rose y yo salimos fuera de nuestro patio. Saludamos a la gente que nos encontramos, y mi pequeña amiga me aparta a un lado. Acerca su cabeza a mi oreja, y murmura:
-Escucha bien lo que te tengo que decir. Necesito que me acompañes a casa.
Vaya, esto me pilla... desprevenida.
-¿Puedo preguntar por qué? -objeto.
-No se te ocurra separarte de mí. Jack está ahí fuera. Lo he visto, me está esperando. No se cansará hasta que acepte su beso.
No hace falta que lo jure, soy consciente de que el chico es realmente obstinado.
-Si es así... en ese caso, de acuerdo. Te acompañaré.
Oculto bajo mis pupilas el terror, la ira y los celos que me embargan en este momento. Solo espero que mis sentimientos no vayan a más.
-¡Gracias! -suspira.
Miro el reloj, que marca las nueve y cuarto.
Hora de irse.
Acto seguido, poso la vista en el hueco entre dos viejos matorrales, lo que me permite ver el exterior.
Las calles se han tornado oscuras, únicamente la débil y amarillenta luz de una oxidada farola alumbra los árboles. El patio posee un aspecto fantasmagórico, sin niños, sin risas, sin juegos, sin gente que alegre el mundo.
Excepto la oscura figura que se apoya en la puerta de las Azaleas, sujetándola, aguardando a su amada.
Se me cae el alma a los pies.
¿Cómo es posible?
Observo el monótono ritmo con el que Jack golpea el suelo, impaciente, pero sin abandonar su puesto.
-Ahora -dice Rose, y prácticamente me arrastra fuera del alcance de la vista del joven.
Y corremos.
Saltamos la valla de mi puerta, alcanzamos su porterillo, abrimos el portón.
Estoy dentro de las Azaleas.
-¡Rápido!
Voy tan rápido que el suelo se me vuelve borroso, aunque, claro, quizá sea por las lágrimas que anegan mis ojos.
-Hasta arriba.
-No, no puedo, ya es tarde -respondo, reacia a seguirle aún más el juego.
-Sí, claro que puedes, lo que pasa es que no quieres porque lo único que da vueltas en tu cabeza en este momento es que la decisión de besar a Jack haya estado en mis manos, y no en las tuyas.
Rechino los dientes, la mandíbula contraída, los párpados fuertemente cerrados como si de esa manera pudiera despertar de la pesadilla en la que estoy viviendo.
-No tienes ni idea.
-O subes, o le diré a Jack que cierta persona está por él desde que tenía doce añitos -me amenaza, con una maldad femenina en la voz que nunca antes había percibido en ella.
-Rose...
-Te advierto, cumplo mis promesas. Acompáñame -me insta, sonriendo perversamente.
-Me reñirán.
-¿Tengo que repetirlo? Si no subes...
-¡He dicho que no! -grito, sacando de mi interior una potente presencia que jamás imaginé que tuviera realmente.
Las lágrimas resbalan cálidas sobre mi tez.
Ella parece sorprendida.
-¿Ah, no? -se recompone-. Está bien. Tú lo has querido. ¡Jack! -exclama, y el aludido suelta la puerta que sujetaba para dirigirse hacia nosotras.
La incomprensión se dibuja en sus facciones cuando me ve llorar.
Rápidamente, utilizo la manga de mi camisa para limpiar mis ojos.
-Anne... ¿no querías decirle algo?
Callo, expectante.
¿Se atreverá?
-Vamos. Díselo, o yo misma...
-No creo que haga falta.
Mi respuesta la deja asombrada.
Pero ya está.
Lo he dicho, lo he admitido.
Desde finales de verano, Jack Blackwood sabe que lo amo.
Como yo sé que no soy correspondida.
-¿Qué? -suelta Rose, con un tic nervioso en el párpado inferior derecho- Él... tú... vaya, Anne... qué valiente por tu parte -agrega, juntando las piezas del puzle, con un deje irónico en la voz.
No la reconozco.
-Atreverte a decirle al chico que te gusta que lo quieres. Declararte. Y dime, ¿fue en persona, por mensaje? Sí, supongo que lo segundo, no tienes suficiente valor como para decir las cosas a la cara.
-Basta.
Jack se mete en la discusión repentinamente.
Mis mejillas arden de dolor, de vergüenza, de furia, de tristeza.
-Esto no quedará así, eres consciente de ello, ¿verdad?
Rose se dirige hacia el ascensor, con Jack a sus espaldas.
Él me dedica una leve sonrisa, que decido interpretar como disculpa, mientras me dejan sola, asustada e indefensa en un mundo desconocido.

Capítulo 9.

Claire nos está esperando en mi patio, media hora después, con expresión enfadada. A su lado, Leslie, que ya ha vuelto de hacer compras, se acicala. Es parecida a Alice, pero en menor grado, aunque la supera un año en edad. Lleva puesta una minifalda y una camisa con un hombro al aire. Su cabellera dorada oscura, cada día peinada de diferente modo, hoy está rizada. El pasado domingo la recuerdo totalmente lisa, y con flequillo. Pero en su rostro solo es apreciable un poco de rímel y brillo de labios (bueno, quizá también algo de colorete), lo que, por decirlo de alguna manera, me tranquiliza.
-¡Hola! -nos saluda.
-¿No podíais tardar un poco más, verdad? -bromea Claire.
Salimos por otra puerta aún más pesada que da a cuatro calles en forma de cruz, el único punto de encuentro de los diez bloques que lo rodean.
En el centro diviso a algunos compañeros (¿puede que amigos?). Unos pocos nos saludan con la mano.
-Creo que me han mirado, ¿los habéis visto? -murmura Leslie.
-Claro -respondo, dándole la razón, aunque no tengo ni idea de si han posado siquiera la vista en ella.
-¿Solo a ti? -dice Claire.
Entre mis amigas de calle (Alice, Leslie, Claire, Rose y yo, el "grupo magnánimo", como nos he apodado), yo hago de graciosa, sí, pero también de consejera. Soy como un "pequeño Yoda". A veces hasta hablo al revés. Bueno, pues aquí mi papel es ayudar a diestra y siniestra a mejorar su vida, y esto puede llegar a ser realmente complicado. Normalmente, entre nosotras suele haber problemas, pero ellas se encargan de empeorarlos, y yo de resolverlos. La vida es dura. Y una de las cosas que más me estresan es que jamás me echan cuenta, luego cometen errores y me dicen: <<¡tenías razón, Anne!>>. Y yo hago como si no me inmutara, porque, al fin y al cabo, también yo podría haberme equivocado. Nadie es perfecto.
Mas, observa lo deprimente de la situación, les he dicho a todas como un millón de veces que no se critiquen, ni se insulten, ni nada por el estilo.
Ni caso.
Oídos sordos.
Y así les va.
Le pego un codazo a Claire, que protesta, pero me entiende. Sabe lo que quiero decir.
-Sí, a mí -repite Leslie.
-Me alegro -agrega Rose.
-Claire, ¡mira la foto de Justin Bieber que tengo en el móvil!
-Puaj -decimos Rose y yo a la vez.
Leslie y su seguidora se enfrascan en el "maravilloso" mundo de los móviles, incomprensible para mí.
Me quedo a solas con la más baja del grupo.
-Eh -la llamo-, cuenta.
-¿El qué?
-Lo realmente interesante que según tú te ha pasado -la apremio.
-¡Oh! Verás... no sé si te va a molestar.
-¿Por? -pregunto, haciéndole señas para que se siente junto a mí en el bordillo de mi jardín.
-Bueno... es sobre...
-Jack. ¿Me equivoco?
Niega con la cabeza.
Resulta que a Rose y a mí nos había gustado el mismo chico a principios de verano. Pero lo suyo fue un capricho, y lo mío es de verdad. Lo cual debería ser bueno, porque era un grave inconveniente que ellos dos fueran vecinos y amigos y que yo estuviera apartada.
Mi corazón se encoge, percibo el peligro a que Rose no haya olvidado todos sus sentimientos hacia Jack.
-¿De verdad quieres que te lo cuente?
-Sí.
Calla un segundo, y forma con los labios una fina línea de indecisión.
-No me voy a enfadar, te lo prometo -repito.
-Mmh... está bien -dice, sonriente.
En ocasiones me parece que todas aquí somos un poco bipolares.
-Dispara.
-Resulta que... el otro día que bajé, el sábado, me dirigía a subir a casa cuando vi que alguien me seguía. Iba de negro, así que por el rabillo del ojo no pude distinguir quién era. Tampoco me quise girar, porque supuse que serías tú. Pero, para mi sorpresa, me encontré con Jack. Nos saludamos, subimos al ascensor. Y... entonces... me dijo... si quería besarlo. No me soltó un discurso. Simplemente... me lo pidió.
Me quedo sin habla.
Rose.
Jack.
Y yo, metida de lleno en un triángulo amoroso.
<<¡Disimula! ¡Rápido! ¡Antes de que se note!>>, me insto.
Me muerdo el labio inferior.
No estoy enfadada... pero sé perfectamente que la tristeza pronto será sustituida por la ira.
-¡Oh, Dios mío! ¿Qué le contestaste? -pregunto, poniéndome la máscara de ignorante adolescente.
-Que...
Se queda unos segundos en silencio, meditando. No estoy segura de si es tan cruel como para crear esa pausa para herirme, mas el corazón me dice que sí. Pero admito que parte de la culpa es mía por disimular sentir algo que no es real.
-¡Dilo!
-No. Le dije que no.
El ritmo de mi pulso se desboca. El aire se escapa suavemente entre mis labios, en un suspiro que no es capaz de mostrar lo que noto en este momento.
-¿Por qué? -digo, los ojos desmesuradamente abiertos sin mirar a ningún lado.
-¿A qué te refieres?
Inspiro profundamente, controlándome.
-Me refiero a por qué le negaste el beso.
Un silencio incómodo ocupa el lugar de las palabra arrastradas por el viento.
Me imagino cómo se tornaría la situación si esto fuera uno de mis escritos. Ahora Rose diría: <<porque prefería dejártelo a ti, Anne. Porque ese beso no es para mí>>. Y yo le daría las gracias, y la abrazaría, y todo sería como en un cuento de hadas.
Pero, por desgracia, la vida real no es así.
-No lo sé, en realidad. Supongo que pensé que no era la hora de atarme a alguien. Pero...
-Te sigue gustando.
-No lo sé.
Tengo ganas de llorar, de gritar, de ir a por Jack y abofetear sus rosadas mejillas. Estoy triste. Histérica. Furiosa. Conmigo misma, con ellos, con el mundo. ¿Cómo he caído tan bajo? ¿De qué modo he podido amar a alguien así? Qué ingenua. Ser atrapada por las redes del chico malo, dejarme hechizar por sus ojos; sus irritantes, aborrecibles y bellos ojos. Nunca imaginé que la persona que un día me devolvió a la vida tendría años después el poder de quitármela a su antojo.
-Bueno... ¿estás bien?
-Más bien sorprendida, diría yo -respondo, con los ojos muy abiertos-. Oye, ¿nos vamos al Banco de la Risa? -cambio de tema, refiriéndome a nuestro lugar compartido en el que jamás cesamos de reír.
Sin embargo, al llegar allí en mi rostro no queda un ápice de alegría.

Capítulo 8.

Mike, mi hermano menor, me comunica cuando me siento:
-Oye, mi amigo John nos ha invitado a su fiesta, en los bloques de al lado.
-¿En Las Azaleas? - digo, refiriéndome a los dos pisos con el nombre que le habían asignado (no sé quién, pero a esta persona nunca se le ocurrió ponerle un nombre adonde yo vivo).
-Sí.
Oh, Dios.
En las Azaleas.
En el bloque de Jack.
Mi corazón comienza a palpitar cada vez con más violencia, y la sangre se me sube al rostro.
-Ah, vale. ¿Cuándo es?
-El domingo.
¿Dos fiestas de Halloween? ¿Y una con Jack? No me lo puedo creer ni yo.
-Allí estaré.
Callo, y me percato de que no tengo ni la más mínima idea de qué es lo que puedo hacer allí sin ninguna amiga.
-Eh... ¿y te ha dicho si puedo llevar a alguien? ¿A Claire, por ejemplo?
Mi hermano se mantiene en silencio, pensativo.
-Supongo. Pregúntaselo a él.
-¿No se te ha ocurrido a ti decírselo?
-No.
Mi hermano es desesperante.
Llaman a la puerta.
Abro, y Claire me está esperando con una sonrisa.
-Pasa -digo, franqueándole la entrada -. Termino de arreglarme en un segundo.
-Me ha dicho un pajarito que cierta persona está abajo, ¿no? -me pincha.
-Pues yo que tú no confiaría mucho en tus fuentes con ese pajarito, porque me he pasado toda la sobremesa mirando por la ventana, y aquí solo se bajan las "mosquitas muertas".
-Qué asco...
Las "mosquitas muertas" son un grupo de niñas de unos once años... absolutamente insoportables. Y pijas. Y descaradas.
Y a las que espiamos, por supuesto.
El derecho de ser acosadas les corresponde oficialmente por ser nuestras vecinas.
-¡Adiós, mamá! ¡Subo a casa a las nueve! -grito en el pasillo.
Claire y yo descendemos apresuradamente por las escaleras desde el segundo piso, y estoy a punto de caerme sobre su espalda. Reímos, tanto que casi las piernas se nos quedan flojas.
Llegamos abajo, Claire pulsa el interruptor que abre la pesada puerta al exterior y llama al porterillo para avisar a sus padres de que hemos llegado al jardín.
-¿Les decimos a las demás que bajen? -pregunto.
-Venga.
Cinco minutos después, nos encontramos de nuevo solas en la calle. Alice se está duchando, lo que significa que no va a salir de casa ni aunque la llevemos a rastras, y Leslie ha salido de compras con su madre. Así que nos dirigimos al bloque de Rose, en las Azaleas, donde seguramente estaré de fiesta en dos días.
-¿Sí? -contesta por el telefonillo.
-¿Te bajas a la calle?
-Mmh... bueno. Además, ¡te tengo que contar una cosa...!
Esto me intriga, y le digo:
-¿Me das una pista?
-Ahora no, que está mi madre en la habitación de al lado -susurra-. Me reúno con vosotras en dos minutos.
Cuelga.
Claire y yo esperamos; ella pacientemente, yo estresada.
-¡¿Quieres dejar de mover el pie?! ¡Me estás poniendo nerviosa! -me grita.
-Perdón, perdón... mira, me parece a mí que me voy a meter en su portal, ¿eh? Que ya han pasado dos minutos.
Suspira, y añade:
-¿Cómo piensas entrar, listilla? No creo que nadie te quiera abrir, ya sabes cómo son...
Pongo los ojos en blanco. ¿No es obvio?
-¡Saltándome la puerta, por supuesto!
-¿Qué? -dice, atónita.
-Ay. Saltando-la-puerta -repito, marcando cada sílaba.
-¡Pero eso está mal!
-Los "azaleños" hacen eso en nuestros pisos, nunca les han reñido, y mira cómo nos dejan el césped de bonito con el dichoso fútbol.
-Pero... tú los conoces bien... te pueden poner incluso una multa si te ven.
-Exacto. Si me ven. Cosa que no va a ocurrir -digo, orgullosa.
-¡Dios! ¡Eres desesperante!
-Lo sé.
Callamos.
-De acuerdo -susurra-. ¿De qué modo humano te vas a saltar esa puerta? ¡Si no cabes!
-¿Estás segura?
-Sí.
-¿Completamente?
-Claro.
-Eso ya lo veremos. Hala, quédate ahí o vete a llamar a mi hermano, por favor.
Masculla una palabrota, pero ríe:
-Estás loca... ¿No sería más fácil forzar la puerta? Es sencillísimo, y lo sabes.
-Me ofendes, Claire. ¿Ya no te acuerdas del Código?
-¡¿Pero qué Código?!
-El Código.
-¡No existe ningún Código!
-Claro que existe. Solo que no lo recuerdas -digo, dándole golpecitos en las sienes-. Bien. Pues el Código No Escrito dice que todo espía debe desviarse siempre por el camino más complicado y trabajoso. Y eso es justamente lo que yo estoy haciendo -jadeo, elevando la pierna derecha para encajarla en uno de los espacios de la puerta de metal.
-Estás mal de la cabeza.
-Ya. Tu inteligencia te supera.
-Me niego a ver cómo te rompes el tobillo. Voy a llamar a los chicos -grita, alejándose.
-¡Está bien! ¡No necesito tu ayuda! ¡He hecho esto muchas otras veces! -miento.
Pierdo de vista a Claire.
Por si no te has dado cuenta, en mi (variopinto) grupo yo soy la payasa, totalmente distinta a mi personalidad en el instituto. Muchos se cogerían un gran trauma si me
vieran en este momento.
Aun siendo octubre, el sol, tórrido y seco, dora mis brazos, y comienzo a sudar.
<<Venga, tú puedes. Solo quedan tres cuartos de puerta>>.
Alzo el pie izquierdo del suelo, y me quedo prácticamente suspendida en el aire.
<<No me voy a caer, no me voy a caer...>>, me intento mentalizar.
Vale. Ahora viene la parte complicada. He de pasar por un espacio extremadamente reducido, bajo las hojas muertas de un marchito rosal en horizontal. En ocasiones creo que lo han puesto ahí a propósito, para que las espinas se te claven cuando intentes pasar.
Me deslizo lentamente. Primero la cabeza, luego el torso, y, por último, las piernas.
Un dolor punzante me recorre el hombro derecho. Sé que me acabo de pinchar, pero no encuentro sangre.
<<Está bien. No hay sangre, no hay dolor>>.
La situación es penosa. Pero cómica.
-¡Ah! -grito.
Mi mano se ha quedado atrapada entre dos ramas secas con un gran número de espinas, y mis extremidades están flojas tras percibir el peligro que entraña que mi cabeza esté más próxima al suelo que el resto de mi cuerpo.
-¡No pasa nada! -me digo.
Con un chasquido, parto los brazos de madera que me sujetan, y me inclino, lentamente, hacia abajo.
Solo falta un poco, venga, ya estoy...
Otra puerta cercana a mí se abre sonoramente, y contengo la respiración. Alguien sale. Aprovecho el sonido para saltar al césped, colocando las manos y los pies de forma que no hagan ruido alguno, como un gato bastante inexperto.
Alzo la vista y observo la espalda recta de Jack.
<<¡No!>>
Echo a correr.
Alcanzo cualquier cosa que me sirva para ocultarme. El rojizo manzano de las Azaleas hace las veces de cobijo para mí, y me escondo como puedo tras su delgado tronco, prácticamente igual de ancho que mi brazo.
Resoplo. Esto no me vale.
Jack ha desaparecido (de momento) detrás de una columna, así que, rápidamente, me valgo de lo que supongo mi "fuerza interior" para asirme a la rama más gruesa y fornida del árbol. Me impulso hacia arriba, dando gracias a mi profesora de gimnasia por tantas flexiones sufridas, y me quedo aquí, observando entre las verdes hojas.
Jack pulsa el timbre de la puerta, la cierra y desaparece.
Un suspiro agotado escapa de mis labios, y, deslizándome con los pies por el tronco, llego al suelo. Aparatosamente, pero llego.
Me resbalo con el barro de la hierba, y por poco no me estampo contra las raíces del manzano. Un par de pequeñas frutas caen sobre mi cabeza, y bufo, consternada.
-¡Es que no me puede salir nada bien! -grito.
<<Vamos a ver. Tranquilidad, tranquilidad. Ya solo hay que esperar>>.
Pero los minutos pasan, y ya llevo dando vueltas a escondidas por las Azaleas un cuarto de hora, como si fuera un león enjaulado.
Me dirijo (otra vez) a buscar a Rose.
-¡¿Quééé?! -contesta al porterillo, con voz chillona.
-¡Baja!
-Voy, voy. Uf, con las prisas, chiquilla.
Mi paciencia se va agotando con más rapidez, pero no te asustes, no suelo ser así. Mi carácter es mucho más dulce que ahora.
Mas, está bien, voy a abrir la puerta del bloque. Se acabó.
Además, esta tarea no tiene complicación alguna, únicamente hace falta tirar dos veces del portón para que deje paso al interior.
Con una sonrisa de suficiencia, corro hacia el bloque de pisos.
Estoy preparada para sujetar el pomo, cuando...
Rose abre desde dentro, soltando un feo grito. Me asusta tanto que pego un graznido (sí, porque a eso no se le puede llamar otra cosa) y salto al menos un metro hacia atrás.
Mi amiga se ríe a mi costa. Nada nuevo, vaya.
-¿Qué haces? -me pregunta, poniendo "tranquilizadoramente" su mano en mi espalda.
-Estúpida. ¡Casi me matas!
-¿De verdad te da miedo una enana chillona pegando saltos? No estoy yo muy segura de quién es la estúpida aquí.
Le lanzo una de mis más mortíferas miradas asesinas, y retrocede un paso.
-No vale pegar -me dice a carcajadas.
-Anda, anda. Sal -le ordeno, señalando al exterior.
-A sus órdenes, señora.
Procuro no mirar al piso de Jack cuando cruzamos la puerta.

Capítulo 7.

Las clases finalizan tras seis horas y media de asignaturas de un viernes. Salgo del instituto, y, cómo no, Alice ya se encuentra esperándonos al otro lado del cruce junto al edificio, con la falda por encima de la mitad del muslo. Suelto un suspiro de exasperación.
Por cierto, se me olvidaba, Alice, mi queridísima cuñada, es totalmente diferente al curso pasado (¿o al anterior, quizá?). Ahora, con diecisiete años, camina por las calles sin cortarse un pelo a la hora de pintarse la cara. Sus pestañas lucen llenas de rímel, y sus mejillas sonrosadas están coloreadas con al menos un dedo de maquillaje. Su "provocativo" movimiento de caderas al andar hace que, otra vez, me detenga a pensar en lo absurdo del mundo, con niñas que desean crecer antes de lo natural.
No reconozco a mi amiga en la adolescente que se hace pasar por algo que no es, pero, sí, sigue siendo mi amiga.
-¡Ay, hola, Anne! -me chilla al oído en cuanto cruzo la calle.
Hace ademán de darme dos besos, pero la aparto de mí como si fuera una mosca molesta.
-Qué arisca, hija -me dice.
La ignoro.
Va saltando hacia las demás chicas de mi clase, con las que congenia mejor que yo, lo admito.
Si congeniar significa estampar besos en la boca, claro.
-Buenas, Katy -saluda a Katherine, haciendo lo propio en ella.
-Qué asco, pareces una babosa-lapa -exclama, limpiándose la saliva de sus pálidas mejillas.
Se dirige hacia Oliver Stewart y William Highlands. Este último me llama, diciendo:
-¡Ñu!
Sí, soy "ñu". Nadie sabe por qué, pero al chico le dio por bautizarme así a finales de primer curso.
Por supuesto, por ello le corresponde a él ser "bisonte".
Le sonrío.
Se puede decir que es mi mejor amigo en el instituto, así que ya ves. Es un poquito pesado, pero se aguanta, al fin y al cabo.
Alice, Mary (una amiga nuestra) y yo caminamos hacia casa, hablando de la ya cercana fiesta de Halloween, para la que falta solo una semana.
-¿Y qué os vais a poner? -pregunta Mary.
-Yo, un pantalón cortísimo negro, y una camisa negra que enseñe el ombligo. O sea, sexy, sexy -grita, orgullosa de sí misma.
-Pues... yo iré en plan mujer araña, con hilos negros por aquí y por allá, y con tela plateada rota cosida en las manoletinas -dice Mary, con los ojos brillantes -. ¿Y tú, Anne?
-Yo...no lo sé aún. Si no consigo nada para mañana, creo que llevaré el mismo traje que el año pasado.
Se quedan boquiabiertas.
-¿Cómo? ¿Tú, Anne Dyer, sin un vestido apropiado para Halloween? ¿Tú, la medio gótica que se pasa el día leyendo sobre vampiros? -grita Alice.
-Sí, yo -respondo automáticamente.
-Dios.
Esto es desesperante.
Mañana mismo he de ir a comprar un vestido, solo queda... un día.
Llego a casa, cansada de subir las escaleras corriendo para escapar de los labios de Alice.
-¡Hola! -saludo a mi madre, mi padre y mi hermano, que ya están sentados a la mesa.
-¿Qué tal ha ido el día?
-Bien. ¡Por cierto! No tengo disfraz para la fiesta -digo tristemente.
-¿Eso crees? -pregunta mi madre, y saca un paquete transparente de detrás de su espalda.
En él se esconde un vestido rojo con encajes negros y un cinturón del mismo color, y en la imagen de al lado una mujer posa con la mano derecha en la cadera.
-¡Oh, gracias! ¡Voy a probármelo!
Mamá sonríe, complacida.
A pesar de que las tripas me rugen, vuelo al cuarto de baño, enciendo las dos luces (es una costumbre que tengo, soy incapaz de entrar solo con una bombilla brillando) y me encierro.
Coloco el traje carmín sobre mí, y el cinturón se ajusta a mi cintura.
No es el mejor disfraz que he tenido, pero aún así me encanta.
Salgo de la habitación, y en la cama de mis padres me encuentro un hermoso vestido negro.
Es de terciopelo, y en la parte frontal se abre, dando paso a una tela rojiza sobre la cual hay encajes oscuros, cuidadosamente bordados en macabras espirales. Los ropajes se extienden hasta tocar el suelo cuando me lo pruebo por encima, y dos rajas verticales se abren en la falda, dejando que se entrevean las piernas de cualquiera. Me imagino al brillante cinturón ciñendo el traje a mí, pero no digo nada, porque yo ya tengo mi propia ropa.
-¡Qué bien te queda! -me elogia mi padre cuando entro en la salita.
-¡Gracias!
-Oye, mamá, lo que hay en la cama no es mío, ¿verdad? -digo.
-No, pero si lo quieres te lo puedes quedar, aunque creo que te queda un poco grande.
-Da igual, es tuyo, no hace falta...
-Anda, y ¡corre a probártelo!
Voy por el pasillo a mayor velocidad que antes, agarro el disfraz y me lo pruebo.
Me miro al espejo.
Parezco una enana vestida de mujer mayor.
Mis padres me observan, y opinan lo mismo que yo (bueno, quizá no con las mismas palabras).
Dejo mi deseo secreto en la colcha.
Suspiro, pero todavía cabe la esperanza de que crezca cinco centímetros de hoy a esta tarde.

Capítulo 6.

Jack pasa a mi lado como una exhalación, deteniéndose el tiempo exacto para acelerar mi pulso.
<<Te odio>>, pienso, a sabiendas de que es falso.
¿Por qué me hace sufrir así? ¿Tanto le he molestado?
Noto en ese momento cómo mi corazón se contrae, y dejo escapar un suspiro audible de tristeza. Entonces...
Su mano se posa suavemente sobre mi mesa, a menos de cinco centímetros de mi palma extendida. Sus dedos finos están a punto de tocar los míos, largos y estilizados de tocar el piano, acabados en uñas blancas.
Contengo la respiración.
No levanto la vista hacia su rostro, supongo que solo ha sido una equivocación, que no importa, como siempre.
Sus yemas trazan espirales en la madera elegantemente, parando de moverse cuando me roza. Un escalofrío me recorre, llenándome de energía contenida. El siseo del contacto me produce cosquillas en las muñecas, dado que, a pesar de que él me gusta hace más de siete años, nunca lo he tocado. Nada. Ni un poquito.
Alzo los ojos para ver su expresión, que mira fijamente hacia sus manos, cálidas, y las mías, gélidas como el hielo. Y esa sonrisa pícara que tanto adoro vuelve a dibujarse en sus facciones aniñadas.
Avanza sigilosamente a lo largo del pasillo, sin hacer ruido.
Sí, desde luego, esto me ha dejado sorprendida. ¿A qué juega? He de admitir que sabe a la perfección cómo manejarme, decidiendo quebrar o reconstruir los pedazos de mi corazón partido gracias a él, aunque éstos a veces se muestren reacios a obedecer a alguien realmente detestable.
Pero a quien amo.
Y... quizá... quizá algún día tengamos la oportunidad de volver a empezar de nuevo. No puede ser tan complicado... ¿verdad?
* * *
Ya vamos por la mitad de las clases.
Nuestra profesora de Lengua (mi vecina de puerta, aunque no lo creas, porque sé que es difícil de asumir) tiene que llegar a clase, pero tardará unos cinco minutos, como siempre, que aprovecho para estudiar. Me dedico a repasar el examen del lunes de Sociales, y eso parece atraer la atención de la gente.
Alguien me cierra el libro en la cara, sorprendiéndome.
-¿Perdón? -digo, sin comprender.
Frente a mí se halla Lissa Smith, la chica más popular de mi curso. Es morena, de ojos tan oscuros que cuesta distinguir la pupila, con la espalda encorvada, andares desgarbados a los que no encuentro mucha elegancia, y con una tendencia continua a nombrar el órgano reproductor masculino. Sinceramente, creo que esa es la causa de su popularidad entre los muchachos. Y no es por ofender.
Bueno, sí, un poco sí.
Se puede decir que entre nosotras siempre ha existido una cierta distancia, pero sin rozar la hostilidad. Claro está, hay un razonamiento lógico para esto.
Que ella es una de las "guays", y yo soy una friki-empollona.
Ya ves, la historia de mi vida resumida en una única línea.
¿Penoso? Qué va.
-No estudies, no te hace falta, ¿no?
Intento responder con una sonrisa forzada.
-Bueno, a todo el mundo le hace falta, no soy una excepción.
Intento volver a abrir el libro, que aferra con fuerza entre sus uñas mordidas y mal pintadas, hasta que desiste, y añade:
-En fin, sigue empollando, que es lo único que sabes hacer bien.
La ignoro, y busco la página en la que me he quedado.
<<Los Reyes Católicos financiaron la expedición de Colón...>>
Me cuesta concentrarme con todos los inútiles que se han acomodado a mi lado, y que se dedican a pegarse tortas en el trasero y a gritar, y más aún con la figura de negro que ha tomado asiento sobre mi mesa.
<<Capitulaciones de Santa Fe, año...>>
-¿Estudiando, tú? Qué raro -me dice, y no me hace falta mirar su rostro para saber que Jack está sonriendo. Lo noto en su voz.
No contesto, pero le correspondo con una sonrisa resignada propia en mí.

Capítulo 5.

Volviendo a la realidad, hemos dejado la calle anterior prácticamente atrás, y soy consciente de que el momento de despedirme ha llegado.
-Adiós -les digo simplemente, sonriendo.
El sonido de mis zapatos es prácticamente inaudible, pero la marcha rítmica a la que camino me permite pensar con más claridad.
<<¿Ha pasado esto de verdad?>>, me cuestiono.
Al llegar a casa (diez minutos más tarde de lo habitual) dejo la pesada mochila sobre la cama, almuerzo y me dispongo a hacer los deberes. Me recuerdo que mañana es viernes, y que puedo encontrarme con Jack de nuevo en nuestro jardín. Sonrío ante la idea.
Ahora, lo difícil va a ser enfrentarme a todo esto sola.
Son las ocho menos diez de la mañana. Voy de camino al instituto, siempre puntual.
Procuro no fijarme demasiado en el brillante automóvil por el que asoman los cabellos de Elizabeth. Lo siguiente ya es inevitable. Sí, allí está él.
Entro en el centro, y cualquiera que no haya notado el acelerón que acabo de pegar debería comenzar a buscarse unas buenas gafas.
-¡Jack! -escucho gritar a Miles, quien siempre lo acompaña. La inocencia rebosa en él, y parece mucho menor de lo que es.
La figura del otro asoma entre el hueco de la escalera, y, sin quererlo, mi ritmo se altera... demasiado. Me permito ver su cara de extrañeza mientras subo.
En clase, hago lo habitual en mí: me siento, cojo un libro de terror romántico y me dispongo a leer. Pero la tentación de alzar la cabeza cuando percibo la presencia de su cazadora beige en el umbral de la puerta del aula me puede.
Unas oscuras ojeras se han instalado bajo sus ojos, y la mirada perdida que ofrece me muestra lo poco que ha dormido la pasada noche.
<<Así sí que "parece" inocente>>, me recuerdo. Y, digamos la verdad, no tengo ganas de leer ahora.
Me levanto y me dirijo al pupitre de Katherine, que se halla hablando con otros alumnos.
Miro disimuladamente a mi izquierda, y me sorprendo al no encontrar a Jack en su sitio, que, por cierto, se encuentra en la otra punta de la clase. En el extremo más alejado de mí, y de mis planes psicóticos. <<Pues estará contento>>, me digo, haciendo gala de mi orgullo herido a medias.
Un leve empujón en los omóplatos me distrae de la conversación con mi amiga.
Observo mi reflejo en sus ojos verdeazulados, que brillan como los de un gato en la oscuridad.
<<¿Pero se puede saber qué hace?>>, pienso. ¿A quién se le ocurre dar un rodeo a la clase entera para llegar a su asiento? Y además si en el camino te encuentras a una persona a la que (por motivos aún desconocidos) prácticamente odias.
<<Ya está, lo que se propone es matarme un día de éstos de un ataque al corazón>>.
Qué maquiavélico.
El timbre suena, indicando el inicio de las clases.
Tenemos música a primera hora, y... digamos que nuestra profesora es... "especial". Cuarenta minutos de una hora (o más) nos los pasamos tumbados encima de las mesas, con las luces apagadas y escuchando música clásica o de relajación. Y los otros veinte tampoco hacemos gran cosa. Yo siempre me he negado a doblegarme y a no trabajar en su aula, pues me indigna.
Resulta que a Jack podían haberlo puesto a mi lado, como el año pasado, pero noo... yo me siento en la primera fila, y él, en la última. Aunque tampoco se está tan mal, así puedo leer cuando me apetezca, y me resulta entretenido observar a la gente que entra en el aula, puesto que tienen que pasar justo por delante de mí.
Dejo la mochila, empujo mi mesa hacia la izquierda y tomo asiento.
Los colores neutros de los pantalones de los alumnos pasan como borrones ante mí mientras escucho (cómo no) la voz de Enya saliendo por los altavoces. Los murmullos comienzan a extenderse por la clase, a la vez que la mirada de lirón de la profesora nos inspecciona uno a uno.
Y de repente.
Una figura de blanco y negro entra en la "sala de conciertos" a saltos, como es su infantil costumbre.
Obviamente, ya sé quién es.
Conozco demasiado bien la sensación de hormigueo que me recorre el estómago cuando presiento que está cerca, como un centenar de mariposas que fueran ascendiendo dentro de mí hasta la garganta, justo en el momento de expandirse por mi cuerpo e intentar ahogarme, abrirse paso hacia mi corazón, cavar el hueco de una tumba de recuerdos que para él nunca llegarán a significar nada, y que era lo único que sobre su persona me hace feliz.
Jack.
Jack, que con su cara bonita y su carisma ha cautivado a tantas otras chicas que, a diferencia de mí, han sabido olvidarlo antes de que les causara algún daño; Jack, la persona con la que es imposible no reírse, el que te deja pensando cómo puede sacar comentarios graciosos a cualquier situación; el que hace que cada día me levante con ganas de ir al instituto; el único al que podré amar... y también el único que jamás llegará a amarme.

Capítulo 4.

Pero, cielos, ¿y esos ojos verdes?
Todos los que lo conocen coinciden en lo mismo: son los más hermosos que han visto en su vida. La belleza de éstos es innegable, cierto, mas no es normal. Tienen algo... extraño. Exótico. Quizás... las pequeñas pero eléctricas chispas que los salpican de tonos celestes y plateados, o puede que la fantasía de ver en ese transparente pozo tu reflejo a la perfección, o sus atrayentes pupilas, cuando una se contrae y la otra se dilata hasta cubrir casi por completo el iris... ¿quién sabe? Sencillamente, su mirada penetrante, la que me había atraído desde el primer día en que lo conocí hacen ya casi ocho años, le da un toque de misterio y atracción difíciles de resistir.
<<¿Por qué tiene que ser tan... imperfectamente perfecto?>>, me debato conmigo misma.
<<Porque te gusto>>, responde una voz que no es la mía en mi cabeza. Un timbre masculino,de voz suave, sedosa. Oh, no. Otra vez no.
<<¡Vete a freír espárragos!>>, le "grito" en mi interior.
Como si me hubiera estado escuchando (sé que es así, pero seguro que no lo admitirá jamás), tuerce el gesto en una falsa expresión dolida, que nadie salvo yo puede observar.
En medio de esta pelea mental, el resto del mundo sigue expectante por descubrir su respuesta, y en menos de un segundo volvemos a nuestros papeles.
-¡Anda ya! Te vas a ir tú con ella, ¿no, Jack? Sí, hombre. Anne es más amiga mía, ¿a que sí? -me pregunta Elizabeth, intentando sacarme del apuro.
Respondo con una sonrisa nerviosa, como siempre.
Realmente Elizabeth y yo no somos lo que se dice "amigas", pero sí unas... "buenas conocidas". Ella no tiene mi misma edad, es algo mayor, pero no sé exáctamente cuánto. Es alta, muy delgada, de cabellos oscuros y ojos marrones. Ése último es el único rago que no comparte con su hermano.
Jack.
El semáforo se pone en verde, gracias a Dios. Cruzo el paso de peatones a trompicones, con el brazo de Elizabeth sobre mis hombros. Katy parece no entender nada. No es que no me fie de ella... simplemente no le he confesado mis sentimientos hacia "cierta persona" porque no me imagino su reacción. Y lo de Elizabeth... fue lo más embarazoso que me ha ocurrido jamás.
Recuerdo esa tarde de primavera, en la que todo el mundo bajaba al patio del centro de nuestros pisos.
Todos... menos él (sí, es mi vecino, aunque no te lo creas).
Su hermana tiene por costumbre pasarse las estaciones cálidas en su florecido y exuberante jardín, afición que sinceramente, he llegado a odiar.
Y ahora, señoras y señores, he aquí a la primera persona responsable de mi desastre de vida sentimental.
Se llama Alice. Y es una de las de mi secta.
Resulta que, tan ocupada estaba ella espiando a nuestras aborrecibles vecinas, que no se había percatado de que faltaba algo. O, mejor dicho, alguien.
-Alice, ¿qué te parece si averiguamos si Ojos Verdes está aquí? -le pregunté, refiriéndome a Jack con su apodo recientemente puesto. Esta oración fue la causante de todo el horror que después se avecinaría, y la prueba de que fui yo la que empecé a destruirme la reputación.
-¡Oh, es verdad!
-Pero... disimuladamente, ¿de acuerdo?
Si hay algo que he aprendido y a base de bien a lo largo de mi vida, es que cuando le dices a alguien que mire disimuladamente, te dirá que lo entiende. Ah, pero otra cosa, y muy diferente, como es obvio, es que lo haga realmente. Entonces, se produce ese curioso instante en que los dos componentes del Disimulo se miran aterrados entre ellos y empiezan a gesticular exageradamente con la boca.
Bueno, resulta que eso mismo es lo que ocurrió.
-¡No está, no está! -me susurró.
Me mantuve en silencio, intentando hacerla callar.
-¿Quién no está? -preguntó Elizabeth, lo que se dice literalmente saliendo de la nada.
¡Dios! ¡Pero cómo había sido capaz de escucharlo! ¡Si era imposible!
-¡Nadie! -respondimos Alice y yo al unísono.
-Anda, venga, que sabéis que yo aquí me conozco a todo el personal... -añadió, poniendo cara de cachorrito.
Otra de las muchas cosas que he aprendido por experiencia propia es a no fiarte nunca de las caras de cahorrito, pero a saber ponerla tú.
-Pues... buscábamos a tu hermano -dijo mi "fiel" amiga, alegremente.
¿Pero qué...? ¿Hola? ¿Ésto qué era? ¿Una conspiración contra mí o...?
-Ah, está en casa, hoy no ha bajado. ¿Por qué lo buscabais?
-¡Por nada! -casi gritamos.
-¿En serio? -dijo, tan perspicaz como su avispado hermano.
-Bueno, sí... cosas suyas... -añadió Alice, mirándome con una chispa maliciosa en los ojos.
A esto le llamo yo gente de confianza.
Sonreí, y estuve segura de que dos pequeños hoyuelos habían aparecido en mis mejillas encendidas. Me ocurre con las sonrisas falsas. <<Alice, en cuanto te pille te mato>>, intenté transmitirle mentalmente, y con un codazo.
-Ah... -exclamó Elizabeth elevando las cejas, un gesto con el que parecía una copia exacta de Jack -. Pues... ¡por mí no hay problema! Es más, serías una estupenda cuñada, mi hermano me ha hablado muy bien de ti: la empollona, ¿eh? Aunque, según él,eres un poco callada...Pero, en serio, Jake no merece la pena.
-Sí, lo sé -dije. Agradecí que con el tiempo y mis circunstancias hubiera aprendido a mentir bien.
Alice, mientras tanto, se partía de risa.
En cuanto Elizabeth se fue, le pegué a mi amiga sus muy merecidas dos tortas.
-¿Tú eres tonta? -le chillé, riéndome.
-¡Cuñada! ¡Cuñada! -repetía sin cesar- ¿Me dejas que te organice la boda? -bromeó, a sabiendas de que la idea de casarme y tener hijos me repugnaba.
Fue tal mi mirada de odio que sus carcajadas fueron en aumento.
-¿En serio ha dicho eso? ¿Lo de "una buena cuñada"?
-¡¿Que si lo ha dicho?! Tía, lo tuyo es muy fuerte.
-Lo es -le aseguré -. Y más por tu culpa.
En ese momento me vi incapaz de creer lo que me había pasado. No fue hasta esa noche cuando me entró el ataque de nervios. <<¿Y si se enteran sus padres? ¿O él? ¿Y si ya nada puede volver a ser como antes?>>.
Preguntas que ni siquiera ahora puedo responder.

Capítulo 3.

El balón se acerca peligrosamente hacia mis piernas, con un silbido que parte el aire en dos.
No me sorprende en absoluto el rostro de rasgos afilados que me ha apuntado, dado el complicado contacto que mantenemos tras lo acontecido este año. Me refiero a que, no sé por qué, a Jack Blackwood le sentó mal el que yo entrara de sopetón en su clase y me convirtiera en la empollona.
Una sonrisa de satisfacción aflora entre sus dientes blancos, pero desaparece en el mismo instante en que esquivo la pelota con un ágil movimiento felino.
Ahora es mi turno de reírme.
El mero hecho de ver cambiar su semblante en ocasiones prácticamente inexpresivo es un logro, y me felicito interiormente por ello.
Después de mi repentina llegada a su curso, él ha dejado de tratarme como a todos los demás... como si no fuera un persona normal (vale, es posible que no, pero... ¿tanto como para prácticamente ignorarme?). El problema es que yo, como una imbécil que soy, me he pasado meses y meses intentando seguirle la pista, volcándome en encontrar algo útil acerca de él, como si no hubiera ningún otro chico en el mundo.
Aunque, debo admitir, por el momento no parece haberlo.
Pero, qué tonta, ¿quién iba a querer estar conmigo, con Anne Dyer, con la chica a la que nadie conoce la voz?
Patético.
Las clases terminan a las dos y media, con un montón de alumnos nerviosos de 4º de ESO, mi curso, tras una clase de Plástica que todos se toman como recreo.
Ahora viene lo complicado.
Katherine y yo salimos a la vez, pegando empujones a diestro y siniestro. Ah, por cierto, Katherine es una de mis mejores amigas. Un tanto... diferente, al igual que yo, pero a la que no cambiaría por nada. Nos complementamos bien, o eso creemos.
Halloween está a punto de llegar, por lo que todo el mundo está aún más alterado de lo normal.
Rose, una muchacha jovial e inquieta, está con nosotras.
-Pues sí, soy una mala influencia -repito.
-Claro, no veas, ¿y luego qué pasa con esos dieces, eh? -dice Katherine.
-Es que no termino de creerme que solo estudies dos o tres días antes de un examen -exclama, incrédula, Rose.
-Pues créetelo -río.
-¡Bueno, me voy, adiós!
Rose se aleja hacia sus otros amigos, agitando su oscura cola de caballo.
Se me olvidaba, ella es uno de mis sujetos de espionaje. Vive justo frente a mí, y, claro, una oportunidad así no se puede desaprovechar. Aunque he de decir que ella también me acosa desde su cocina.
Llega junto a sus vecinos saltando, con la mochila a la espalda. Es sorprendentemente ágil pese a su menuda estatura.
Allí está él.
El semáforo del cruce en el que nos encontramos está en rojo, y calculo que todavía tardará unos cuarenta segundos en cambiar de luz.
Jack se gira levemente, dejándome vislumbrar parte de sus pómulos alzados y su barbilla partida. En ocasiones me parece que lo hace aposta, en serio.
Y, para mi sorpresa, se gira por completo. Hacia mí.
Trago saliva.
Sus pupilas se clavan en mí como si de dos flechas certeras se tratara.
Tres segundos.
No deja de observarme, y no pienso ser la primera en apartar la vista.
Cinco segundos.
<<Vale, fue bonito mientras duró>>, pienso, pues mis contactos visuales nunca llegan más allá de eso. Suspiro.
Siete segundos.
<<Eh... ¿qué? Esto va contra las normas, ¿no?>>
Diez segundos.
<<Aparta-la-mirada>>, me ordeno.
Dios, ¿qué me ocurre? Esto es imperdonable, pero... él...
Parpadea, igual que si acabara de salir de un sueño. Vuelve a prestarle atención a la conversación con su amigo, haciendo como si no hubiera pasado nada.
No me pasa desapercibido el arco ascendente de su comisura izquierda.
<<¿A qué estás jugando, Jack?>>
-Anne, ¡Anne! ¡Contesta! -casi grita Katherine, pasándome una mano por delante de la cara.
-Oh, sí, claro... ¿qué decías?
-Ya nada, es igual... -dice, resignada.
De repente se me viene a la cabeza un cabo que he dejado sin atar.
No puedo dejar a mi compañera en su portal y continuar hasta casa con el chico que me gusta al lado.
-Oye, Katherine, mi querida amiga del alma...
-Yo que tú me daba prisa, mi piso está enfrente.
-Bueno, sobre eso iba la cosa... ¿me acompañas hasta mi casa?
-Es que... no sé, Anne... mi hermana está delante y a ver si...eh, un momento, eres una mala influencia, lo que significa que... me estás intentando contagiar, ¿verdad? -me acusa, apuntándome con un pálido dedo.
Me río.
-Sí, por supuesto, qué lista eres. Me has descubierto.
-¡Ajá! Pues entonces, dado que no quieres ir sola, y yo no puedo ir contigo... jumm, alguien sensato... ¡ah,sí, tú, Blackwood! -escoge, con expresión satisfecha, llamándolo por su apellido, como hace todo el mundo menos yo.
El aludido se centra en nosotras.
-Anda, que se supone que tú eres un chico legal, lleva a la princesa a su castillo -le dice, mirándome.
Jack se queda estupefacto. Los ojos se le abren como platos, mas puedo reconocer en ellos el brillo dorado que delata la diversión. Se ve que esa ha sido una de las pocas cosas que no ha visto venir.
Y a mi rostro poco le falta para convertirse en fuego.
-Eh... Katherine, ¿qué...? -musito, advirtiéndola con un gesto estrambótico.
El chico se dirige a mí, visiblemente incómodo, mientras yo trato de explicarme con movimientos nerviosos.
Mi amiga se cruza de brazos, sin comprender por qué no nos parece bien su fantástico plan.
Y es que más de una docena de ojos sedientos de rumores que expandir (y deformar) no ayudan mucho en una situación así.
Entonces, el mundo se detiene. No sé si literalmente, pero al menos a mí me lo parece.
Y solo existimos él y yo.
Guau, sí que suena cursi.

Capítulo 2.

Cinco años después.

Bajo la vista justo cuando la suya se encuentra con mis ojos castaños.
Mi corazón bombea a un ritmo frenétic desde mi pecho.
Me ha mirado.
¿A mí?
Noto que mis morenas mejillas comienzan a arder. No puedo evitar el volverme otra vez hacia donde se encuentra.
Sí. Sigue allí.
Una sonrisa involuntaria se extiende por mi cara, iluminando mi rostro aún aniñado.
Él no me corresponde. Raramente deja mostrar su alegría.
Jamás, desde hacen ya casi seis años, he podido resistirme a perderme en el lago verdeazulado de sus iris.
Y eso es realmente frustrante, en honor a la verdad.
Se halla apoyado en una mesa de color claro, descansando. Estamos en clase de Educación Física (o gimnasia, como yo prefiero llamarla), y la profesora se ha ausentado un momento, lo que es habitual desde hace unos días.
Otro compañero le da un empujón jugando en la espalda.
Mi semblante se crispa espontáneamente, y clavo mi "mirada asesina" en su amigo, que ya se ha girado.
Nuestra maestra regresa.
Esto va a ser un poco complicado.
-¡A jugar al matar!
Al matar. Sí, hombre. La gracia que eso me hace. Bueno, en realidad no soy tan mala jugando, pero otra cosa muy diferente es aterrarte al ver cómo los chicos lanzan el balón. Años de entrenamiento, supongo.
Que empiece el juego.
Podría decirte: <<ya conoces a esta chica>>.
En efecto, podría.
Pero no lo voy a hacer.
Sería mejor (y mucho más acertado) comentar: <<esta es la chica a la que no conoces>>.
Ésa de los ojos marrones, y el pelo ni muy corto ni muy largo. Ésa, que solo se pone coleta lo días de deporte, y el resto de la semana lleva el cabello suelto en desordenados mechones. Ésa, que no habla con prácticamente nadie, pero que si le preguntas te contesta amablemente y con una sonrisa que ilumina su tez. La que, no sabes cómo, siempre te encuentras leyendo un libro. La empollona. La de la mirada huidiza, que no es capaz de fijar la vista en tus ojos durante más de cinco segundos. Ésa, de la que te ríes todos los días, a no ser que la conozcas realmente.
Te diré una cosa:
No tienes ni idea.
Soy jovial, alborozadora, alegre. Un poco estricta conmigo misma, quizás algo más de la cuenta. Cerrada, sí, es un rasgo que comparto con mi "otra cara". Pero en general, soy alguien que nunca rechazará un rato de risas, o una buena fiesta. Puedes confiar en mí, tenlo por seguro, y a lo largo de mi vida he conseguida fama de gran consejera. Adoro leer, eso está claramente comprobado. Y, aparte de eso, tengo una afición que ni el más listo sería capaz de adivinar. Se puede decir... que espío a mis vecinos. Es dudoso sobre si sería más correcto llamarlo acoso. El que haya tres personas de mi mismo curso residiendo en mis pisos no ha hecho más que incrementar la diversión, según mi grupo de amigas (grupo... ¿o "secta"?)
Si me decido a mostrate cómo soy en realidad, te sorprenderías bastante, créeme. No sé si la gente parecida a mí es de mi mismo estilo, pero... ésta soy yo, nací así y así seguiré siendo, para beneficio e inconveniente de otros. Exactamente, inconveniente, he dicho.
Ya lo entenderás mas adelante.

Capítulo 1.

Me despierto con una mueca de desagrado, como cada mañana.
Los rayos de un sol naciente se cuelan entre los barrotes blancos de la ventana de mi habitación, dorando mi piel.
He intentado lo mejor posible borrar lo acontecido la pasada noche, aunque sé que es una tarea incumplible.
Habrá que aguantarse.
Hoy hay colegio.
Es viernes, y al igual que siempre, me levanto, me visto, desayuno y me peino, pensando en el mismo tema que no cesa de dar vueltas en mi cabeza:
¿Y ahora qué?
La misión de eliminar por completo mi oscuro pasado me parece imposible. ¿Cómo rehacer mi vida?
¿Cómo fingir que soy alguien diferente a mí, alguien sin historia?
¿Cómo obligarme a sonreír ante un mundo que no ha hecho más que darme desgracias?
¿Cómo evitar llorar, y contenerme, y olvidarme de lo que soy?
¿Cómo abandonar hasta el fin de mis días al espíritu de mi abuela?
No.
Decididamente, no.
Voy a tener que hallar otro método para sobrevivir.
Mientras subimos las escaleras hacia mi clase, la profesora me confía las llaves para que abra el aula, a sabiendas de que he bajado la cabeza y he escondido mis manos tras la espalda al verla sujetar el llavero.
Odio abrir puertas.
Odio que todo el mundo me mire.
Odio ser el centro de atención.
Por eso visto de negro, para pasar despercibida, y, bueno, también para guardar un luto que ya no es necesario, por qué no admitirlo.
Le tiendo las llaves a Katherine, una extraña chica rubia que puede considerarse más o menos mi amiga dentro del colegio.
Al menos es la persona más parecida a mí que encontré.
Niega levemente con la cabeza, y suspiro, resignada. Me dedico a buscar la llave correcta que supuestamente ha de abrir la clase, cuando tropiezo con una mochila que algún descuidado ha dejado en medio del camino.
El llavero cae, pero no me estampo contra el suelo de milagro, porque Katherine me sujeta antes de decir con su típica voz irónica:
-Te ibas a caer.
-Es muy mala hora -le contesto.
-Cierto.
Me agacho con rapidez para coger las llaves, pero una mano desconocida se me adelanta, y lo sujeta con la punta de unos dedos finos.
-Graci.. -alcanzo a formular, antes de que me corte con un escueto <<de nada>>.
Frunzo el ceño, y levanto la vista para descubrir a la persona de tan bruscos modales.
Me encuentro con la mirada de un chico moreno, más o menos de mi estatura, con unos ojos verdes asombrosamente penetrantes. Dejo de mirarlo rápidamente, pues la intensidad de sus pupilas contrastadas me hace sentir intimidada, mas sin saber por qué. Analizo por encima al muchacho a su lado, que parece ser de su mismo curso. Los iris de éste son azules como el mar, y reflejan una pureza que me abre paso a su interior sin oponer resistencia. Su cabello dorado me recuerda bastante al de un león.
Ambos me observan como si fuera lo más extraño que hubieran visto en sus vidas (aunque, claro, puede que sea así), pero, mientras el primero hace intentos vanos en averiguar algo más de mí, lo noto por cómo ladea ligeramente la cabeza, el segundo sonríe como cuando uno se topa con algo fantástico.
Vaya, esto es nuevo.
Pero, cuando me doy cuenta, me veo envidiándolos; envidiándolos por ser normales, por la infantil serenidad de sus rostros, por el lazo invisible que delata su amistad, por poder mirar a la chica rara con un suave toque de incompresión.
Aunque, a quién voy a engañar, tampoco lo que quiero es ser tan ignorante.

Prólogo.

Podría decir que el álbum de su mente es como un torbellino de imágenes buenas y malas. Éstas últimas, pese a haberlas intentado olvidar a conciencia, se niegan rotundamente a desaparecer.
Eso es ella.
Un tornado de visiones, la mayoría alegres, otras que, imagina, no suelen cruzar la mente de una niña, son de las más tristes que se puedan llegar a sufrir.
De todo eso, tanto de sus vivencias buenas como de las malas, aprendió, antes de tiempo, a saber qué es lo que significa realmente la vida, y, en el otro extremo...la muerte.
Sabe apreciar su existencia y cree que el dolor la ha hecho madurar quizá antes de tiempo.
Así que, aunque la melancolía la inunde al recordar esos momentos, no puede hacer nada contra ello.
El ver a sus seres más queridos a las puertas de la muerte, el comprobar que cada día que pasa van enfermando más y más... ¿es justo para una niña de siete años?
¿Es justo?
Y mientras, todo el mundo: sus padres, sus abuelos, sus amigos creen que esa pobre niña no es consciente de lo que ocurre, de que su madre está muriéndose.
Creen que ella no sabe nada, se lo intentan ocultar.
Esconderle que hay algo que hiere a su madre desde dentro, que la asfixia, que la mata... un "algo" que, según esta niña ha escuchado decir a sus padres a hurtadillas, tiene el nombre de cáncer.
Ella, aún, en los primeros meses, no tiene ni idea de por qué su ser más amado se encuentra en cama, viendo pasar los días, largos, monótonos, interminables, tras unas descoloridas cortinas de tela.
Pero cuando sus padres se montan en coche y toda la familia llega a un lugar en el que se puede leer "Hospital", empieza a sospechar algo.
Y se entera.
Y llora.
Y sufre.
Y todas las noches, en silencio, para que los demás no la oigan, solloza enterrando su rostro bajo las almohadas, controlándose, guardando todo eso dentro de su pequeño e inocente corazón, y negándose a contarle a nadie todo lo que siente.
Y por la mañana, finge, aparentemente feliz, no saber nada. Intenta hacer oídos sordos a palabras como "quimioterapias", "radioterapias", "operación"...pero, al cabo de los meses, la niña aprende, madura, se hace fuerte, porque sabe que su madre saldrá adelante.
Que hay esperanza.
Siempre la hay.
* * *
A su madre le toca operarse hoy.
Pero su hija no llora.
No.
Piensa que todo va a salir bien.
Se la llevan a casa de su abuela. Va a visitar a su mamá todos los días, y le aprieta la mano, le da calor, le intenta transmitir su energía.
Pero tiene que dejarla.
Volver a casa.
Al cabo de las horas su padre llama: la operación ha salido bien. La chiquilla tiene ganas de reír, de saltar, de llorar de alegría, pero no: se lo guarda todo. Se conforma con decir "¡qué bien!". Arde en deseos de abrazar a su madre.
Regresa al médico, y la imagen de su madre, con bolsas de sangre alrededor, en la cama, pero con una sonrisa, y diciéndole que está bien, es, quizá, la más preciosa que su mente pueda elaborar.
* * *
Han pasado unas semanas.
Ya están en casa.
Todos.
La niña es feliz, pero nota que hay algo que no acaba de encajar. ¿Y su abuela?
¿Dónde está?
Su madre la lleva un día a verla, y lo que ve la deja horrorizada. Se mantiene tendida sobre su cama, y ha engordado se le nota, pero no de la forma habitual.
De la manera que se coge peso al tomar muchas medicinas. Las carnes de su cara, flácidas, forman ondas y arrugas.
Se la ve triste.
Su nieta lo sabe.
La mujer con más vitalidad a la que conocía, ahora yace sobre un colchón, como un peso inerte.
La niña le pregunta qué le pasa, pero no le responde. A su pocos años, se siente ignorada y sola.
Aún no comprende.
* * *
Pasan los días.
Su abuela va de mal en peor, y la pequeña regresa a sus habituales sollozos.
"¿Por qué a mí?", piensa.
Todas las noches le reza a Dios en busca de ayuda.
Pero no sabe que, haga lo que haga, el pacto está hecho.
La niña se hace mayor, y, aunque ama a su abuela con muchísima fuerza, cuando la visita sólo le da un beso.
La mira.
Nada más.
Todavía no conoce la otra cara de la historia.
Y ve cómo la llama de su vida se va consumiendo, desvaneciéndose, extinguiéndose hasta que, con un soplo de viento, se apague.
Y no hace nada.
Se mantiene así, expectante, como alguien que ve una película.
Con sentimiento de culpa. Nunca se perdonará no haberse despedido de ella.
Porque extraña a su abuela.
No la reconoce.
No le cabe en la cabeza que esa mujer tendida en la cama sea la misma que, hace poco, le cantaba, la arrullaba.
Pero no sabe que los seres que más quieres también mueren.
Está acostumbrada a vivir entre mimos, caricias y abrazos.
La vida no es así.
* * *
La han llevado otra vez a casa de los abuelos paternos.
¿Por qué?
Lo ignora.
Las tardes pasan, y escucha que su abuela Pepa, su estrella más brillante, está mal.
Muy mal.
Tiene cáncer en el cerebro.
Un día, está abajo, jugando, en el parque, cuando vienen sus padres, con ojos llorosos.
Todo lo que cuentan es irreal.
Imposible.
Terrorífico.
Apoya la cabeza en el regazo de su madre, con expresión ausente.
Sus párpados ya se han quedado sin lágrimas.
* * *
Amanece al día siguiente ronca, con el rostro húmedo, las mejillas arreboladas.
Surcos hechos por arañazos atraviesan la almohada.
Una lágrima transparente, cristalina, se desliza por su cara inocente.
Cierra los ojos.
Con fuerza.
Se mete el puño en la boca, para no llorar.
Va a desayunar tras haberse lavado.
Porque no quiere que la vean así. No desea que sufran más por su culpa.
Pero medias lunas rojas marcan sus dedos, tras habérselos mordido en vez de llorar.
* * *
Han pasado cinco años.
La niña ya tiene doce años, y quiere ser escritora.
Quiere contarle al mundo su historia, su tragedia.
Pero también sabe gozar de las cosas alegres.
Bonitas.
Las más sencillas.
Por las que, ha descubierto, merece la pena vivir.
Se ha enterado de lo que realmente ocurrió con su abuela, y por qué su madre se salvó.
Nunca imaginó que se pudiera pactar con Dios.
* * *
Es seis de agosto.
Está tocando el piano.
Lo hace en honor a un espíritu.
Todos los años recuerda este día.
Hoy murió su abuela.
Y ésta es su forma de darle las gracias.
Por su sacrificio de amor.
Por el pacto.
Se dirige a uno de los cajones de su cómoda.
Sabe perfectamente lo que está buscando.
Ahí está.
Escondido, entre las sombras, para que no lo pueda encontrar nadie, hay una especie de "cofre".
Es rosa, de un color que ella odia, porque se ha hecho gótica, y tiene grabados a unos cursis Mickey y Minnie Mouse.
Realmente es horrible.
Pero sabe lo que importa.
Coge una llave, bien escondida, y se prepara para hacerla girar en la cerradura.
Encaja a la primera.
Levanta la tapa, emocionada, y allí están.
En el fondo del cofre hay una pulsera plateada, de plástico, la clase de juguete que le gusta a una niña pequeña.
La saca, se la pone.
La observa con detenimiento.
Le parece hermosa.
Pero no en el sentido habitual.
Y ahora...
Queda un papel blanco, de rayas, hecho un redondel en el cofre. Lo despliega.
Sonríe al reconocer su fea y antigua letra.
Pero eso no es lo más importante; eso, no.
Mira debajo.
Hay un dibujo.
Una mujer, casi anciana, y una niña, de la mano.
Una lágrima cae al ver la dedicatoria, abajo: un "Te Quiero", enorme, en letras mayúsculas, infantiles.
Pero lo más hermoso está arriba: allí, casi ilegible, se puede ver: "Annie y Abuelita".
Rompe a llorar.
Es consciente de que no puede controlar sus sentimientos ahora.
Vuelve a guardar el papel y la pulsera en el cofre, no sin antes haberle dado un beso a la hoja, y la esconde.
Para que nadie la vea.
Para que nadie la encuentre.