sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo 16.

Mis ojos se abren desmesuradamente. Me llevo la mano a la boca, incapaz de proferir sonido alguno.
Bajo mis ojos yace algo, algo oscuro que se agita, entre espasmos, retorciéndose sobre sí mismo.
O alguien.
Sus ojos vidriosos se desplazan, rápidos, por la habitación tenuemente iluminada con el resplandor de una lámpara situada junto a una austera estantería de madera.
Respiro agitadamente, el corazón latiéndome a un ritmo antinatural. Mis ropas ascienden, descienden, acompañando a mis seguidas pulsaciones.
La persona cesa de moverse.
Me agacho, poniéndome en cuclillas junto al desfalleciente muchacho a mi derecha.
Jack.
Sus manos permanecen agarrotadas sobre su pecho, una gélida caja encogida dentro de su alma. Su rostro, una máscara congelada en una mueca de terror cual espejo quebrado.
Cierro los ojos, con fuerza.
Me niego a creer lo que estoy viendo, a Jack tirado en el suelo, su tez empalidecida por el velo de la muerte, su pecho sin vida, sus hermosos ojos tornándose grises a una velocidad abrumadora.
No puede ser, no puede ser.
Es imposible.
Quizá así pueda ahuyentar a los fantasmas de mi pasado, de mi presente, de mi futuro.
Porque, diez años después, permanezco reacia a admitir que la gente a la que amo también muere.
Como todo el mundo.
Aprieto la mandíbula, los dientes rechinando, el pánico expandiéndose dentro de mí.
Realmente no sé absolutamente nada de remedios o medicina, pero por intentar salvar una vida especialmente importante no voy a perder nada.
Así que alzo mi mano, y la llevo a su muñeca izquierda, fría como el hielo. Trato inútilmente de tomarle el pulso, de sentir sus latidos, de notar el flujo de la sangre caliente recorriendo su cuerpo.
Nada.
Una opresión en el pecho se adueña de mí, fuerza a mi corazón a mermar su tamaño.
Pienso.
Pienso en cualquier cosa, en cualquier método que me ayude a recuperar a Jack.
Conduzco un vacilante dedo hacia su nariz, hacia su boca entreabierta.
No respira.
Me aparto de él.
Las lágrimas comienzan a anegar mis párpados. Los aprieto concienzudamente, intentando evitar que mis mejillas se humedezcan, que mi tez se vuelva gris otra vez, que me tenga que ocultar del monstruo del miedo que sigue acechando a la vuelta de la esquina.
Tratando de ignorar que Jack está muerto.
Mas mis esfuerzos son en vano, y rápidamente un río de lágrimas desciende sobre mi rostro sonrojado.
Y lloro, y lloro.
Lloro por alguien para quien nunca he significado nada, los sollozos se agolpan en mi garganta por una vida finalizada casi sin empezar.
Me cubro la cara con las manos, el antifaz veneciano se oscurece, el estúpido maquillaje que oculta mi ser desaparece, tiñendo mi rostro de lágrimas negras.
Abro los ojos de nuevo, pestañeando, creyendo que de esa manera conseguiré traer a Jack de vuelta a la vida.
Pero no.
Su cadáver sigue aquí, junto a mí, inerte en una distinguida posición.
Me obligo a parar de llorar.
No, eso no está bien.
Eso es de débiles.
Hay momentos en los que se nos ocurren las ideas más extrañas cuando realmente no debemos estar pensando en nada.
Lo último que se me hubiera tenido que pasar por la cabeza ahora mismo es lo primero que se me ha venido a la mente.
¿Y si...?
Apoyo la cabeza de Jack en mi hombro, acunándolo a medias como a un bebé.
Mis lágrimas caen sobre sus párpados marchitos, sobre sus verdes iris ahora cubiertos por una película blanca.
Bajo la mano hacia su rostro, lo acaricio, le cierro los ojos.
Es tan hermoso.
Tan inocentemente infantil.
Sonrío leve y nostálgicamente, me dejo caer junto a él.
Trazo una fina línea desde el nacimiento de su cabello hasta el hueco de su pálida clavícula.
Y lo beso.
Muy suavemente, casi un tímido roce, lo contrario a mis fantasías de cuento de hadas.
Sí, lo amo, o amaba, pero no deseo mentirme dándome falsas esperanzas.
El príncipe no despertará de su sueño eterno con el beso de una plebeya.
Suspiro.
Desde mi posición, trato de insuflarle aire en los pulmones, mientras mis puños golpean su pecho, decididos a no dejarle ir.
Por un instante, observo la escena desde fuera de mi cuerpo, como todos los fantasmas que giran a mi alrededor.

Una chica, obstinadamente desesperada en no permitir marchar en paz a un muchacho. Una y otra vez, una y otra vez, junta sus labios con los del joven en un ansioso boca a boca, le toma el pulso, zarandea su torso inerte.
Pero él no responde.
Y ella se odia a sí misma, al mundo, a su amado, por ser tan desconsiderado como para dejarla sola sin haberse despedido.
Pero, aún así, sus alargados dedos no cesan de recorrer la frente del difunto, su nariz, sus cejas, su boca.
Como queriendo conservar hasta el más vivo y último recuerdo de él.
Como deseando volver a sentir su presencia junto a ella.
Como tratando de evitar doblegarse a la dura realidad.
Llora en completo silencio, sus sollozos en soledad se cuelan por entre los labios entreabiertos del joven. Éstos se humedecen, nada más.
Nada más.
Ella frunce el ceño con una inusitada fuerza, aúlla, levantando la cabeza al cielo, clava sus puños en el pecho de él, que se convulsiona, pero no da señales de vida.
La muchacha se levanta poco a poco, se aparta del cadáver, se dispone a abandonar la estancia.
La puerta se cierra con un chasquido.
Avanza con lentitud por el pasillo, con andares pesarosos.
Se detiene a mitad de camino.
Se tira al frío suelo.
Deja que el miedo, la tristeza y la soledad se adueñen de ella.
Golpea el mármol con las dos manos, hasta que la sangre comienza a manar de ellas, araña su vestido, destrozándolo y convirtiéndolo en tiras oscuras.
Rotas.
Como ella.
Se estira en toda su longitud, extiende sus dedos, inspira.
Y entonces.
Un alarmante sonido procedente de la habitación llega a sus oídos.
Se levanta con rapidez, dejando atrás el terror a la sorpresa.
Empuja el pomo del dormitorio del joven, a la vez que introduce su cabeza por la abertura entre la puerta y la pared, por donde un halo de luz se refleja en su antifaz.
Al igual que una exhalación, se mete en el cuarto.
Lo que ve provoca que un suspiro salga de sus labios.
Él baja las manos al suelo, se apoya en ellas.
Se levanta hasta ponerse a la altura de la muchacha.
Ella cierra la puerta, la empuja con su espalda, impidiéndole salir.
Su respiración delata su nerviosismo, su júbilo, pero ella se afana en ocultarlos.
Al fin y al cabo, eso es lo que lleva haciendo toda una vida.


Jack tartamudea, en un estado de confusión mental.
-Q-qué... ¿qué estás haciendo aquí?
Vaya, para acabar de despertarse de la muerte no ha sido muy sutil, que digamos.
-Quiero decir... ¿qué ha pasado?
Ah, ahora sí. Los buenos modales son algo que no se olvida.
Le sonrío.
-Esperar a que te levantaras. Estás más guapo cuando duermes, ¿sabes? -le digo, cosa que jamás me habría atrevido a confesar en el instituto.
-¿Cómo?
-Tú sabrás. ¿Qué estabas tramando antes de que yo llegara?
Duda, la confusión aparece en sus facciones.
-Supongo que me habré dado un golpe en la cabeza.
Trato de averiguar si está mintiéndome, mas doy por hecho que no.
-Ahora, ¿me puedes decir a qué has venido?
Río.
-No -susurro-. Pero te dejaste la puerta abierta.
Me alejo, divertida, de él.
-¿Qué te pasa en los ojos? -pregunta.
-¿A mí? -me señalo.
-Son negros.
Me giro, buscando un espejo. Cuando lo encuentro, me devuelvo una mirada en la que mis pupilas aparecen enormemente dilatadas.
Dicen que eso es lo que ocurre cuando piensas o estás con alguien a quien amas.
-Lentillas.
-Nadie se pone lentillas negras.
-Entonces, yo no soy nadie.
Bufa.
-Eres muy diferente a tu personalidad en el instituto -me comenta-. Lo contrario, diría yo.
-Lo sé, te lo advertí, ¿recuerdas? Cuando te dije... -vacilo un segundo- lo que tú y yo sabemos.
-Creo que sólo lo sabes tú.
-No soy tan estúpida como para repetirlo.
-¿El qué? ¿Que te gusto?
Alzo una ceja, molesta.
-No dije esa palabra, precisamente. Es carente de todo significado.
-Es posible que tengas razón, Anne.
Me gusta cómo suena mi nombre dicho por él. Es como un breve suspiro, como un efímero instante en la vida, sin ningún significado trascendental.
-Es tarde. ¿Vas a volver a bajar?
-Sí, luego. Por cierto, el baño está al fondo, a la derecha.
Ladeo la cabeza, confusa.
-¿Quieres que te diga que me alegra saberlo?
-No, pero supongo que querrás limpiarte la cara antes de reunirte con los demás.
Llevo las manos a mi rostro, se humedecen.
Me sonrojo, pero respondo rápidamente.
-Lo mismo te digo, Jack.
Él repite mi gesto, mas no encuentra nada.
-No te entiendo.
-Los labios. Tus labios.
Bajo la mirada hacia ellos.
Mi corazón palpita con más fuerza cuando descubre el rastro de mi pintalabios rojo impreso en su boca.
Sus ojos se agrandan enormemente.
-¡Adiós! -le digo, corriendo por el pasillo.
-¡Eh! -grita.
Me alivio al escuchar la diversión en su voz.
Chillo, riendo en voz alta.
-¡No me pillas! -canturreo.
-¿Que no? -escucho una engreída respuesta a mi espalda.
Jack se abalanza contra mí, haciendo que caiga al mullido sofá de su salón. Él acaba encima de mí.
-Te cogí -susurra, triunfante.
Contengo la respiración, mis emociones casi me pueden.
-¿Estás nerviosa? -me pregunta.
Suspiro.
-No veo por qué.
-Yo sí.
Las manos de Jack, que hace segundos lo sujetaban, se aflojan, y él desciende, acercándose a mí.
Parpadeo.
-¿Segura?
-Sí, completamente.
-De acuerdo.
Baja su cabeza hasta mi oreja.
-¿Y ahora?
-No. No estoy alterada -musito.
-Entonces, ¿tienes miedo?
-¿De qué?
-De mí.
-Eso no tiene ningún sentido.
-Ciencia infusa. No lo has negado.
-Está bien, no te tengo miedo.
-¿Y por qué estás tan tensa cuando hago, por ejemplo, esto?
Deja una mano libre, que utiliza para conducirla a mis mejillas.
-Jack, para.
Suelta una carcajada, pero me obedece.
-¿Qué pasa?
-¿Por qué haces esto?
-Me he perdido, Anne.
Me incorporo, quedándome frente a él.
-Tú quieres a Rose.
-No, no la quiero.
Se me forma un nudo en la garganta.
-Deseabas besarla.
-Oh, ¿te lo ha contado?
Asiento.
-Es un capricho, nada más.
Me cruzo de brazos.
-Tu hermana me ha dicho que tenías una novia en la playa.
-Tenía. No sigas por ese camino.
-¿Por qué? ¿Acaso las ves a todas como un premio por el que competir?
-Tú eres un premio especialmente difícil de ganar.
Entorno los ojos.
-Eso es un prejuicio.
-Sí, lo sé.
-Crees que sabes más cosas de las que realmente sabes.
-Puede.
La situación se vuelve incómoda, miro el reloj.
-Son las doce.
-¿Te vas?
-Sí, y no me voy a dejar un zapatito de cristal en tu casa.
-No lo permitiría, tendría que responder a un interrogatorio por parte de mi familia.
Alzo los ojos al cielo.
-Por cierto, aquí no ha pasado nada.
-¿Nada?
-En el instituto, nadie va a saber lo que ha ocurrido.
-¿Y qué ha ocurrido?
-Bien, veo que te has enterado de lo que quería decir. Buenas noches -me levanto del sofá y abro la puerta para irme.
-La fiesta aún no ha acabado. ¿No te vas a quedar?
-Bueno... de acuerdo. Pero sólo un rato más. Y voy a bajar las escaleras sola. Tus vecinos son unos cotillas.
-Anne.
Me giro, de cara a él.
-¿Cómo me has encontrado antes de despertarme?
-Pues... he subido a tu casa.
-No me refiero a eso. Quiero decir, ¿en qué estado?
Miro hacia otro lado, angustiada.
-Dormido.
-No dices la verdad.
-¿Tú crees?
-Sí. Estoy seguro.
Me muerdo el labio inferior, con fuerza, extremadamente nerviosa.
-Hace falta conocerme más de un día para adivinar cuándo finjo -respondo, cambiando radicalmente de tema.
-Anne, necesito una respuesta.
-¿Necesitas?
-Es urgente. Por favor.
Clavo mis ojos en los suyos, reacia a desvelar la verdad.
-Estabas tirado en el suelo... según tú, por un golpe en la cabeza.
Me observa con una preocupada intensidad, asintiendo.
-¿Qué más?
-Eso es todo. La próxima vez ten más cuidado. Así se crean tumores, sé de lo que hablo.
Chasquea la lengua, frustrado.
-Está bien -sonríe, pero detecto un temblor familiar en la comisura derecha que delata la mentira.
-Jack, ¿qué pasa?
Cesa de esforzarse en agradarme, y coge aire.
-¿Qué iba a pasar? Anda, ve abajo y disfruta de la fiesta. Yo te sigo en un minuto.
Cierra la puerta tras de mí, dejándome junto a muchas más dudas que me afano en ignorar.

Capítulo 15.

Es todo tan... absurdo, y confuso.
¿Realmente ha ocurrido esto?
A ver, a ver.
Pensemos con lógica.
Lo único que acaba de pasar es que me he "peleado" con Jack Blackwood.
Sí, claro, lo único.
Bueno, he de admitir que me ha divertido de alguna manera.
Los desconocidos no discuten.
No a menos que sean tan estúpidos como para hacerlo.
Y yo he tenido una riña con el chico que me gusta.
Nuestra primera discusión.
Oh, qué bonito.
Enternecedor, ¿verdad?
En ocasiones pienso que estoy un poco mal de la cabeza.
Bah, pero suele ocurrir.
Regreso a mi bloque.
Sola.
Oh, no pienses que me he rendido y me retiro a llorar.
Oh, no.
Precisamente no.
Me encuentro subida y agarrada a una alta valla desde la cual se divisan las Azaleas. Unos finos tallos ocultan mi rostro enmascarado mientras sonrío perversamente.
Mi vida es prácticamente como una película de espías.
Te doy permiso para llamarme "niña chica" o "infantil", porque (lo admito sin reparos) lo soy.
Pero, qué quieres que te diga, en tu cabeza no suena a diario, cuando te levantas, el tema musical de James Bond.
Me bajo de un brinco de los barrotes, colocando estratégicamente las manos en el suelo sin hacer ruido.
Y corro, y corro.
Corro tan rápido que pierdo la visión de los naranjos exteriores al patio.
Inspiro, espiro en concordancia con mis zancadas irregulares.
Observo la luna, alzándose llena en el cielo plagado de estrellas que titilan, reflejando su brillo blanquecino en mis ropajes oscuros.
Cuesta creer que algo tan hermoso pueda existir.
Me estoy desconcentrando.
Pero la puerta de las Azaleas se yergue frente a mí.
Río entre dientes.
Sé que realmente no tengo un plan específico para "vengarme", pero ya de por sí la satisfacción de pensar que puedo hacer algo es gratificante.
Tengo la costumbre de ir por mi barrio saltando puertas, pero esta vez me decanto por abrirla, ya que no ofrece mucha resistencia contra mi tozudez.
Entro.
Los tacones resuenan, y les chisto inútilmente, como si pudieran escucharme. Me agazapo contra un árbol de no mucho tamaño.
Observo.
Una pandilla de pequeños hombres lobo, momias y diablos salta junto a mí, sorprendiéndome. Sonrío al ver que miden menos de un metro y que rebosan más vitalidad que cualquiera de los adultos del lugar.
Busco a Jack con la mirada, pero no lo encuentro.
Veo a mi hermano, a sus amigos, a John, a Elizabeth, a Miles, a Jane... pero no a él.
Alzo una ceja, molesta. ¿Se estará escondiendo de mí?
De acuerdo.
¿Quiere jugar al escondite?
Juguemos.
Recorro el patio con la mirada infructuosamente, por lo que me dedico a caminar hacia ningún lado en particular. Ando por los dos bloques, risueña, con las manos a la espalda. Las personas fijan los ojos en mí, extrañadas, mas las ignoro por completo.
Doy saltos nerviosos al acercarme a mi... cuñada, pero, obviamente, no le pregunto dónde puede estar su hermano. Ella sabrá.
De repente, se me ocurre una de mis "fantásticas" ideas.
¿Y si... estuviera en casa?
Sé dónde vive, así que... ¿por qué no seguirlo?
La emoción es tal en este momento que no me detengo a pensar en si mis actos pueden ser considerados como allanamiento de morada.
Transformo mis ojos en dos rendijas oscuras, me cubro con la capa del disfraz hasta que me tapa el rostro y entro en el bloque.
Nadie me ha dicho nada, qué raro.
Ni avisos, ni amenazas de denuncia.
En fin, ¡mejor que mejor!
Paseo la vista por el interior del piso, que luce brillante, inmaculado. Hasta con un banco en el que sentarse para esperar al ascensor, lo que considero un poco absurdo, en honor a la verdad.
Por no darles la satisfacción a los "azaleños" de no subir a pie, utilizo la escalera.
Queda un rato hasta llegar al cuarto piso.
Cuando ya voy por la mitad de la primera planta, veo algo negro en el suelo que capta mi atención.
Lo recojo.
¿Una capa?
¿Qué clase de persona va dejando capas por las escaleras?
Frunzo el ceño, confusa, pero dejo la ropa junto al primer escalón del segundo piso.
Desde hace años he escuchado historias y maldiciones que los odiosos habitantes de las Azaleas inventaban sobre sus bloques para infundir miedo a los demás sin un motivo aparente.
Lo malo es que yo me las creía.
Siempre he sido una persona a la que le gusta leer libros de terror, por lo que tenía (tengo) fe en prácticamente todo. Y eso es, en ocasiones, un grave problema.
¿Quién te dice que lo que es tu imaginación no es la realidad oculta bajo un velo?
Por ello, suelto rápidamente la prenda en el pálido mármol, me giro a una velocidad extraña en mí y subo los escalones de dos en dos.
Por si acaso.
Es mejor prevenir que curar.
Me veo en el tercer piso en menos de diez segundos, con el corazón latiendo violentamente y las piernas flácidas, como de mantequilla.
Reduzco la velocidad, deteniéndome poco a poco.
Resollo por la boca, lo que me hace pensar que debería volver a hacer ejercicio bailando, como el año pasado.
Llego al cuarto piso.
Aguzo el oído, atenta a todo.
Silencio.
Un silencio antinatural, aunque quizá debido a que la mayor parte de mis vecinos se hallan abajo.
La letra, la letra. ¿Cuál era?
Ah, ya, el piso B.
Mi intención no es precisamente llamar, solo escuchar. Coloco el oído derecho en la puerta de Jack y contengo la respiración.
En el interior del piso se escucha una televisión encendida.
¿Realmente ha decidido quedarse en casa en lugar de asistir a la fiesta de Halloween?
Me encojo de hombros, pensando que no soy quién precisamente para juzgar las rarezas de la gente.
Bajo la vista hacia el pomo, y ahogo un grito.
La puerta está abierta.
La indecisión, el ansia, el terror y la excitación me recorren la columna vertebral.
Siento un escalofrío.
¿Qué hacer?
¿Me voy, teniendo la sensación de que jamás llegaré a conocer la casa de Jack?
¿O empujo el pomo, arriesgándome a que me descubra hurgando en su habitación?
Deseo hacer lo primero, pero claro, entonces... no habría historia.
Las bisagras chirrían, dejándome paso al interior.
Siempre he imaginado que la casa de Jack olería igual que él (no es que yo vaya por ahí oliendo a la gente, que conste).
El olor del joven es parecido al aroma de pino mezclado con el sutil perfume del melocotón fresco.
Su casa, al contrario, hace que una vaharada de algo dulzón que no consigo distinguir llegue a mis fosas nasales. Arrugo la nariz, sorprendida.
Me interno en el recibidor.
A mi derecha, un salón completamente a oscuras excepto por el tenue brillo de una televisión encandida se extiende hasta el final del piso, conduciendo al balcón. Busco en la estancia a Jack, pero tampoco está aquí.
El pasillo no permanece iluminado por ninguna luz aparente. Esto me echa un poco para atrás. Mi mente racional no desea continuar, pero el corazón, reacio a explicaciones, me insta a adentrarme en la casa.
No suelo ser tan estúpida, mas, como movidos por una fuerza paranormal, mis pies comienzan a avanzar hacia la salita.
Nadie.
Queda la parte del fondo, los cuartos.
La habitación de Elizabeth, creo que de un color lila, está situada frente a la de sus padres.
Y en el rincón más apartado.
Su cuarto.
Respiro estúpida y agitadamente, medio entre convulsiones.
No puedo evitarlo.
Y enciendo la luz.
Grito.

Capítulo 14.

Siento las piernas como si se hubieran transformado en alas.
Puedo volar, puedo volar.
Puedo sonreír sin inmutarme de lo que ocurra en el resto del mundo, puedo desprenderme unos instantes de la grisácea piel que es, en parte, mi vida.
Puedo hacerme creer que he olvidado.
Es posible que no sea cierto, soy totalmente consciente de ello, mas me he tomado la libertad de desear sentirme egoísta por una vez.
Me agacho, poniéndome en cuclillas. Me encuentro escondida tras un matorral sobre una pequeña columna, con el grupo detrás de mí, riendo en silencio, las mejillas arreboladas junto a una agitada respiración por el hecho de haber recorrido la manzana entera de incógnito.
Los miro, y por un instante algo se retuerce dentro de mí.
Me odio a mí misma por reconocer sin vacilar esa sensación.
El recuerdo del sentirme apartada, diferente, extraña.
Rara.
La envidia.
Porque sé que, en cuanto termine esta noche, ellos continuarán exactamente igual que ahora, mientras que yo volveré a ser Anne Dyer, la chica muda, la niña de la ventana, la de los libros, la de la sonrisa tímida.
Cierro los ojos.
Me concentro.
Y visualizo a mi abuela.
Como tantas otras veces, ahí está su espíritu, su fantasma, su ángel diciéndome que sea feliz, que disfrute de la vida, que no merece la pena llorar.
Pero, aún así, una lágrima escapa bajo el antifaz.
Respiro.
La mujer de mi cabeza pone cara de exasperación, mas una risa escapa de sus labios.
<<De acuerdo>>, gesticula.
Y desaparece.
Bajo la vista, enfrascándome en mis pensamientos.
Vuelvo la cabeza a mis compañeros.
-Ahora -susurro.
Como impulsados por un resorte, la "manada" sale disparada cual rayo hacia la entretenida e ignorante multitud, que pilla a algunos enanos tratando de colarse por entre sus cuerpos para alcanzar las casas llenas de caramelos.
No puedo evitar sonreír al apreciar lo infantil de sus rostros, la alegría de sus almas, la divertida emoción al saltar sobre los bancos.
Los sigo, diciéndome que deprimida no es que me vaya a divertir mucho hoy. En Halloween. En las Azaleas.
Junto a Jack.
Así que grito, me escondo, miro por encima de las espinas de un rosal, me deslizo por el suelo como si fuera un reptil, mientras a Claire le entra un ataque de risa al ver mis habituales locuras.
-¡Ven! -le digo a la vez que pego un brinco mirando hacia atrás.
Sus carcajadas aumentan, y se sujeta la barriga.
-¿Qué...?
Caigo hacia el suelo, y me quedo allí un momento, preguntándome qué es exactamente lo que acaba de pasar.
Claire señala disimuladamente hacia mis espaldas, conteniendo la risa.
Me giro lentamente, como si hubiera un depredador tras de mí.
En fin, en mi opinión no es tan diferente a lo que sería un león.
-Oh, Dios mío.
Siento cómo la vergüenza y la diversión compiten por llegar primero a mi rostro. Creo que ganan las dos, solo que el bochorno se dibuja claramente en mis facciones en forma de rosado rubor.
Me cubro la cara con la mano derecha, mi torso asciende y desciende rápidamente en cuanto me doy cuenta de lo ridículo de la situación.
Ahí estoy yo, tirada en el suelo, muriéndome de risa, aparentemente invisible (o ignorada) por los demás. Y, frente a mí, el chico que me gusta, tendiéndome educadamente la mano sin olvidar sus buenos modales, de los que estoy empezando a pensar que yo carezco.
Sí, definitivamente, en el mundo hay gente estúpida. Como yo.
Agita el brazo, instándome a separarme del suelo.
Pero yo no se la acepto. Soy demasiado orgullosa para eso.
Me levanto de un salto, me aliso la falda y me coloco bien los zapatos.
-Gracias -digo, alzando el mentón, sintiéndome tonta en mi fuero interno.
Jack hace una floritura con la mano y una reverencia, a la que yo intento corresponder.
Pero me caigo.
Bueno, o casi.
Supongo que habría sido mejor que me hubiera estampado de bruces contra el asfalto.
No llego a besar el suelo. Unos dedos me agarran por la cintura.
Lo malo fue que yo me he aferrado con todas mis fuerzas a ellos.
Jack ríe, dejándome en ridículo entre sus brazos como una niña pequeña.
Me sonrojo, y di gracias a llevar puesto sobre mis mejillas el antifaz veneciano.
-Eres...
-¿Increíblemente atractivo y caballeresco? Sí. Esta noche me dedico a salvar damiselas en apuros.
-No estaba pensando precisamente en eso. Ah, y no soy una "damisela en apuros" -le suelto, zafándome de él.
Su risa suena tras de mí, irritándome.
La canción cambia a una más lenta, y acabo de desear que nunca lo hubiera hecho.
La melodía trae a mis pensamientos recuerdos de años pasados.

Es una clase.
Sobre el suelo, instrmentos musicales repartidos por doquier, alumnos de cuarto curso, apenas de diez años, sintiéndose importantes.
En el centro, una chica.
Se imagina lo que todos pensarían. <<¿Qué hace aquí? Ésta no es su clase. Es tan extraña...>>
Ella misma ha llegado a cuestionarse el porqué de su asistencia al otro curso.
Pero a la niña se le da bien tocar, así que se decanta por ignorarlos, coge un mazo y se sienta.
Mientras espera al resto, el chiquillo de los ojos de Chucky (sí, ella los ve así, opinaba que están demasiado abiertos como para captar cualquier cosa, incluso a ella) se acomoda a su lado.
No hablan.
Pero el corazón de la niña late a tal velocidad que no se extrañaría si se le sale del pecho.
Resopla, la frente le sudaba.
-Un, dos, tres...
Las manos del profesor bajan, y sus pupilos empiezan a tocar.
<<Do, mi, sol, fa, mi, do, mi, re...>>, en la cabeza de la chica las notas se suceden, una tras otra, y se imagina que en la de su compañero ocurre lo mismo. Los dos rozan las mismas teclas, a la misma vez.
Ella mira los dedos de él cerrarse sobre el mazo, golpear el metalófono, ascender, girar levemente en el aire al son del Canon de Pachelbel.
Un bonito pensamiento deambula por la mente de la niña.
A lo mejor es que los dos están unidos por la música.


La imagen se difumina, el sonido se va perdiendo mientras regreso a la realidad.
Él me mira.
Sonrío, dejando entrever mis dientes, y Jack me corresponde.
Vuelve a tenderme la mano.
Esta vez la sujeto.
-¿Te... acuerdas? -murmuramos, fijando la vista en nuestras palmas.
Reímos.
-Sí, tú eras la doña perfectita de la otra clase.
-Sí, tú eras el de los golpes fuertes al metalófono, el del aula de al lado.
-Eh, no es que diera los golpes fuertes, es que tú tenías el oído "demasiado desarrollado".
-No es que yo fuera perfecta, es que tú lo hacías todo el doble de intenso que los demás.
Suspira, divertido.
-¿Me observabas?
Guardo silencio unos segundos, incómoda.
-¿A qué te refieres? -logro decir.
-Bueno... ¿te gustaba?
-Eso fue hace mucho tiempo, Jack -atajo.
-Sabes que para mí no pasa el tiempo, y veo en tus ojos que para ti tampoco.
No puedo negárselo, pero sí esquivarlo.
-La gente normal no ve cosas en los ojos.
-No soy normal. Y no intentes cambiar de tema.
-Cabezota.
-Oh, ésa es una de las cualidades por las que te atraigo irracionalmente, ¿verdad?
Lo miro con odio en los ojos, antes de añadir:
-No sé por qué he venido aquí.
Él calla, a la espera de que diga algo más.
-Por cierto, no vuelvas a confundirte. No me gustas, solo eres algo más para distraerme -miento.
Me parece que su orgullo varonil se siente ofendido. Supuestamente ésa era mi intención, pero luego me parezco una mala persona.
-Anne...
-No, Jack -me retiro de él, a mi pesar-. Ya no.
Me dirijo hacia la puerta, sola, supongo que Claire se ha aburrido o no quería molestar. Aún me parece que estoy soñando. ¿Anne Dyer, hablando con Jack Blackwood? Imposible. Me pregunto por qué no habrá comentado nada acerca de que yo tenga voz.
Educación, supuse.
Camino a paso rápido hacia el portón, pulso el timbre.
-No funciona -dice Jack a la vez que hurga en sus bolsillos.
Saca un llavero, agitándolo ante mí.
Pongo los ojos en blanco.
Abre, sujeta el pomo y me deja pasar con elegancia.
Enarca una ceja.
-No lo vas a olvidar.
-No.
-No era una pregunta.
-Lo sé.
Me llevo las manos a la cabeza, exasperada.
-Vas a volver, ¿no es así?
-¿Cómo? -pregunto.
-Regresarás esta noche a las Azaleas. Sé que no me equivoco.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Te he visto muchas otras veces. Espiándome.
-Si me decido a volver -agrego, poniéndome digna-, ten por seguro que no me encontrarás. No esta noche. No aquí.
-Eso ya se verá, Anne Dyer -finaliza, llamándome por mi nombre completo, ya que él ha sido el culpable de que todo el mundo se dirija a mí de esa manera.
-Feliz Halloween, Blackwood.
Cierra la puerta con un chasquido, no sin antes echar un descarado vistazo a mi falda, que el viento ha levantado, dejando ver mis piernas a la perfección.
Lo ignoro.

Capítulo 13.

Ocho y cuarto de la tarde.
Las Azaleas arde en fiestas.
Una panda de niños de preescolar da vueltas alrededor de sus padres, gritando a más no poder. Los jóvenes de menos de doce años se miran, cómplices, planeando ya subir a pedir caramelos. Las chicas de mi edad presumen, orgullosas, de sus vestidos, exhiben su maquillaje perfecto, mientras que los chicos las observan, sonrojados, en la lejanía.
Bueno, y ahí, en el centro, estoy yo.
Mi cabellera rubia ceniza se ondula con el viento de otoño, a la vez que Claire se muerde las uñas con nerviosismo.
-Anne... aquí no pintamos nada...
-¡Anda ya! ¿Por qué dices eso?
-Pues... porque estamos dentro de las Azaleas.
Levanto los ojos al cielo, consternada.
-¿Qué tengo que hacer para que veas que no son tan malos?
-Demostrar que no es verdad que Jane se dirige hacia nosotras.
Oh, vaya. Jane es una de nuestras odiosas vecinas, y apostaría cualquier cosa a que viene para...
-¿Qué hacéis aquí?
Lo sabía.
-Nos han invitado a la fiesta -contesto, porque Claire tiene pinta de estar traumatizada.
-¿Quién, si se puede saber?
-Tu amigo John.
Jane parece perpleja, mas contraataca. Es azaleña, qué se le va a hacer.
-¿A las dos? ¿O solo a ti?
Ya me temía que pasara esto, así que respondo con rapidez.
-A las dos.
No sé si esto es completamente verídico, porque John no me ha dado su permiso.
Bueno, siempre puedo decir que me lo inventé y me lo creí.
Jane se da la vuelta, mirando mis finos y altos tacones.
-La odio -me susurra Claire-. Si pudiera le...
Pero el resto de sus palabras se pierde, porque por la puerta del bloque número 5, en las Azaleas, salen dos novias cadáver, una niña del exorcista y un caballero sin cabeza.
Se me corta la respiración.
El "público" se apresura a tomar el mayor número de fotos al aterrador trío, que posa como aunténticos modelos.
Giro la cabeza automáticamente hacia mi amiga.
-¡Es él! -gesticulo con los labios.
-¿Cómo lo sabes?
No me veo capaz de responderle, simplemente lo sé.
Efectivamente, cuando el muchacho sin cabeza se despoja de parte de su disfraz, como todos los chicos, lo primero que asoman tras el cuello negro son sus graciosas orejas de soplillo.
Inspiro, intento calmarme.
No mirarlo.
Alejarme de él.
Mas sé que es imposible.
Que no puedo.
Y pensar que ayer, cuando volví, destrozada, a casa, golpeé con todas mis fuerzas la cama con mi llavero de colores.
Ahora, todo el odio es sustituido por una relajante sensación de dulzura y paz.
De veras, no hay quien me entienda.
La noche avanza.
La música resuena en mis oídos, los cuerpos moviéndose al compás de la melodía forman un torbellino de terciopelo negro.
Cada pocos segundos dirijo la vista hacia él, que siempre me devuelve una penetrante mirada cargada de algo que no puedo distinguir.
Y yo, tras diez años, sonrío de verdad.
Sonrío.
Junto a él.
Ya son las nueve y media, y las horas se han ido desgranando a gran velocidad. Nos han intentado echar de la fiesta a la fuerza, pero, por fortuna, no saben que tenemos... ciertos conocimientos acerca de las distintas entradas (y no tan entradas) a su bloque.
Ahora mismo me encuentro aterrizando "sigilosamente" en el suelo tras saltar la verja de entrada de los vehículos, con un variado conjunto de niños detrás. Claire se desespera, no entiende mi afán por jugar tan a pecho, y yo no me esfuerzo en explicarle nada, tampoco.
Pongo los dedos en el empedrado, ladeo la cabeza levemente a fin de dar la señal.
<<No hay moros en la costa>>.
El grupo sigue mis pasos.
Corro, sin tener en cuenta lo que puedan estar pensando ahora sobre mí, sin importarme lo mucho que estoy haciendo el ridículo, sintiéndome libre.
Feliz.
Me escondo tras una columna, en mis ojos brillando la chispa de la excitación infantil. Los tacones me molestan, el vestido se enreda entre mis piernas, la máscara da saltos sobre mi nariz.
Pero me da igual.

Capítulo 12.

31 de octubre, siete y media de la tarde.
Halloween ha llegado.
Las chicas, con los nervios a flor de piel; los chicos, buscando una excusa para atiborrarse de caramelos.
-Vamos -me apremia mi hermano, vestido de... bueno... digamos que no sé de qué va vestido; según él, de esqueleto.
Aprieto las oscuras cintas de la delicada máscara veneciana alrededor de mi cabeza.
En el espejo se reflejan los rojizos encajes del disfraz, el cinturón negro, el cuello carmín curvado ligeramente hacia fuera; los altos zapatos de tacón de aguja, el roto de la falda de terciopelo, que deja entrever unas piernas morenas, no precisamente las que habría de tener una vampiresa.
Sonrío al cristal con unos labios de sangre; se han alzado mis pómulos, mis ojos castaños se han transformado en dos alegres rendijas tras el antifaz negro decorado con minúscula purpurina.
Es perfecto.
Todo.
-Adiós -me despido de mis padres, mientras mi hermano me lleva a rastras hacia el ascensor.
Llegamos al portal.
Escuchamos.
La calle se mantiene en absoluto silencio, roto quizá por el maullido de un gato, como si estuviera preparándose para el bullicio que no se hará esperar esta noche.
Comienzo a llamar a Claire, ya que Leslie y Alice han salido de la ciudad para pasar este Halloween en sus pueblos.
-¿Sí? -contesta Claire.
-¿Vas a venir a la fiesta de las Azaleas?
-Es posible... no sé... tendría que preguntárselo a mi madre...
Bufo, ya que lo único en lo que he estado pensando estos dos días ha sido en Halloween, y Claire parece que ni se ha inmutado.
-¡Pues corre!
Por el telefonillo se escuchan los sonidos entrecortados de la conversación de mi amiga con su madre, que pregunta si habrá padres en el jardín. Claire asiente, se hace el silencio.
-Creo que puedo ir.
-¿Tienes disfraz? -pregunto.
-No, se está lavando...
-Bueno, es igual -la corto. Más tarde me daré cuenta de mi gran comportamiento egoísta en este momento.
-Ahora voy.
Mi amiga no tarda en llegar.
-Qué guapa -me dice-. Pareces una vampiresa, ¿te acuerdas cuando me creía que lo eras?
-Eh... eso fue hace tres días -río-. No creo que sea tanto tiempo.
-No entremos en detalles.
Mike se entretiene dándole a su pelota roja contra la pared.
-¿Vamos a por Rose? -pregunta.
Me detengo un instante, cavilando.
-Está bien...
Por suerte, Claire no capta el deje enfadado de mi voz.
-¿Diga?
-Es tu fiesta, ¿recuerdas? ¿Es que no piensas acudir? -digo.
-¿Quién es?
-Anne Dyer. Cuánto tiempo sin vernos.
-No puedo ir. Me voy con mi prima -contesta, tajante.
Siento cómo mi corazón se va llenando de felicidad paulatinamente, pero disimular es lo más importante.
-¿Y no vas a dejar que te veamos, al menos? -continúo.
-De acuerdo, pero este año no me he podido esmerar mucho con mi traje.
La espera hace que crezca en mi interior una oscura felicidad.
Sonrío, tal y como lo haría la mala de una película antigua.
Pero, esta noche, qué más da que interprete otro papel.
Hoy, no por primera vez, quiero hacer de mala.
Rose llega, ataviada con un vestido negro y un gorro de bruja.
Se sonroja.
-¡Hola! -la saludo alegremente.
-Eh -responde-, bueno, ya me habéis visto. ¿Me puedo ir de una vez?
-Está bien -dice Claire, confusa.
-¡Que te lo pases bien! -le grito.
Me doy la vuelta.
-Y ahora, ¿qué hacemos? -me pregunta mi hermano.
-Pues... esperar. Solo quedan diez minutos.
Pero Claire se aburre, así que nos ponemos a dar vueltas alrededor de la manzana, hasta que unos gritos en la lejanía dan comienzo a la fiesta.
-¡Buh! -grita John, el amigo de Mike, saltando sobre mi espalda y agarrándome los hombros.
-¡Ah! -chillo, y puedo asegurar que no lo he hecho a propósito para que el chiquillo no se lleve una desilusión.
John ríe, divertido.
En su rostro una sonrisa cadavérica pintada con cosméticos muestra parte de sus dientes blancos.
-Oye, ¿cuándo baja la gente? -pregunta Claire.
-Habíamos quedado en cinco minutos, pero sería mejor que los fuéramos llamando.
-¿Piso y letra? -digo, aunque me los sé todos de memoria.
-Puedes ir a llamando a Harry, a Jane, a Miles, a Elizabeth y a Jack...
Claire me lanza una mirada divertida.
-Eh... creo que empezaré por Jane, y... los otros que vengan después.
Pero al cabo de un cuarto de hora nadie ha acudido a hacernos compañía.
-Llama a Elizabeth, anda -me apremia John.
-Llámala tú.
-¿Por?
-Porque... tú vives en el bloque de al lado.
-Tú también.
-Pero tú estás dentro de las Azaleas, y yo no.
Mis ojos se achinan triunfalmente.
-Está bien...
-¿Sí? -suena una voz entrecortada en el porterillo, que no se me antoja desconocida.
-Soy John. ¿Vienen a la fiesta Jack y Elizabeth?
-Un momento. Ahora le digo al señorito que responda al telefonillo.
El señorito contesta en menos de dos segundos.
Sospechoso.
-Dígamelo.
Todos reímos, y el señorito calla.
-Jack, bájate.
-Estoy terminando de arreglarme.
-¿De qué vas a ir? -pregunta Claire, atrevida.
-Ya veréis -responde.
-Sorpréndenos -murmuro, en voz tan baja que no lo puede escuchar nadie.
Cuelga.

Capítulo 11.

Ella espera, sentada en aquel rincón, su sonrisa congelada.
Los niños corren, juegan, se pelean, son tan inocentes que las decisiones "difíciles" las arreglan con un "piedra, papel o tijera".
Mientras que lo que la niña extraña espera es que su madre se ponga bien.
Que su abuela vuelva a la vida.
Y los envidia.
Envidia a ese chica de ahí, brincando entre los mayores; a ese jovencito que le da enérgicas patadas al balón; al muchacho de la esquina, que mira, que observa con unos ojos inusualmente curiosos para su edad, pero no participa.
El deseo de ser como los demás la recorre de arriba a abajo, quiebra su corazón, hace que las lágrimas salgan a borbotones y manchen la colcha oscura.
Llora.
Pero se controla, ha de ser fuerte, para un mejor futuro.
Posa la vista en el callado chico del rincón. Él, como si percibiera el peso de su mirada, vuelve su infantil rostro hacia la ventana de la niña que solloza.
Los iris del niño son del color que ella siempre deseó tener, y se pierde en su mirada esmeralda.
Sus pupilas cesan de derramar lágrimas.
Y se sonríen levemente, en la lejanía, dos extraños compartiendo un mismo pensamiento.
-¡Jack!
La chiquilla de los rizos oscuros atrae la atención de él, que le da la espalda a la niña de la ventana.
La comisura izquierda de la inquieta joven se alza casi imperceptiblemente, satisfecha, pero lo justo como que para su tímida rival se percate de ello.
La personita tras el cristal llora, si cabe, más amargamente.


Despierto.
Me froto la cara con las manos, y las lágrimas de un sueño no muy lejano a la realidad humedecen mis mejillas.
Aquí estoy, como hace cinco años.
Deprimida, hundida en mi desesperación, siguiendo cada uno de los movimientos de alguien que no me ama, traicionada por una de mis mejores amigas, sin abuela, con una madre a la que todavía no le han dado el alta.
Sufriendo.
Me levanto en silencio, camino hacia el baño, me dispongo a tomar una ducha caliente.
Pienso.
Pienso en los motivos de mi sufrimiento, si realmente son tan malos, si no soy yo la que exagera.
Pienso en todo lo que tengo, en los beneficios de la existencia, en mi antigua alegría de vivir.
Y recapacito.
¿No estoy siendo estúpida?
¿No estoy cavando mi propio agujero de melancolía?
¿No estoy muriendo por dentro, rompiéndome poco a poco, dolorosamente, hasta que ya no me quede nada?
Vacía.
Vacía.
Puedo quedarme vacía, sin vida, sin razón de ser, un alma gris sin sentido entre todas las demás.
Igual que todas las demás.
¿Qué hay de malo en ser distinta?
¿Me rechazarán?
Sí.
¿Me aborrecerán?
Sí.
¿Podrán odiarme con toda su alma?
Sí.
Pero, ¿eso afectará a mi felicidad?
No.
Solo una palabra.
Que puede cambiarlo todo.
Los rayos de un sol naciente atraviesan la manoseada ventana de mi habitación.
Y sonrío.
Me siento fuerte.
Más fuerte que ayer.
Más fuerte que nunca.
Ahora mismo, el mundo está en mis manos.
Pongo un pie en el suelo, el derecho, para empezar bien el día.
Son las doce y media de la mañana, he dormido más de once horas.
Y estoy como nueva.
La radio suena a todo volumen con la voz de Britney Spears, cantando Stronger.

Stronger than yesterday
Now it´s nothing but my way
My loneliness ain´t killing me no more
I am stronger
That I ever thought I could be, baby
I used to go with the flow
Didn´t care about me
You might think that I can´t take it, but you´re wrong
`Cause now I´m...

-¡Stronger! -grito con todo el aire de mis pulmones, desafinando, haciendo que mis padres me riñan.
Pero me da igual.
Porque acabo de renacer.

Capítulo 10.

Siempre me han dicho que fingir es de personas falsas, que viven de la mentira, que se alimentan de la infenuidad de sus víctimas. Cuyas existencias son de por sí un engaño.
Yo pertenezco a este grupo.
Pero al menos sé que en ciertas ocasiones la verdad no es la mejor opción.
Mientras la escandalosa risa de Rose resuena en mis oídos, suelto cada pocos segundos grandes carcajadas que, espero, parezcan verdaderas.
El mundo pasa ante mí a cámara lenta, los colores se difuminan, el sonido se va perdiendo, paso a paso, entre las hojas caducas de los otoñales árboles. Los celos se abren camino en mi interior, me oprimen el pecho, laceran mi rostro.
Mas miento, y sonrío, deseando que mi compañera regrese a casa y me deje en paz, con mi orgullo dolido, con mi hermosa soledad.
Claire, Leslie, Rose y yo salimos fuera de nuestro patio. Saludamos a la gente que nos encontramos, y mi pequeña amiga me aparta a un lado. Acerca su cabeza a mi oreja, y murmura:
-Escucha bien lo que te tengo que decir. Necesito que me acompañes a casa.
Vaya, esto me pilla... desprevenida.
-¿Puedo preguntar por qué? -objeto.
-No se te ocurra separarte de mí. Jack está ahí fuera. Lo he visto, me está esperando. No se cansará hasta que acepte su beso.
No hace falta que lo jure, soy consciente de que el chico es realmente obstinado.
-Si es así... en ese caso, de acuerdo. Te acompañaré.
Oculto bajo mis pupilas el terror, la ira y los celos que me embargan en este momento. Solo espero que mis sentimientos no vayan a más.
-¡Gracias! -suspira.
Miro el reloj, que marca las nueve y cuarto.
Hora de irse.
Acto seguido, poso la vista en el hueco entre dos viejos matorrales, lo que me permite ver el exterior.
Las calles se han tornado oscuras, únicamente la débil y amarillenta luz de una oxidada farola alumbra los árboles. El patio posee un aspecto fantasmagórico, sin niños, sin risas, sin juegos, sin gente que alegre el mundo.
Excepto la oscura figura que se apoya en la puerta de las Azaleas, sujetándola, aguardando a su amada.
Se me cae el alma a los pies.
¿Cómo es posible?
Observo el monótono ritmo con el que Jack golpea el suelo, impaciente, pero sin abandonar su puesto.
-Ahora -dice Rose, y prácticamente me arrastra fuera del alcance de la vista del joven.
Y corremos.
Saltamos la valla de mi puerta, alcanzamos su porterillo, abrimos el portón.
Estoy dentro de las Azaleas.
-¡Rápido!
Voy tan rápido que el suelo se me vuelve borroso, aunque, claro, quizá sea por las lágrimas que anegan mis ojos.
-Hasta arriba.
-No, no puedo, ya es tarde -respondo, reacia a seguirle aún más el juego.
-Sí, claro que puedes, lo que pasa es que no quieres porque lo único que da vueltas en tu cabeza en este momento es que la decisión de besar a Jack haya estado en mis manos, y no en las tuyas.
Rechino los dientes, la mandíbula contraída, los párpados fuertemente cerrados como si de esa manera pudiera despertar de la pesadilla en la que estoy viviendo.
-No tienes ni idea.
-O subes, o le diré a Jack que cierta persona está por él desde que tenía doce añitos -me amenaza, con una maldad femenina en la voz que nunca antes había percibido en ella.
-Rose...
-Te advierto, cumplo mis promesas. Acompáñame -me insta, sonriendo perversamente.
-Me reñirán.
-¿Tengo que repetirlo? Si no subes...
-¡He dicho que no! -grito, sacando de mi interior una potente presencia que jamás imaginé que tuviera realmente.
Las lágrimas resbalan cálidas sobre mi tez.
Ella parece sorprendida.
-¿Ah, no? -se recompone-. Está bien. Tú lo has querido. ¡Jack! -exclama, y el aludido suelta la puerta que sujetaba para dirigirse hacia nosotras.
La incomprensión se dibuja en sus facciones cuando me ve llorar.
Rápidamente, utilizo la manga de mi camisa para limpiar mis ojos.
-Anne... ¿no querías decirle algo?
Callo, expectante.
¿Se atreverá?
-Vamos. Díselo, o yo misma...
-No creo que haga falta.
Mi respuesta la deja asombrada.
Pero ya está.
Lo he dicho, lo he admitido.
Desde finales de verano, Jack Blackwood sabe que lo amo.
Como yo sé que no soy correspondida.
-¿Qué? -suelta Rose, con un tic nervioso en el párpado inferior derecho- Él... tú... vaya, Anne... qué valiente por tu parte -agrega, juntando las piezas del puzle, con un deje irónico en la voz.
No la reconozco.
-Atreverte a decirle al chico que te gusta que lo quieres. Declararte. Y dime, ¿fue en persona, por mensaje? Sí, supongo que lo segundo, no tienes suficiente valor como para decir las cosas a la cara.
-Basta.
Jack se mete en la discusión repentinamente.
Mis mejillas arden de dolor, de vergüenza, de furia, de tristeza.
-Esto no quedará así, eres consciente de ello, ¿verdad?
Rose se dirige hacia el ascensor, con Jack a sus espaldas.
Él me dedica una leve sonrisa, que decido interpretar como disculpa, mientras me dejan sola, asustada e indefensa en un mundo desconocido.